A lo largo de los siglos se ha argumentado que la reina Juana I de Castilla (1.479-1.555) padecía una grave enfermedad mental, que enloqueció por amor e, incluso, que fue precisamente su encierro de 47 años en Tordesillas lo que la “enloqueció”. En realidad, este debate se inició ya en vida de Dª Juana. Frente a quienes proclamaban su locura (padre, esposo e hijo) tuvo defensores (miembros de la nobleza castellana y los propios comuneros) que pretendían que dicha locura era invención de aquellos interesados en usurparle el trono. En este artículo les invitamos a sumergirnos someramente en su biografía.

Unas palabras sobre su infancia (de 1.479 a 1.496):

Estamos ante una Corte nómada, los Reyes Católicos viajaban de frontera en frontera, por lo que sus hijos (Isabel, Juan, Juana, María y Catalina) fueron criados en los palacios de la retaguardia. Recibieron, dentro de la sobriedad imperante, una esmerada educación acorde con los afanes culturales de la gran reina Isabel. Juana dominaba el latín y la danza, tañía varios instrumentos y, tras su estancia en los Países Bajos, llegaría a hablar también francés. Afectivamente, debieron impresionarle tanto las visitas a su abuela Isabel de Portugal (encerrada en el castillo de Arévalo por sus desvaríos) como el celo materno ante las infidelidades de D. Fernando (la reina solía rodearse de damas virtuosas y poco agraciadas para no dar oportunidad a los devaneos de su esposo).

Adolescencia, amor y primeros síntomas (de 1.496 a 1.500):

En 1.496, a los 16 años, Juana embarca para desposar a D. Felipe “el Hermoso”, duque de Borgoña, lo que supone una radical ruptura con su pasado. D. Felipe era un vividor, amante de los torneos, los bailes y los juegos de pelota. Ella, deslumbrada, y él, fascinado por su belleza, adelantan la boda para consumar el matrimonio. Al parecer, un matrimonio de conveniencia política se transformó en flechazo. Prodigios de la carne o de Cupido, pues no compartían idioma alguno.

Hacia 1.498, a los 18 años, aparecen ciertas alteraciones de comportamiento, como no pagar a sus servidores, apatía y despreocupación de sus deberes al frente de palacio. Su confesor transmite este desapego sentimental a la reina Isabel: “Dª Juana…tiene duro el corazón, crudo y sin ninguna piedad”. En cualquier caso, parece que tras acentuarse los síntomas con su primer embarazo, mejoraron después y pasó dos años relativamente estable.

Sin embargo, el destino complicó las cosas. El príncipe Juan y la infanta Isabel murieron, con lo que recaen en Juana los derechos sucesorios. Felipe se ve inesperadamente rey de Castilla, algo con lo que nunca habría soñado.

Una agitada juventud (de 1.500 a 1.509):

En 1.500, Juana y Felipe parten hacia España para ser proclamados herederos al trono. En nuestro país el archiduque, de inclinaciones francófilas, teme por su vida y se marcha cuanto antes, si bien la princesa se queda por lo avanzado de su cuarto embarazo. Los médicos de la reina Soto y Gutiérrez de Toledo la examinan: “algunas veces no quiere hablar, otras da muestras de estar transportada, días y noches recostada en un almohadón, con la mirada fija en el vacío”. No dormía, no comía o se atracaba y alternaba la inmovilidad con bruscos episodios de cólera. A su madre le parece que ha perdido la razón y, en su testamento, hace constar que si Dª Juana se encontrara mal dispuesta o incapaz de llevar a cabo las funciones reales, ejercería la regencia su padre D. Fernando. Los altercados madre-hija se suceden, por lo que es trasladada al castillo de la Mota (Medina del Campo). Aquí mejora su conducta pero, tras recibir carta de D. Felipe, intenta partir de inmediato a reunirse con él. Juan de Fonseca se lo impide y amenaza con ahorcarle, pretende marcharse andando, se lanza contra la verja, pasea a medio vestir por las torres y almenas y, por la noche, se niega a cobijarse. Estamos en un frío noviembre castellano y ha de encenderse una hoguera junto al portón para evitar que la heredera se congele. Alarmados, los reyes acuden y la encuentran “furiosa como una leona púnica”.

En 1.504 Juana logra por fin embarcar hacia Flandes, al encuentro de Felipe. Su esposo la recibe con júbilo, pero ella pronto nota su distanciamiento sentimental que atribuye con acierto a aventuras extramatrimoniales. Identificada la rival, la princesa corta personalmente o manda cortar (existen dos versiones) al rape la melena de la joven. Felipe se enfada y entablan una descomunal discusión. A partir de entonces, Juana alterna las escenas de celos y furia con diversas técnicas de seducción (maniobras de harén aprendidas de las moriscas de su séquito, baños y bálsamos perfumados…), rara conducta en el mundo cristiano de la época. Posteriormente comenzará a decir a todo que no, pasando días enteros con la mirada perdida en el vacío, inmóvil y canturreando entre dientes. Para un psiquiatra, estamos ante un comportamiento bizarro (o sea, extraño y absurdo), negativista (pasivo y oposicionista) y con posibles soliloquios (episodios en que el paciente habla solo).

En noviembre de ese mismo año 1.504 muere la reina Isabel, pero D. Fernando, apoyándose en su testamento, no cede el gobierno. Se consolidarán así en Castilla dos grupos políticos, en apoyo bien de D. Fernando o de D. Felipe. Juana se encuentra en medio, atrapada entre los intereses de su padre y de su marido.

En 1.506, Felipe embarca hacia España llevando consigo a su esposa y, lógicamente, a sus damas de cámara. Ésta las hizo descender de los navíos negándose a emprender viaje si alguna otra mujer iba en la flota (fueron reembarcadas clandestinamente pues era impensable que la reina de Castilla se presentara en su país sin séquito). Con toda probabilidad, estamos asistiendo a la génesis de un delirio de celos. Un delirio es un pensamiento falso (aunque pueda haber tenido una base real en origen), del que el paciente está absolutamente convencido y que es irrebatible a la argumentación lógica. Aunque las infidelidades existieran, la reacción de Juana es del todo exagerada, sobre todo considerando los intereses de estado propios de un matrimonio real. El caso es que desembarcan en La Coruña y, ante el asombro de los gallegos, se niega a jurar los antiguos privilegios del reino, a firmar ningún documento, a recibir a los Grandes y a participar en actos oficiales. O sea, advertimos una conducta negativista, paranoide (patológicamente desconfiada) y, cuando menos, bizarra o absurda. De todas formas, lo que parece cierto es que Felipe la retiene prisionera con objeto de evitar un posible encuentro padre-hija y una cesión de poderes por parte de ésta. No podemos olvidar que la verdadera reina es Juana.

El destino hace su aparición de nuevo y el 25 de setiembre de 1.506 el archiduque muere en Burgos. Según los cronistas, Juana “apenas si mostró semblante de duelo en la hora de su muerte, ni…durante la enfermedad”. Esta escasa repercusión emocional de los acontecimientos podría corresponder a lo que llamamos embotamiento afectivo en el argot psiquiátrico. Sorprendentemente, desaparecido el rey consorte, la reina seguirá sin gobernar (de la regencia se harán cargo Cisneros y después Fernando el Católico). A este negativismo, se suman otras alteraciones de comportamiento: Felipe es enterrado en la Cartuja de Miraflores y Juana hace abrir el féretro dos veces para asegurarse de que sigue allí, actos que responden muy probablemente a un delirio de robo. De pronto, recordando que el difunto quería ser enterrado en Granada, ordena desenterrarlo en contra de la opinión de sus ministros y del arzobispo de Burgos y, en pleno invierno, peregrina de noche por la estepa castellana a la luz de las antorchas. Esta conducta bizarra, así como el delirio de celos, es relatada por el humanista Pedro Mártir de Anglería:

“Desenterró al marido el 20 de diciembre…, nos llamó para que reconociésemos el cuerpo…. En un carruaje hacemos su transporte…. Nos detuvimos en Torquemada…. En el templo parroquial guardan el cadáver soldados armados…. Severísimamente se prohíbe la entrada a toda mujer…. La queman los mismos celos que la atormentaban cuando vivía su marido…. Ninguna época vio un cadáver sacado de su tumba, llevado por un tiro de cuatro caballos, rodeado de funeral pompa y de una turba de clérigos entonando el Oficio de Difuntos”.

De la edad madura hasta el final (de 1.509 a 1.555):

En 1.509 Dª Juana es trasladada a Tordesillas. Los ocho primeros años queda al cuidado de Luis Ferrer que justifica haberle “dado cuerda” (castigo físico) ocasionalmente “pues se negaba a tomar alimento” (anorexia) y rehusaba dormir (insomnio), vestirse y asearse (abandono de la higiene personal). En 1.516 fallece Fernando el Católico y Cisneros encomienda el gobierno del palacio de Tordesillas a Hernán Duque, quien, más hábil en el trato, logra que vuelva a “dormir en su cama, tomar las comidas y vestirse con decoro”. Con la llegada de D. Carlos, en 1.517, Hernán Duque es sustituido por el marqués de Denia, inflexible y rígido. Vuelven los episodios de furia que se alternan con otros de inmovilidad con la mirada perdida en el vacío, malcome, se opone a lavarse y a cambiarse de ropa, pasa los días en cama y las noches sin dormir. Pero hay algo más grave: Dª Juana se niega a oír misa y manda quitar el altar de su aposento por considerarlo embrujado.

En 1.520 los Comuneros se sublevan, llegan a Tordesillas y son recibidos por la reina. Aunque disfruta de una temporada de mejoría, contesta con vaguedades a Juan de Padilla, no toma decisiones ni firma nada. Meses después, intentarán que lo haga mediante engaños y coacciones. Y, al sentirse forzada, crece su negativismo: no come, no duerme ni habla. Los rebeldes van convenciéndose de la locura de la reina y llaman a médicos y exorcistas, sin resultado.

Con la victoria imperial volverá el marqués de Denia. Gracias a su correspondencia con el Emperador sabemos que la reina refería que un gato gigantesco había desgarrado a su padre y a su madre y le acechaba a ella (ideación delirante de tipo persecutorio y de perjuicio), que blasfemaba, que mandó quitar el altar e imágenes de su habitación y que acusaba de ser brujas a las mujeres a su servicio. Estas ideas delirantes de tipo místico preocuparon hasta tal punto al futuro Felipe II que envió en dos ocasiones a San Francisco de Borja para enmendar su desvarío espiritual.

En 1.555, a los 76 años, la reina tiene las piernas edematosas y ulceradas, se infectan, aparece fiebre y muere en dolorosa agonía.

Para concluir…

Sin olvidar el riesgo de caer en el anacronismo, desde el punto de vista psiquiátrico muchos de los síntomas de Juana parecen claramente psicóticos. Es decir, al menos en numerosas ocasiones a lo largo de la vida, sufrió una pérdida de contacto con la realidad derivada de sus ideas delirantes. No obstante, dados los problemas inherentes a la aproximación histórica, es difícil aseverar si estamos ante una psicosis esquizofrénica, esquizoafectiva o, simplemente, afectiva con síntomas psicóticos.

Y, por último, no podemos dejar de preguntarnos hasta que punto habría cambiado el devenir de la historia de España si una reina mentalmente sana hubiera gobernado.

Bibliografía:

  • Fernández-Alvarez M (ed): Juana la Loca, la cautiva de Tordesillas. Madrid, Espasa Calpe SA, 2002

  • Vallejo-Nájera JA: “Doña Juana la Loca”. En: Vallejo-Nájera JA (ed), Locos egregios. Barcelona: Planeta SA, 1986, 5:39-66

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2 Comentarios

  1. says: Juan S.

    Muy exacto diagnostico de Juana I de Castilla, concuerda con los actuales comportamientos de personas con ya un trastorno neurologico sumado este a situaciones de trastornos adaptativos y devenires sociales que se crean en torno al mismo trastorno, el rechazo que crean y la oposición así mismo que crea el propio enfermo a su entorno y enfermedad. Lo digo con fundamento de prueba dado que me tocó vivir una experiencia con una persona con psicosis delirante celotipica entre otros comportamientos.
    Un saludo desde Palma de Mallorca. 7.7.2014

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