Cuando Goya decidió que las majas formaran díptico demostró la realidad del cuerpo: cuando somos desnudos somos uno, el que somos, el único posible. Al vestirnos nos multiplicamos.

En la búsqueda de la complejidad creó el hombre los vestuarios, toda clase de adornos que amplían nuestro atractivo en forma de círculo, en todas direcciones. Gustamos como hombres de la belleza adornada, del misterio de lo insinuado, del juego de la suposición. Ésta es la razón por la que mantenemos el vestido. Desnudar es por tanto averiguar la belleza esencial, no elaborada, en bruto. También como hombres gustamos de ésta, la que es última, la que no miente, la primigenia.

Cuando Goya decidió que las majas formaran díptico legitimó imprescindibles ambas bellezas. Hoy, por culpa de su verdad, debemos lidiar y fascinarnos con las dos.

Etiquetado en
Para seguir disfrutando de Santiago Galán
“La llegada”, el momento Villeneuve
  Llá­men­me pedante, insensible o el exabrupto que se les ocurra, pero...
Leer más
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *