Cuando Wassily Kandinski miraba una línea fijamente no veía lo que todos: un trazo recto y oscuro, una mancha destacada sobre otro fondo más tenue. Tampoco apreciaba de manera aislada los límites rectilíneos de un objeto sencillo, la diferencia entre la nada y el comienzo de cualquier materia. Para este pintor y teórico de la abstracción ruso, “la línea es la traza que deja un punto al moverse”, surge sólo cuando ese punto pierde el reposo, en el mismo momento en el que adquiere vida. Una raya es “la forma más simple de la infinita posibilidad de movimiento”, como explicaba en 1926 dentro de su ‘Punto y línea sobre plano’.

Pienso en sus palabras mientras miro hacia abajo, hacia mi camiseta, y trato de buscar el punto que da origen a cada una de las rayas horizontales y azules que se dibujan sobre el fondo blanco. Hago un esfuerzo e imagino que puedo borrarlas, localizar su comienzo, adivinar qué lugar elige cada punto para dejar su descanso.

Los rayos de sol que atraviesan la persiana me complican aún más la labor.  Ahora son líneas brillantes las que se dibujan también sobre la tela. El naranja de este sol que baja y el azul ultramar componen una trama imposible de separar mientras las miro. Me rindo y acepto el fracaso: no puedo poner mi camiseta en blanco. Sigo viendo rayas, las mismas que miraba el doctor Ballantyne en ‘Recuerda’ antes de desvanecerse. Ya podía ser sobre la nieve, un mantel inmaculado o una camisa, pero el personaje creado por Hitchcock perdía el sentido ante la visión de cada recta, una imagen que le conectaba con algún pasado que creía tener lejos, pero que estaba ahí, escondido entre líneas.

Mi memoria me tiende más hilos que atrapo y que me llevan a todas las rayas que me gustan, las que siempre logran atraer mi mirada, y me alejan de aquellas que rechazo, de las que son símbolos que hablan de la atrocidad y de la ausencia de libertad.  Mucho más que la distancia más corta entre dos puntos, las líneas son un motivo de atención para el ojo humano, pese a su sencillez, sin tener por qué llegar a la obsesión del guapo y atormentado doctor encarnado por Gregory Peck. De esa capacidad de atracción se dieron cuenta los marineros bretones cuando, a finales del siglo XIX, comprobaron que las rayas azules sobre fondo claro eran  un reclamo para la vista si un hombre caía al agua. Su uniforme las incorporó rápidamente y, con ese gesto, conectaron para siempre el mar y la manera de vestir cerca de él.

Lo cierto es que las rayas llevan siendo un referente gráfico y decorativo y un símbolo de elegancia desde hace décadas. ¿Qué tienen en común sino Coco Chanel, Audrey Hepburn, Françoise Hardy, las playas de Biarritz, Picasso, James Dean, Edie Sedgwick -la musa de Warhol-,  Jean Seberg o Epi y Blas, los personajes de Barrio Sésamo?

El salto de la raya al armario como un motivo elegante y chic surgió, como tantas cosas, de la casualidad, durante un paseo de la modista Coco Chanel por las playas de Deauville, en los primeros años del siglo XX, con su pareja en esa época, el jugador de polo y aristócrata Arthur Capel. Ella sintió frío y decidió ponerse la camiseta marinera de su acompañante. El tejido agradable y la simplicidad de la estampación de la prenda le hicieron ver sus posibilidades como medio para romper la seriedad en el vestir femenino de la época, añadiendo un punto masculino y trasgresor en el intento. Esa interpretación de Chanel dio origen a una estrecha relación entre la sencilla camiseta de rayas y el chic francés. También rayas y música pop marchan próximas, una conexión inglesa que surgió a finales de los 60 con grupos como Small Faces o The Who y que marcaron el camino de la estética mod.

Algo tienen las rayas cuando año tras año, primavera tras primavera, vuelven a los armarios…o tal vez nunca se han marchado, desde hace décadas. El propio Jean Paul Gaultier les dio un nuevo impulso en los 90, aunque, probablemente, esas camisetas nunca lo necesitaron.

Esta prenda sin edad consigue ser un auténtico ladrón de años para el que la elige, una manera de despistar al tiempo y de restar seriedad a quien la lleva. Una forma de sumar ese je ne sais quoi a nuestro perfil, de sonreír desde nuestra indumentaria, de pensar que es primavera, aunque haya nieve fuera y nos pongamos cuatro capas de ropa ocultando nuestro corazón rayado. Lo confieso: sí, siento pasión por las rayas.

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4 Comentarios

  1. says: j de la gandara

    Conchí, te regalo esta paráfrasis del primer poema que publiqué… ¡hace tanto!

    BIG – BANG (2)

    la raya
    misteriosa distancia
    entre el punto
    y su nostalgia

    la raya
    el ser de un rayo
    atrapado siendo ser
    en la penumbra

    la raya
    punto que quiere ser
    rayo huyendo
    del origen

    el ser
    es raya y luz
    puro punto a punto
    de nacer

    1. says: Conchi Sánchez

      Jesús, ¡¡¡es perfecto para el artículo!!! Gracias!!! Es la misma visión de Kandinski de la línea como punto lleno de vida. Por cierto, una delicia el pequeño libro de 1926 donde lo explica, cuyo enlace está en el texto.

  2. says: Patricia

    Muy interesante el texto, ahora comprendo por qué me gustan tanto esos puntos huidizos. Un secreto: unos calcetines con rayas siempre hacen que empiece con buen pie el día.

    Un saludo, me encanta vuestra revista.

    1. says: Conchi Sánchez

      Gracias Patricia!!!! Sabemos que eres una de nuestras más fieles lectoras. La sensación que tú tienes con los calcetines, la tengo yo con las camisetas…bueno, y en general, con cualquier objeto rayado, jajajjajajaj…Es divertido seguir la pista de nuestras pequeñas pasiones, justo ésas que nos mejoran la vida 🙂

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