No conviene ir por la calle mirando hacia el suelo o ensimismado en los propios pensamientos, aunque a veces sea inevitable. De esa manera, nos daría igual pasear por las calles de Madrid que por una de las grandes avenidas de Nueva York, o junto a un canal en Ámsterdam. Y no es lo mismo. En cada portal, escaparate, en los ojos de quienes se cruzan con nosotros, en cada acera, incluso en los balcones o en el tendido eléctrico que atraviesa aún muchas calles europeas, podemos encontrarnos sorpresas, razones para disfrutar, para que nuestra mente viaje un poco más allá del preciso espacio que nos rodea.

Caminando con ojos curiosos podemos encontrar imágenes como ésta que muestra la fotografía de Nika Jurov. Ella la tomó en la ciudad eslovena de Ljubliana, pero las hemos visto en muchos lugares. Siempre me parece algo mágico que tantos zapatos, zapatillas, cualquier calzado que lleve cordones, en definitiva, acabe movido por el viento mientras pende de un cable.

Broma, casualidad o costumbre, me parece estar viendo una instalación artística. Hay quien dice que es un código de bandas rivales para delimitar territorios; otros, que indican los lugares donde se vende droga…Ahora mismo comienza a hablarse de shoefitti, una mezcla de las palabras shoes y grafitti, que intenta definir un nuevo arte urbano. Y no podemos olvidar que en España los recién licenciados de la mili colgaban sus botas y zapatillas de un cable. Sea por éstas u otras razones, al mirarlas no puedo evitar pensar en El Salón de los Pasos Perdidos. Es una conexión personal. Siempre me ha gustado esta frase que da nombre a un lugar donde muchas personas caminan mientras piensan, deciden, esperan…Pero en esta fotografía, por contra, me da la impresión de que lo que vemos son muchos pasos encontrados. Cuento el número de pares y puede haber unos 30. Si valoramos que cada día damos alrededor de 2.000 pasos, equivalentes a unos dos kilómetros -aquellos que no sean deportistas, claro-, puedo pensar que ante mis ojos hay varios cientos de miles de pasos avanzados. Los que han dirigido a sus antiguos dueños hacia el trabajo o el instituto; puede que a coger un avión, o a lo mejor les han hecho llegar hasta el lugar donde les espera su amor, hacia una librería o, por contra, a cualquier lugar al que no queremos ir, como cuando nos disponemos a despedirnos de alguien o a dar malas noticias.

Lo cierto es que los zapatos protegen nuestros pies mientras corremos hacia un objetivo o huimos de cualquier peligro. Sobre ellos estamos cuando besamos, cada vez que nos ponemos de puntillas para alcanzar un viejo disco en el estante más alto, o si hacemos el tonto mientras saltamos o bailamos para hacer reír a quien tenemos cerca.

Pero no hace falta ponerse tan trascendentes. Los zapatos son eso: zapatos. ¿O tal vez son algo más? Si observamos nuestros pies ahora mismo, seguro que vemos unos que nos gustan, sólidos y de buen material. Puede que tengan un tacón que nos permite pisar con fuerza, o que lo que tenemos delante sean unas zapatillas con colores que nos sacan la sonrisa cada mañana al atar sus cordones y que nos provocan unas tremendas ganas de correr. Los zapatos son para disfrutar mientras caminamos, de ellos y de nuestra ruta. Lo importante, al final, es que nunca nos quedemos quietos. Como decía Miguel de Cervantes, “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho” -acabo de encontrar la frase mientras curioseaba las páginas del Centro Virtual Cervantes, que tiene un refranero multilingüe delicioso-.

Sobre unos zapatos bonitos se vive mejor, sin duda. Seguro que Elvis lo pensaba siempre mientras cantaba y nos contagiaba la energía de sus eternos zapatos de gamuza azul.

*La imagen que ha dado motivos para escribir este texto ha sido tomada este verano por la colaboradora hyperbólica Nika Jurov.

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