Edmundo Paz Soldán, a ambos lados de la frontera

Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967) consolidó su impulso hacia la escritura ante la efervescencia literaria bonaerense de su juventud universitaria. Entre los 19 y los 23 años experimentó un ambiente novedoso para él, limitado hasta entonces por la ausencia de tradición en las letras bolivianas. Expatriado y asentado desde comienzos de los noventa en Estados Unidos, en sus primeros textos se apartó del realismo social boliviano dominado por campesinos y mineros, lo que le provocó insistentes críticas en su país e incrementó a raíz de ello su madurez lectora. Sin negar el influjo de clásicos como Alcides Arguedas, Oscar Cerruto o Augusto Céspedes, la carencia de grandes referentes nacionales benefició su libertad creativa, aunque solo en sus dos últimas obras ha podido desligarse del escenario de su infancia, sobre el que ejerce una mirada ambigua y cuestionadora reflejada en Río fugitivo (1998), su novela más personal. Como ya mostró en Los vivos y los muertos (2009) y en su última novela, Norte (2011, Mondadori), Bolivia ha dejado el terreno literario para convertirse en objeto periodístico socio-político, con el desafío a distancia de crear en sus narraciones literatura norteamericana en español. Su crecimiento y evolución están marcados por el desprendimiento panorámico que ejerce sobre Bolivia hacia la intimidad de los microambientes estadounidenses, haciendo gala de un eclecticismo temático que le permite afrontar desafíos como el de su próximo proyecto, una novela de ciencia ficción. Norte, recibida con honores por parte de la crítica, consolida su narrativa y, sin perder su identidad latinoamericana, exhibe de nuevo a un autor de marcado carácter cosmopolita, consiguiendo una resonancia internacional negada a sus compatriotas, a una literatura ajena a la posmodernidad, y que le llevará, entre otras lenguas, a ver traducida su novela al francés por Gallimard.

Paz Soldán formó parte de la fallida generación McOndo, reacción posmoderna contra la escuela del realismo mágico, publicada en una antología en 1996 por una nueva hornada de narradores latinoamericanos que posteriormente separaron sus caminos. En la actualidad, la literatura latinoamericana asume el vacío de un movimiento imperante favoreciendo una multiplicidad de voces alejada ya de los grandes grupos del realismo mágico o anteriormente el realismo social, pero con un elemento inherente en común: la realidad virtual. Gracias a su imaginación, frescura y capacidad experimental, Paz Soldán se ha confirmado como un autor representativo de este periodo, en el que los medios de comunicación y la tecnología estrechan relaciones con artes y materias dispares, explotando una cantidad de temas nuevos poco tratados por la literatura, generalmente reacia a escapar de sus márgenes. Estas características, conjugadas con el choque que provocan en los eternos sentimientos humanos, fueron explotadas a fondo en Sueños digitales (2000) y aparecen de nuevo en el relato contemporáneo de Norte, ya como una constante pazsoldaniana, reflejando un mundo juvenil sometido a la burbuja de la sobreinformación y el continuo llamamiento a referentes de la cultura popular.

Actualmente, Paz Soldán combina su faceta de escritor con las de periodista y profesor en la universidad de Cornell, Ithaca (EEUU). Referente de opinión en temas bolivianos e internacionales, es el escritor más asentado de su país. Novena en su producción, Norte relata tres historias separadas en el tiempo que abarcan los últimos 80 años con un cauce común: la vida en los estados fronterizos de México y Estados Unidos a través de seres inestables sujetos al peso del desarraigo en la inmensidad de América del Norte; tres Latinoamericanos perdidos en EEUU, al modo de los Mexicanos perdidos en México de Los detectives salvajes.

Hábil en el manejo de los tiempos adaptando su escritura a la cronología de lo narrado para después encajar coherentemente sus piezas, Soldán desechó el rumbo de un proyecto ecuménico para reflotar a tres de sus personajes. Dos primeras historias basadas en hechos reales contribuyen a organizar el esqueleto temporal para modelar desde ahí la psicología de los personajes y una tercera, en cambio, luce un yo contemporáneo aceptando la estrechez tecnológica cotidiana en nuestra sociedad. Las historias se tocan, pero no se cruzan, resaltando con esta independencia el simbolismo de vasos comunicantes en vidas dispares y alejadas con un conjunto de circunstancias paralelas. El vanguardismo de trama y estructura en la novela evidencian la madurez de un autor que no duda en remitir a Cormac McCarthy y David Mitchell como maestros contemporáneos para su ambicioso asentamiento como “novelista americano”, manteniendo el registro del mexicano coloquial, el sentir del lenguaje de la calle elevado a alta cultura inspirado en su gran maestro, Vargas Llosa.

Martín vive la miseria de los inmigrantes mexicanos en los años de la Gran Depresión, obligado a dejar atrás a su familia y desempeñando ocupaciones abyectas junto a otros compatriotas desplazados, como la construcción de trenes, metáfora maldita de su mísero destino. Autista y de salud delicada, encerrado en un psiquiátrico californiano los últimos 33 años de su vida, el tiempo le convertirá en uno de los mayores pintores art brut del siglo. Sus obras regresaban a una vida pasada de jinetes y caballos, paisajes, mujeres, trenes y túneles, obsesiones de unas raíces profundamente mexicanas. Jesús, centro del relato, vive una difícil infancia con precoces brotes de violencia. En su natal Villa Ahumada, Norte de México, arranca una leyenda que le convertirá en el Railroad Killer, el asesino más buscado por el FBI, en la llamada Operación Stop Train que exaltaría la generalizadora hostilidad histórica hacia los mexicanos en EEUU. Asesinatos a sangre fría, trabajos de contrabando, robos, violaciones, burdeles y drogas le convierten en un ser desarraigado y obligado a huir, alrededor de una línea fronteriza sin secretos para él. Un instinto asesino creciente que forja un odio hacia Norteamérica repleto de dolor, rabia y amargura, consecuencias de la hostilidad y el rechazo. Michelle es una joven desorientada afincada en Texas, con familia procedente de Bolivia, raíces que le impulsaron a estudiar un post-grado de literatura hispanoamericana. La universidad deja paso al trabajo junto a su obra creativa de dibujante de comics, tan estancada e inconstante como una vida social alterada por los problemas de la contemporaneidad.

La violencia de Jesús extendida en la frontera unifica las partes y a una minoría oprimida percibida con una mirada de desconfianza por la comunidad estadounidense con Ciudad Juárez como referente del horror, el silencio y el miedo, núcleo de la creciente cultura del narcotráfico, una mafia perfectamente organizada con la complicidad policial y política estadounidense. Un infierno, espejo de frustraciones, que ha estimulado a escritores como Elmer Mendoza, Eduardo Antonio Parra o el Bolaño de 2666, y un psicópata, fruto de la filia del autor hacia las novelas policiacas de su biblioteca paterna, que representan hiperbólicamente el pánico del ciudadano americano ante una inmigración latina incapaz de olvidar fronteras psíquicas y culturales, de asimilar su nueva sociedad como si hicieron las anteriores, inadaptada pero imparable en su avance.

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