Ingrid & Rossellini: una cierta historia de amor

Busqué “Recuerda” y la vimos aquella noche porque estábamos hablando de psicoanálisis en la familia y venía al caso. La recordaba vagamente aunque con imágenes muy nítidas: el psicoanalista viejo con perilla dando un vaso de agua (quizá con belladona o con hidrato de cloral o con un barbitúrico) a Gregory Peck; el niño resbalando por la nieve del tejado; los decorados de Dalí y la belleza contenida de Ingrid, con sus trajes de chaqueta y sus gafas redondas de concha.  De pronto me pregunté por qué siempre había percibido a Ingrid distinta a otras estrellas de la pantalla. Era guapa, muy guapa, pero trasmitía que tenía algo más. O eso me parecía a mí.

Quizá todo comenzó al principio de la adolescencia cuando vi por primera vez “Casablanca”. El cosquilleo que me produjo su entrada en el café de Rick, algo tímida pero decidida, siempre dispuesta a mirar de frente sus sentimientos, pronta a escuchar a Sam tocar  As time goes by  y a mirar a Rick cara a cara, después de tanto tiempo, aunque no hubiera esperado encontrarlo allí.  Luego el resto de la película: sus lealtades defendidas con dignidad, con los ojos levemente (solo levemente) húmedos, su compromiso con dos formas del amor o quizá con el amor mismo, tal como ella lo veía.  Ilsa era capaz de enamorarse de un desconocido en un París que se derrumbaba, como todo el mundo libre en aquel momento, pero también de traicionarlo por ayudar a un compañero de viejas batallas, su marido, que además era un tipo ejemplar por muchos motivos y, no necesariamente, un mal amante.

Con los años, viendo muchas veces la película, me siguió interesando la Ilsa que naturalmente parecía identificarse con Ingrid, que parecía no poder decidirse por ninguno de los dos amores, que parecía querer irse con los dos a la  vez. Luego supe que esto tenía una causa básica: el guión se iba haciendo sobre la marcha y ella no sabía con quién iba a quedarse mientras rodaba cada toma, con lo cual tenía que mantener abiertas las dos intensidades. Algo más que una casualidad que une a la película con la vida.  Ilsa simulaba querer mantener un “menage a trois” que por otra parte parecía posible de alguna forma, porque los hombres se admiraban mutuamente y aparentaban no tener demasiados celos.  Comprendían su naturaleza masculina y sabían lo que podían encontrar en una mujer como Ilsa o lo que perderían si la abandonaban o si se iban con ella. Era bella, apasionada. Pero también leal, racional, con carácter para soportar el frío y la lluvia.

Generalmente el “menage a trois” se considera la fantasía masculina por excelencia, aquella donde los varones sueñan una relación con dos mujeres jóvenes y burbujeantes que no les supongan problemas afectivos.  Pero Ilsa parecía atreverse a explorar la fantasía desde una óptica femenina que, de pronto, parecía aumentar las posibilidades de los hombres, profundizaba su intensidad, ni siquiera dibujaba unos límites. Ilsa se atreve a trasgredir la monogamia asfixiante de aquellos tiempos de finales de los 40 (la que acababa de retratar Kinsey en sus informes) y lo hace desde cierta lucidez sobre la naturaleza humana que podían compartir, incluso en aquellos tiempos, al menos algunos hombres y algunas mujeres.  Y parece ser capaz de jugarse la felicidad y la vida en el intento, pero sin excesivos dramatismos. Elegir entre buenas opciones siempre es renunciar: ¿por qué renunciar del todo?, parece decirse a sí misma. Al final tiene que decidirse, pero más como una imposición masculina o del momento social, que como una  flecha de su deseo. Se nota mucho que querría haberse ido con los dos, a veces, secuencialmente quizá, como vecinos o como amantes; simultáneamente otras, quién sabe.

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Seguí pensando en la belleza de Ingrid y en lo que yo veía en ella que no encontraba, por ejemplo, en Ava Gadner o en Grace Kelly: decididamente  Mogambo era otra cosa. Y recordé que por casa estaba la biografía de Ingrid que había comprado mi padre hacía más de 30 años, y recordé su relación con Roberto Rossellini y decidí investigar a la Ilsa que realmente había habitado en Ingrid o quizá al revés. Así que comencemos por el principio, justo en el primer cruce del árbol de decisiones, en cualquier valle del paisaje rugoso de su vida de entonces.

Era la primavera de 1948 e Ingrid era una estrella solo comparable a la Garbo a la que ya había superado según una encuesta de Daily Variety de ese año. Había triunfado en Hollywood con películas como Casablanca (1942), Por quién doblan las campanas (1943), Luz de gas (1944), Recuerda (1945), Encadenados (1946) o Juana de Arco (1948). Estaba casada, no tan felizmente como aparentada, desde hacía algo más de una década con Petter Limstrong  un médico que también actuaba como su representante  y tenía una hija, Pía de diez años.  También acababa de renunciar,  solo un año antes, a un amour fou con Bob Capa, el legendario fotógrafo de la Magnun (que había conocido en París en 1945, en un viaje que hizo a Europa para recorrer Alemania y  distraer a los soldados que habían ganado la guerra solo un mes antes), lo que ya no la situaba tan lejos de Ilsa después de todo. No te vayas. Escasas cosas de valor hay en la existencia  -no la existencia en sí-: solo la actitud alegre. Fue y es tu alegría lo que amo y pocos seres alegres hay en el destino humano. Con amor y amor, le había escrito Capa que, por otro lado, antes le había hecho ver que no podía comprometerse con ella y seguir siendo el que era, el sabueso que escrutaba los ojos de todas las guerras y cuya vida pendía siempre de un hilo, como se demostró solo unos años después.

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Pero centrémonos en la primavera de 1948, quizás en un domingo después de comer. ¿Qué hacemos esta tarde,  por qué no vamos al cine?, una pregunta planteada por cualquiera de los dos, no importa. A veces los procesos de cambio comienzan así, por una pregunta que podía no haberse producido. Pero que una vez hecha desencadena una cascada de acontecimientos que termina en un pequeño cine  del boulevard La Cienega de Hollywood, donde ponían una película desconocida de un director desconocido: Roma, citta aperta de Roberto Rossellini. ¿Por qué terminaron allí y no en otro sitio?, ¿eran cinéfilos o solo estaban aburridos o querían pasar desapercibidos o solo vagabundeaban y decidieran entrar en ese cine en un impulso? De todos los locales y cafés del mundo aparece en el mío, se quejaba Rick a Sam justo antes de comenzar aquel dialogo tan famoso: !Para! Ya sabes lo que quiero escuchar…la tocaste para ella, tócala para mí…si ella la resistió yo también. Tócala.

Ingrid cuenta aproximadamente así lo que vivió en el cine: a los diez minutos estaba desconcertada; a los sesenta se sentía preocupada; a los setenta estuvo a punto de llorar de emoción  y cuando la pantalla se oscureció se dio cuenta que había pasado por una de las experiencias más turbadoras de su vida. Miró a su alrededor y la sala estaba vacía. Nadie parecía interesado en  ver esa película que le había parecido tan maravillosa y de la que no paró de hablar en toda la noche a amigos que no la conocían. Meses después en un viaje a Nueva York  para alejarse de Hollywood y trabajar en un programa radiofónico se encontró, paseando por Broadway con otra película de Rosselini en un cine diminuto. Paisà también le pareció una película conmovedora y también el cine estaba casi vacío. Y pensó: quizá si este director dispusiera de algún actor famoso el público acudiría a ver sus películas. Y entonces decidió escribirle una carta.

Querido Sr. Rosselini  

 He visto sus dos películas, Roma ciudad abierta y Paisà , que me han gustado mucho. Si necesita una actriz sueca que habla el inglés perfectamente, que no ha olvidado el alemán, a quien apenas se entiende en francés y que del italiano solo sabe decir “Ti amo”, estoy dispuesta a acudir para hacer una película con usted.

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Entonces, comenzaron a actuar los caprichos del destino como los de un duende travieso que da rodeos y vueltas por el aire  solo por divertirse, por probar la fragilidad de la condición humana. La carta pudo no llegar: pasó semanas en un cajón porque Ingrid no sabía donde mandarla, hasta que se topó con un admirador italiano que le pedía un autógrafo y para su sorpresa conocía a Rossellini y  le dijo que trabajaba para Minerva Films, Roma, Italia; pero Roberto, de ira fácil, tenía un pleito con el estudio y ya no iba por allí y encima, el día que llegó la carta, el estudio ardió en llamas. Pero la carta terminó llegando: porque se salvó del incendio y  la gente de Minerva Films, al ver el nombre de la remitente, no paró de llamar a Rossellini que seguía sin querer saber nada de ellos ni de la carta, hasta que se la hicieron llegar a sus manos con un mensajero, pero Rossellini no sabía inglés y la tuvo que mandar a Liana Ferri para que la tradujera y para que al final se diera cuenta que no conocía a esa actriz americana porque él estaba en otro mundo y no concedía ninguna importancia a los actores profesionales (siempre filmaba con aficionados o gente de la calle). Al fin, alguien le habló de Intermezzo que había visto, en versión sueca, tres veces seguidas en medio de un bombardeo (un cine, entonces, era un refugio en la acepción literal de la palabra), durante la guerra: ah, aquella joven rubia era…

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El cablegrama llegó el 8 de Marzo de 1948 al 1220 de Benedict Canyon Drive, Beberly Hills:

Acabo de recibir con gran emoción su carta que, por coincidir con mi cumpleaños, se ha convertido en el regalo más precioso. Ciertamente he soñado en rodar una película con usted y desde este momento me esforzaré en que sea posible. Le escribo una larga carta comunicándole mis ideas. Con mi admiración acepte, por favor, mi gratitud y mis cordiales saludos.

Roberto Rossellini. Hotel Excelsior. Roma

Ingrid se entusiasmó, su marido no tanto, Roberto trató de buscar financiación para el proyecto y al final le envió una extensa carta donde le hablaba de un campo de refugiadas (yugoslavas, letonas, polacas, rumanas, griegas, alemanas…) que había conocido, cerca de Roma. Una de ellas le había agarrado el brazo a través de la alambrada de espino: era rubia, joven, silenciosa, alta, triste. Luego se enteró que se había escapado con un soldado a una de las islas Lepori.  ¿Vamos juntos a buscarla?, ¿visualizamos juntos su vida en la aldehuela próxima a Stromboli donde la llevó el soldado?. En la carta le adelantaba parte de su fantasía de hombre rico sobre la vida de los pobres: una mujer que no puede comunicarse, porque no conoce el idioma, entre pescadores cetrinos en una isla de fuego y ceniza donde no puede escapar. Al principio se siente frustrada, atrapada,  pero luego comienza a entender (…) el valor de la verdad eterna que rige la vida humana; el valor de quien nada posee, la fuerza extraordinaria que procura la libertad absoluta.  Se convierte en realidad en una suerte de San Francisco de Asís. Una intensa emoción jubilosa brota de su corazón, le nace una inmensa alegría de vivir. (…) si usted estuviera a mi lado, yo engendraría una criatura que tras experiencias duras, amargas, encuentra al fin la paz y la independencia exentas de todo egoísmo. Y esta es la única dicha verídica concebida a la humanidad, pues simplifica la vida y acerca a la creación. ¿Puede venir a Europa?…

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Roberto Rossellini en ese momento tenía 42 años, estaba separado de su mujer con la que tenía dos hijos y mantenía una relación sentimental con Anna Magnani. Había nacido en una rica familia italiana cuyo padre era arquitecto. Él y sus tres hermanos crecieron entre institutrices británicas y todo tipo de caprichos sin que, según cuenta Ingrid en su biografía, nadie les enseñara la importancia de ganar dinero o de administrarlo.  Cuando el padre murió ellos siguieron con su alto tren  de vida hasta que, con los años, se quedaron prácticamente sin fortuna. Según parece Roberto tenía ese temperamento que Hipócrates describía como “sanguíneo” y que tan bien se adapta a un cierto tipo de italiano. Era cálido, emocional, extrovertido, hedonista, encantador, comunicativo y rebosante de talento artístico. Pero también colérico cuando se le frustraban sus expectativas, inconstante y contradictorio. Entre sus gustos estaban los coches de carreras y las mujeres hermosas. En las fotografías tiene ese aspecto, típico de la época, de hombre mayor que la edad que se le supone, con entradas, pelo engominado y traje con corbata o gabardina.

Este fin de semana conoceré a Roberto Rossellini, lo espero con impaciencia, escribió Ingrid en una carta a una amiga el 23 de septiembre de 1948. Y por fin se produjo una extraña y esperada reunión en el Hotel George V de París: Petter e Ingrid, Roberto y Anna Magnani, un intérprete y alguien que entendía de  finanzas. Previamente Anna, en el trayecto hacia París desde Roma, en el comedor del Albergo Luna Convento de Amalfi, ya le había tirado una bandeja de espaguetis a la cara porque estaba viendo cosas raras y le llegaban extraños rumores de una actriz sueca que venía a hacer la película que Roberto había madurado con ella y para ella durante meses. Ingrid escribió sobre la impresión que él le causó:

Calculé que tendría diez años más que yo. Parecía muy tímido y no tenía aspecto de cineasta, por lo menos no se asemejaba a los que yo conocía y las preguntas y las respuestas difirieron mucho de los diálogos corrientes en Hollywood. (…) No podía considerarle muy guapo, pero tenía un cráneo bien diseñado y una cara muy inteligente y expresiva. Y me agradó más que nada lo que dijo: sus palabras y las imágenes que sugerían eran muy distintas de las que había oído en boca de otras personas.

Petter trató de poner clausulas duras en el contrato, pero Ingrid le aclaró, desde el principio, que, por encima de todo, quería hacer la película, cosa que él comprendía con dificultad y probablemente con mucha aprensión. A principio de noviembre de 1948 llegó una carta de Rossellini donde trataba de explicarle el guión e incluía un párrafo como éste:

Presiento que muchas partes del argumento le parecerán broncas y que le chocarán y ofenderán ciertas reacciones del personaje. No piense que apruebo su conducta. Deploro los descomedidos y brutales celos del insular y los considero una reliquia de una mentalidad elemental y anticuada. Lo describo porque forma parte del ambiente como las chumberas, los pinos y las cabras. Pero no niego que en el fondo de mi ser hay envidia de quienes aman tan apasionadamente, con tanta furia, que llegan a olvidar la ternura y la piedad por aquellos a quienes idolatran. Les guía solo el deseo de poseer el cuerpo y el alma de la mujer amada. La civilización ha limado la fuerza de las pasiones. Indudablemente es más cómodo alcanzar la cima de la montaña por funicular, pero quizá sientan más alborozo los hombres que llegan a ella tras una peligrosa escalada.

Comenzó la búsqueda de financiación para Stromboli, un empeño difícil en el que estuvieron implicados primero Sam Goldwyn y luego la RKO de Howard Hudges que terminó haciéndola, a pesar de que se fueron desencadenado todos los problemas del mundo. El martes 29 de Enero de 1949 Ingrid escribió  en su diario “Rossellini está aquí”, en Hollywood. Y también reseñaba una cena esa noche en la casa de Billy Wilder a orillas del Pacífico. Esos días hubo comidas, cenas, fiestas, reuniones, excursiones a lo largo de la costa, casi siempre solos. Uno de esos días Rossellini le dijo simplemente, sin que pareciera importarle nada más: “Vente conmigo”. También en esas fechas parece que tuvo una confusa conversación con Limstrong en el que le dijo que amaba a Ingrid, pero su pésimo inglés hizo que no le entendiera.

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El recibimiento en Roma fue clamoroso. El aeropuerto rebosaba de gente deseosa de adorar a una estrella americana, Roberto la recibió con flores y la abrió paso hacia su Cisitalia rojo  con el que fueron al Hotel Excelsior en Via Veneto que también estaba atestado de admiradores. Casi no podían salir del coche y él se enzarzó en una riña a puñetazos con uno de los fotógrafos que los atosigaban. Por fin terminaron en una fiesta en el apartamento de Roberto, donde estaba, entre otros Federico Fellini, que había llenado las paredes de caricaturas de los dos en una isla. Hubo champán, regalos, risas. Ingrid estaba fascinada y feliz. Pero Liana Ferri, la traductora de la primera carta, se dio cuenta del riesgo que ella corría, en ese ambiente, mientras la miraba:

Ingrid no sabía nada de Roberto. Y apareció en Roma llena de inocencia. Y alguien tenía que encargarse de defenderla. Yo me propuse encargarme de ello.

La veía ingenua y pensaba que podía sufrir mucho, porque sabía de las complejidades y del estilo de vida de un tipo como Roberto Rossellini. Pero quizá Ingrid, a su vez,  solo se dejaba llevar para salir de una situación en la que ya no estaba cómoda. Juzgando aquellos días escribió luego,  en sus memorias:

Creo que en la raíz de mi alma me enamoré de Roberto en cuanto asistí a la proyección de Roma, citta aperta. Desde entonces no pude borrarlo de mi pensamiento. Probablemente, aunque de modo subconsciente, me ofreció la solución a mis dos problemas capitales: Hollywood y mi matrimonio. Pero no tuve noción de ello a pesar de mi correspondencia. Si la gente me hubiera mirado de soslayo cuando mencionaba Italia, hubiera protestado con indignación: “Voy a hacer una película y nada más”.

Pero el viaje iniciado por los dos ya continuaba a bordo del Cisitalia rojo: desde Roma por Via Apia, entre templos paganos por la ruta del sur, hacia Nápoles pasando por Monte Cassino; desde allí, navegando, hacia Capri, donde un fotógrafo de la revista Life los captó cogidos de la mano; luego Amalfi y su costa, con parada en el ya conocido Albergo Luna Convento; por fin Salerno, ya muy cerca de Stromboli, no sin que antes Roberto hubiera parado, ante la estupefacción de Ingrid, a buscar a los actores protagonistas entre los labradores que trabajaban al lado de la carretera. Sobre la marcha y rápido, según su costumbre.

Si todo hubiera ocurrido en una película quizá hubiera terminado aquí, con el fundido en negro de los dos felices amantes cogidos de la mano en el barco a Capri, o riendo a carcajadas, en un primer plano en el deportivo rojo, mientras bordeaban la costa con un pañuelo al cuello. Lo que vuelve a recordar a Ilsa y a Ricks en aquel París inventado, recorriendo en un descapotable los Campos Elíseos y luego bebiendo champagne mientras se ofrecían un dólar por sus pensamientos. ¿Tuvo alguna influencia la historia de Ilsa en las fantasías de Ingrid?. ¿Tuvo nostalgia del aventurero al lado del médico racional y tranquilo que luego se quejaría amargamente de que nunca ningún hombre casado dio tanta libertad a su mujer? (“ Sí es verdad, pero siempre fui libre lejos de él. Nunca a su lado”, respondería ella).

La historia, en este momento, ya tiene todos los componentes de un gran amor pasión: parecía haber actuado el destino y el filtro amoroso de una manera que superaba la voluntad de los amantes; había exclusividad, había trasgresión de normas sociales, había obstáculos que …no habían hecho más que empezar.

Porque era 1948 y la fotografía de Life dio la vuelta al mundo y ya todos los periódicos de Europa y Estados Unidos no paraban de publicar rumores de su idilio y de pronto esa relación era un ejemplo público de adulterio que se convirtió en peligrosa para ciertos poderes de una América puritana y una Italia católica. En el rodaje de Stromboli se fue poniendo de manifiesto de forma cada vez más evidente que entre los dos había algo más que una relación de un director de cine con una actriz. Todo empeoró cuando al final del rodaje Ingrid se dio cuenta de que estaba embarazada y eso también se terminó filtrando a los periódicos. Ya antes, en Amalfi, había entre ellos lo suficiente para que Ingrid tuviera la necesidad de redactar una carta a su marido en la que trataba de justificar su culpa y apaciguarlo, apelando al carácter involuntario del filtro del amor:

ROSSELLINI BERGMAN

Petter lilla (querido)

Te lastimará leer esta carta tanto como a mi escribirla (…)

(…)No tuve la intención de enamorarme, ni la de quedarme en Italia. Habiendo proyectado y soñado tanto juntos, sabes que no miento. No obstante ¿qué puedo hacer o cómo cambiarlo?. Observaste en Hollywood como crecía mi entusiasmo por Roberto y cuan parecidos somos en nuestros deseos de hacer el mismo trabajo y en nuestra interpretación de la vida. Creí que quizá pudiera vencer mis sentimientos cuando le encontré en su medio, tan distinto al mío. Pero sucedió lo contrario. No tuve el valor de hablar contigo. Ignoraba la profundidad de sus sentimientos.

Petter mío, se que esta carta caerá como una bomba en nuestra casa, en Pía, en nuestro futuro, en nuestro pasado tan lleno de sacrificios y de colaboración por tu parte. Y ahora te quedarás solo en medio de las ruinas, sin que yo te ayude. Solo te pido más sacrifico y más auxilio.

Querido, jamás pensé que se presentase este momento, tras lo que hemos pasado juntos y ahora no se qué hacer. Pobre papá y también pobre mamá.

En otra carta añadió ya más segura de sí misma: “He encontrado un país en el que quiero vivir. Este pueblo es el mío y quiero quedarme aquí. Lo lamento.” Petter le devolvió cartas un poco paternales y llenas de resentimiento: debía tener en cuenta a los demás, “era tiempo de que creciese”, de que “pensase en lo que le convenía”, le reprochaba que lo abandonase con lo que había hecho por ella, con lo tolerante que había sido, Incluso le reprochaba que habían proyectado una obra en la cocina y el cuarto de los niños “para tenerlo a disposición del próximo nacimiento”, pero habían bastado dos semanas en Italia para que se olvidara de todo. “Ahora solo Dios podía ayudar a Pía a él y a ella”.

Comenzaron los “tiras y aflojas” para obtener un divorcio rápidamente y, en un determinado momento, Rossellini escribió a Lindstrom. Merece la pena reproducir la carta entera porque da idea de sus códigos y de su determinación, lo que probablemente no era corriente en aquella época. La imagen de Rick “pensando por los dos” y protegiendo a Ilsa,  aparece de nuevo:

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Querido Petter

Recordará que le prometí ser siempre franco con usted. Creo que ha llegado el momento de que usted, Ingrid y yo nos encaremos y espero que seamos capaces de mirarnos a los ojos con aprecio y compresión humanos.

Las tres semanas que pasé en Italia, después de mi marcha de los Estados Unidos, mi tormento y la responsabilidad de volver al lado de Anna, me permitieron medir mis sentimientos por Ingrid, el sentimiento del que ya le había hablado. Y con la llegada a Roma, nuestra emoción y sus lágrimas nos dieron la certeza. Y ahora Petter recurro a su humanidad.

¿Qué haremos?. La situación se simplificaría si no le tuviera tanto aprecio y afecto. A Ingrid y a mí nos preocupa por encima de todo, no ser desleales con usted y no causarle más dolor del imprescindible.

¿No decirle nada y dejar que el tiempo discurriera?. No porque sería una deslealtad inhumana. Sus dudas y tormento se leen entre líneas en su carta y su telegrama. Por consiguiente es menester que sepa la verdad enseguida. Eso beneficiará a usted y a nosotros. Comprendo que le causaré un grave pesar lo cual, créame, me apenará mucho. Recuerdo lo que me refirió la noche de nuestra conversación. Me confió que Ingrid se entusiasma con facilidad, que es sensible, aunque no inteligente y que su temperamento la vuelve despiadada.  Sin embargo se equivoca por completo si piensa eso. Hemos meditado con cuidado y con increíble claridad. Durante dos meses Ingrid y yo disimulamos nuestro amor porque desde que no vimos en Beverly Hills comprendimos  que se trataba de algo magnífico y respetable, y presentimos que nos ligaríamos para siempre si lo expresábamos. Y para no inferir a usted ningún daño callamos hasta que la situación se evidenció sin que mediaran las palabras.  Así estamos ahora, impotentes, puesto que nos domina un amor extraordinario y nos martiriza el pensamiento de que vamos a lastimarle.

Se equivocó al enjuiciar a Ingrid como lo hizo y se equivocó al ser tan severo y autoritario con ella, pues llegó a temerle y el miedo la apartó de usted. Sepa que estoy dispuesto a proteger a Ingrid de sus temores. Espero que comprenda que nadie puede condenar un gran amor y que resulta imposible intentar contrariarlo.

He presentado mi demanda de divorcio. Por favor Petter seamos humanos, comprendámonos y respetémonos.

Roberto

El 22 de Noviembre de 1949 la Asociación Cinematográfica de America, inventada por los productores para ejercer la censura y conseguir que en las películas siempre “ganaran los buenos” y que se respetasen los principios de la moral cristiana decidió intervenir en el asunto.

Distinguida señorita Bergman

Hace pocos días los periódicos de Estados Unidos han publicado de modo bastante amplio, la noticia de que usted desea divorciarse, renunciar a su hija y contraer matrimonio con Roberto Rossellini.

(…) cosas como esas no solo no favorecen su imagen, sino que puede llegar a arruinar su carrera como artista de cine. Pueden irritar tanto al público estadounidense que prefiera ignorar las películas en que intervenga usted con quebranto de su valor taquillero.

(…) La situación ha tomado un sesgo tan grave que me siento obligado a aconsejarle que busque la ocasión, cuanto antes posible, para desmentir tales rumores: declarar con entera franqueza que no son ciertos, que no alimenta la intención de separarse de su hija o de divorciarse y que no se propone casarse con nadie.

(…) Se lo sugiero con la sinceridad más absoluta y con el fin último de apagar tales especies que escandalizan y que amenazan ser desastrosas para usted.   

El asunto terminó llegando al Senado de Estados Unidos donde, el 14 de marzo de 1950, el honorable Edwind C. Jhonson de Colorado pronunció un vitriólico discurso que parecía el de un hombre despechado y que presagiaba los cambio de aire social que se concretaría en los años de la “caza de brujas”:

Señor Presidente

Ahora que, con su habitual sutileza, esa estúpida película de una mujer embarazada y un volcán explora el bolsillo de los estadounidenses, con alborozo de la RKO y del adúltero Rossellini, ¿nos contentaremos con bostezar hastiados, con el alivio de que este antipático asunto haya terminado y lo olvidaremos?. Espero que no. Hay que encontrar el método de evitar que estafen de suerte similar al público americano. 

Señor presidente, incluso en esta época de constantes sorpresas turbadoras que nuestra reina de Hollywood, popularísima y encinta, estado consecuente con una relación amorosa adulterina, represente el papel de hembra vulgar y adocenada para realzar un argumento que carece de atractivo propio. Para engrosar las recaudaciones, Stromboli recurre al escándalo personal de la protagonista.

Cuando Rossellini ese filibustero del amor, regresó a Roma presumiendo con afectación de su conquista no colgó de su cinturón de conquistador la cabellera de la señora Lindstrong, sino su misma alma. Pues bien la señora de Petter Lindstrong y lo que resta de ella han traído al mundo dos hijos al mundo, uno que carece de madre y otro que es un bastardo.

Así, después de considerar a Ingrid “una poderosa influencia en pro del mal” terminó presentando una proposición de ley  para que las actrices, productores y películas tuvieran que solicitar una autorización previa al Departamento de Comercio.

 Sin embargo Ingrid también tuvo defensores importantes. Uno de ellos fue su amigo Hemingway, que le escribió esta memorable carta que muestra un espíritu vital casi antitético al de la América que describe el discurso del senador y un cierto estilo de amistad:

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Ernest Hemingway desde Villa Aprile en Cortina d´Ampezzo

Querida Ingrid

 Aquí tienes tu contacto, hija. ¿Cómo está Stromboli ?, ¿cómo está Calabria?. Tengo alguna idea sobre ello. (Hermosos y muy sucios). Pero ¿cómo estás tú?. Eso es lo que importa. (¿Tal vez asimismo muy hermosa y muy sucia?).

 Tu carta con la bonita postdata de Petter llegó a Padua, al hospital donde me retuvo una infección ocular. Estaba en mi poder el día que apareciste en Italia. ¿Qué opinas de ese contacto de larga distancia?

 He alcanzado ya el quinto millón de unidades de penicilina (me pinchan la “derriere” cada tres horas con regularidad cronométrica) pero la fiebre ha bajado y la infección que se convirtió en erisipela (sin relación con la sífilis), ha acabado por ceder.

 Continuada el 5 de julio desde finca Vigia, San Francisco de Paula, Cuba

 Ocurrió que me agravé después de escribir la primera parte, tuve que aceptar muchísima más penicilina y mi  ojo se resistió a escribir.

 Más tarde leí lo tuyo con Rossellini y Petter y no supe que decir. Ahora luego de reflexionar (pero ignorante de lo que sucede), he concluido que te quiero mucho y que soy tu firme amigo hagas lo que hicieres o decidieres, o donde estuvieres. Lo único cierto es que te echo de menos.

 Atiende hija porque voy a pronunciar un discurso. Tenemos una sola y  única vida, como una vez te expliqué. Nadie es famoso e infame. Eres una gran actriz. Lo sé desde Nueva York. Y las grandes actrices se meten en líos temprano o tarde. Y si no lo hicieran no valdrían una mierda. (Palabrota, puedes borrarla). Se perdonan todas las cosas que hacen las grandes actrices.

 Continúa el discurso: Todos adoptamos decisiones erróneas. Pero muchas veces la decisión errónea es la acertada, aunque mal ejecutada. Fin del discurso.

Nuevo discurso: No te preocupes. La preocupación jamás ayudó a nadie.

He terminado los discursos. Hija no te apures, se valiente y buena y recuerda que tienes a escasa distancia a dos personas, Mary y yo que te amamos y te somos fieles.

Alegrémonos ahora como cuando bebíamos juntos…Recuerda que estamos en Año Santo y que se perdonan todos los pecados. Tal vez tengas quintillizos en el Vaticano y yo acuda para ser el padrino…

 Si de veras amas a Roberto transfiérele nuestro afecto y dile que se porte bien contigo o Señor Papá le matará una mañana en que goce de tiempo libre.

 Ernest

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P.S. Es una porquería de carta pero a mi juicio vivimos en los tiempos más puercos que han existido. Solo disponemos de una vida y será preferible que no nos quejemos de la sala en que bailamos.Lo pasamos muy bien en Italia. Estoy enamorado de Venecia en el periodo del año en que no hay turistas, y de la región que la rodea, y no conozco montañas más estupendas que las Dolomitas. ¡Ojala el trabajo no te hubiera impedido estar con nosotros en Cortina d´Ámpezzo.  Intenté llamarte desde el hospital, pero me dijeron que estabas en un lugar que carecía de teléfono.

 Tal vez estas líneas nunca lleguen a tu poder. Y esto sucederá si no te las envío. Buena suerte queridita. Mary te remite su amor.

El amor feliz no tiene historia escribía Denis de Rougemont refiriéndose a que las historias de amor pasión terminan fatalmente en otra cosa ya muy alejada de la intensidad del principio. Ingrid y Roberto superaron las dificultades y por fin se casaron el 24 de marzo de 1950.  Tuvieron tres hijos: Roberto (1950) y las gemelas Isabella e Isotta (1952).  Compraron una casa grande Villa Marinella e Ingrid se dedicó a criar hijos entre los parientes de Roberto, que solo le permitía actuar en sus películas. Pronto comenzaron los conflictos cuando desapareció la niebla del enamoramiento entre dos mundos bastante antagónicos (“Mi dicha a su lado fue tan intensa como los disgustos”). Roberto siguió con sus coches y sus gastos desmesurados que, junto con el fracaso de sus películas (hicieron seis juntos Stromboli, Europa 51, Siamo Donne, Viaggio in Italia, Giovanna d’Arco al Rogo y La Paura ), lo pusieron al borde de la ruina económica. Por eso, al final, cedió y dejó a su mujer trabajar con su amigo Jean Renoir en Elena y los hombres. Por aquel entonces las cosas ya estaban mal en la pareja. El 19 de enero de 1956 Ingrid escribía a su amiga Gigi Girossi, desde París, “bien entrada la noche”:

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Con Jean Renoir

Queridísima Gigi

El motivo de estas líneas es pedirte que sirvas de testigo en este litigio. Roberto acaba de marcharse a Italia con la amenaza de que jamás regresará. Tiene una carta mía en la que accedo a la separación y a que nuestros hijos vivan únicamente en Italia o Francia. Se llevó los pasaportes de los niños. Como ya te he explicado ignoro si habló en serio. Pero la situación hace tanto tiempo que persiste que ya no se qué pensar. Todavía, después de los años transcurridos me asusta y creo que esta vez va en serio. Hoy me amenazó con que si no escribía la carta que deseaba, se apoderaría de nuestros hijos para que cuando yo volviese de los estudios (Elena y los hombres) no los encontrase. No pensé que se atreviese a hacerlo pero  se pone como una fiera, me aterra que la falta de pasajes ferroviarios le impulse a meterlos en el auto y desaparecer.

 (…) conserva esta carta, así como el sobre en prueba de que se escribió y remitió en el día actual. No sé que temo. Una de esas cosas que no entiendo. Me aterra perder de nuevo a mis hijos. No me espanta la soledad sino el pensamiento de haber engendrado cuatro criaturas y que me las arrebataran.

Pero Ingrid estaba comenzando un nuevo ciclo, esa suerte que solo tienen algunas personas en la vida. Estando en París, como los tiempos oscuros estaban cambiando en Estados Unidos, la Fox aceptó que le ofrecieron hacer Anastasia (lo que hizo a Roberto recurrir a su amenaza habitual de estrellarse con su coche contra un árbol si aceptaba interpretarla) y también participar en la comedia Té y simpatía que iba a representarse en el Théâtre de París, lo que tampoco gustó a Roberto que era ostensiblemente homófobo. Pero ambos proyectos resultaron un gran éxito (por Anastasia le dieron su segundo Óscar y un Globo de Oro en 1956)  lo que contribuyó más alejarlos. Roberto viajó a la India para hacer un documental durante unos meses, donde comenzó una relación con una joven actriz de aquel país. Ingrid tuvo que interceder ante Nehru para que los dejaran salir.  Al fin, un encuentro en el Hotel Raphaël de París desencadena el final. Así es narrado por Ingrid:

            – Oye Roberto ¿quieres divorciarte?, le pregunté con suavidad.

Se recostó en un sillón mesándose un mechón de pelo, miró la lámpara y guardó silencio. Quizá no me había oído.

            – Roberto, ¿te parece una buena idea que nos divorciemos?, pregunté en tono idéntico.

No habló. Prosiguió la contemplación de la lámpara y reflexioné: “No repetiré lo mismo tres veces. Aguardaré”. Esperé y esperé una eternidad. El insistió en retorcer el mechón de pelo con expresión muy triste.

            – Sí. Estoy cansado de ser el señor Bergman, dijo al fin desgranando las  palabras.

Durante un tiempo, siguieron los encontronazos por la custodia de los niños, pero Ingrid ya estaba en otro mundo: en su vida acababa de entrar el que pronto sería su nuevo marido, Lars Schmidt, un hombre del teatro que, como ella, había saltado de Suecia a Estados Unidos.

P.D. Casualidades del destino: “Una no nace mujer se hace mujer” había escrito en 1949 Simone de Beauvoir, en “El segundo sexo,” para cuestionar la referencia a la naturaleza que se utilizaba entonces para legitimar el mantenimiento de la mujeres en un rol social subsidiario. En ese libro también se refiere a las diferentes vivencias del amor entre hombres y mujeres. Para ella, las mujeres viven el amor como una religión que, casi siempre, implica una renuncia total en beneficio de amante (“El amor es la droga de las mujeres”, había escrito, también, Rimbaud). Frente a ello, reivindicaba un amor más auténtico, más equilibrado, basado en el reconocimiento recíproco de dos libertades y, así afirmaba literalmente: “El día en que la mujer pueda amar, no en su fuerza sino en su debilidad, no para huir sino para encontrarse, no para renunciar sino para afirmarse, entonces el amor se convertirá tanto para ella como para el hombre en fuente de vida, no en peligro mortal”. Pero su relación con Sartre es ya otra historia que también merece ser contada.

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De vez en cuando, hay que volver a Chandler, aquí al menos...
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7 replies on “Ingrid & Rossellini: una cierta historia de amor”
  1. Pingback: Roma es ella
  2. says: Mercedes

    La primera vez que vi Casablanca fue en un domingo como este, en esas sobremesas en las que pocos aguantaban despiertos, y con mi padre en el sillón diciéndome: “Esta es una gran película”
    Yo por aquel entonces no llegaba a los diez años y prefería las películas “con colores”. Ahora recuerdo con especial cariño aquellas tardes en las que mi padre iba dejando ese poso de vida en mí.
    Ahora tengo 26, soy arquitecto, y hace poco volví a ver la película. Realmente empecé a devorar cine, sin medida – como casi todo lo que hago. Y en una semana me había visto todas las películas de Rossellini, y muchas otras en las que salía Ingrid.

    Hoy me había puesto el viejo tocadiscos de casa y había sacado el vinilo de John Coltrane, mientras veía un documental- que imagino que conoce- de José Luis Garci; Casablanca Revisitada.
    Después me he puesto a curiosear por Internet dando con su artículo. Y qué gran regalo!
    No imagina el buen rato que he pasado, no sólo leyéndolo, sino en la posterior revisión de autores como de Beauvoir o Hemingway.

    Se me queda corto el comentario, es como ir a ver una buena película y privarse del gintonic posterior para ganar horas comentándola, y acabar divagando sobre cualquier tema. Esos momentos que ordenan una vida.

    No sé si llegará a leerme, pero le reitero las gracias por un rato tan agradable.

    Cuídese.

  3. says: Mercedes

    pdt: Aprovecho para preguntarle por el significado de la palabra “lilla”, entre paréntesis indica que significa “querido”. ¿ Qué idioma es?

  4. says: Ramón González Correales

    Mercedes

    Muchas gracias por el comentario. Es emocionante saber que, a veces, un texto puede producir justo el objetivo que se perseguía cuando se escribió: estimular un viaje agradable por otras vidas, por otros tiempos, sugiriendo conexiones que quizá iluminan un poco el presente o lo hacen mas entretenido o más interesante.

    La idea de la revista como un club abierto para gente que busca conversar de sus aficiones o de sus sueños de una forma algo distanciada pero no superficial, ni del todo desapasionada, es algo que siempre nos ha gustado mucho.

    Así que encantados de que nos hayas encontrado. Bienvenida al club. Puedes participar en él como gustes.

    Sobre “lilla” el traductor de google dice que es sueco y que significa “poco”. Pero miraré detenidamente el contexto. Reconozco que no me había fijado.

  5. says: Mercedes

    Buenas noches Ramón,

    Muchas gracias por la bienvenida!
    Y perdona porque a lo mejor parece un poco “quisquillosa” la pregunta, pero es que nunca me gustó el ” Querido Fulano”, de las cartas, y en “lilla” he visto la oportunidad perfecta, jeje.
    Pero como bien dices estuve mirando en el traductor y sale “poco”. Pensé que quizás si estaba citado del libro- de las cartas- podría ser fiable y a lo mejor pueda tener esa otra connotación.

    Un saludo.

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