UNO. A pensar se aprende. Los maestros no se eligen. Las influencias tienen sinrazones que la cabeza no comprende.

DOS. Las casualidades suelen ser buenas consejeras. Esta frasecita que haría las delicias de Paul Auster –si se me permite la petulancia-, también las haría de Bradbury -si se me permite la petulancia, segunda parte-.  (Arriesgo que también haría las de Vila-Matas.)

TRES. Un estilo -sea eso lo que sea- está conformado por elementos que no conseguimos asimilar jamás, mezclado con otros ingredientes que han ido formado en nosotros una argamasa subrepticia, de la que, frecuentemente, no alcanzamos a tener noticias tangibles. Lo que escribo está hecho de lo que he leído y también de lo que no he leído. Muchas de mis influencias literarias –ya no pido más disculpas por petulantearme en vuestras caras- no provienen estrictamente de los libros. Los Tres Chiflados, Superagente 86, Pepe Biondi, María Elena Walsh, Gila, Mafalda, Les Luthiers, Abbott y Costello, los amigos de la infancia, una vecina rubia y algunos otros, han hecho más por tallar el cristal del objetivo con que miro el mundo que El Quijote, la Biblia o 50 Sombras de Grey, por poner ejemplos de superventas que, se supone, han dado alcance a muchos lectores. Se entiende que dar alcance es una cosa, y dar con el entrañable centro de la diana, otra.

CUATRO. Jugar al fútbol casi ininterrumpidamente desde los cinco hasta los quince años formó y deformó mi carácter hasta convertirlo en lo que es y quisiera ser y no me dejan, y no me dejan, como decía algún verso de alguna canción de Roque Narvaja. Claro que, expuestos ante rayos similares, los efectos en los afectados no son los mismos. Porque, además de compartir muchas de estas afinidades particulares con amigos más o menos cercanos durante infancia y adolescencia, no compartimos otras tales como padres, hermanos, familiares, nombres propios, cometidos impropios, escuelas, accidentes fortuitos, muertes en la familia –en la de James Agee o en la nuestra propia-, etc, etc. Es por eso que me parezco a gente que en nada se parece a mí. Y algunos de ellos se reconocen sólo lejanamente en mis ojos.

CINCO. La educación sentimental, creo que quiero decir, no admite Logses ni Lomces que la pauten. Afortunadamente.

SEIS. Si somos lo que comemos yo soy una milanesa con papas fritas. Si somos lo que leemos, yo sigo siendo El Hombre Ilustrado.

SIETE. Comencé a leer lo que deseaba leer, y no lo que me hacían leer, por haber leído el Hombre Ilustrado. Gracias a la señorita Susana, unas de mis maestras de 5º, 6º, y 7º de primaria. Susana no era un símbolo sexual, pero de los símbolos de que disponíamos por ese entonces, el suyo era el que más trazas de sexualidad contenía. No diré que la ansias de conocimiento de la carne no actuara como incentivo del conocimiento de las letras. Yo tenía once años. La portada era azul. Un dibujito en el centro, que no recuerdo. Editorial Minotauro. Hay editoriales a las que debemos mucho. Aunque luego –casi cuarenta años más tarde- no se dignen a publicarle a uno escrito alguno.

OCHO. Bradbury sigue siendo una referencia –a falta de una palabra más horrible-. Vinieron luego otras lecturas. Algunas de ellas, se supone que más elevadas –con los años llegaron Cheever y Carver, y Vila-Matas y Lobo Antunes-, deberían haber confinado a Bradbury al baúl de los recuerdos de las lecturas iniciáticas. El mismo oscuro y polvoriento rincón donde duermen Verne o Salgari después de haber hecho su trabajo. Pero Ray sigue haciendo su trabajo.

NUEVE. Hace unos años en el Babelia salió una portada de Bradbury ya muy mayor. En su casa. En pantalones cortos y calcetines. Sentado en un sillón. Rodeado de libros. Una especie de decadente señorín con síndrome de Diógenes literario. Una foto preciosa, que está enmarcada en una pared cercana a mi mesa de trabajo.

DIEZ. El 19 de junio de 2012 me enteré de que Ray Bradbury había muerto el 5 de ese mes. ¿Cómo es posible que hubieran pasado tantos días sin conocer esta triste noticia? Me entró una especie de infantil sentimiento de culpa. Él jamás supo que había sido mi maestro. A lo mejor si hubiéramos tenido cinco minutos para conversar, y a pesar de que mi inglés puede calificarse de inexistente, tal vez hubiera conseguido hacérselo saber.

ONCE. Cuando un escritor muere lo único que ocurre de malo es que deja de escribir.

DOCE. Hace un año ha muerto el hombre que me ilustró.

TRECE. Empezaba a escribir desde cualquier parte. Seguía a partir de respuestas a preguntas imprevisibles. Sabía que una ficción es zarpar desde el puerto de cualquier sustantivo sin saber a dónde ir . Pero aprender a perderse es dificilísimo. Para conseguirlo recomendaba escribir un relato por semana. Decía que no se pueden escribir tantos cuentos malos. No sé yo si la aplicación de esa posología nos curaría el dolor producido por la carencia de talento. A lo mejor leyendo cada día un relato de Bradbury…

CATORCE. ¿Acabaría él un texto con puntos suspensivos?

(Respuesta: Algunos de sus cuentos acaban así).

 

 

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5 Comentarios

  1. says: Antonio M

    Me gusta todo esto que dices, incluso compartimos lo de Cheever y Carver. Algunos cápitulos de El Quijote, me dieron verdaderos quebraderos de cabeza por los obligados comentarios de texto para sacar nota. La Biblia me interesó a partir de T.S Eliot, incluso compré un libro de Literatura y Conversión y hace años también descubría La Biblia apócrifa y me entretuvo la lectura de algunos pasajes. De Bradbury no sé nada de nada, soy un completo ignorante como en tantas y tantas cosas.

    Un abrazo

  2. says: CARMEN PATIÑO LOPEZ

    Tus conocimientos se chocan contra el muro de mi incultura y de los autores citados reconozco que a algunos les desconozco (mis inevitables juegos de palabras). Conclusiones inmediatas de tu magnífico escrito : 1.- Leer inmediatamente “Farenheit 451” como aperitivo de Bradbury.- 2.- Plenamente de acuerdo en la fuente múltiple que conforma nuestro ser pensante. 3.- De tantos proyectos que quedaron en el camino (uno era ir a Buenos Aires en barco) me voy a tomar en serio mi gran entusiasmo por escribir y no está mal plantearse una narración a tiempo fijo para ir abriendo boca.4.- Los puntos suspensivos siempre dejan al lector la libertad de inventarse el final. 5.- Claro que opino que las casualidades suelen ser buenas consejeras pero …
    Gracias por escribir y por hacerlo tan bien.

  3. ÓSCAR. Es una buena definición, sí. Más, si tenemos en cuenta que viene de alguien como tú, que sabe muy bien de qué habla. Y lo sé por haber escuchado la estupenda entrevista que te han hecho y que sugieres en tu siguiente comentario. Muy recomendable.

    ANTONIO. No te preocupes, Bradbury te sabrá esperar y estará allí cuando te decidas. Yo llegué muy pronto a él, pero a Cheever y a Carver, en cambio, más tarde. ¡Pero si acabo de decir que nunca es tarde! Abrazo.

    CARMEN. Tu creerás que tienes un muro de incultura, pero yo sé que tengo, como decía Monterroso, “Una cultura lacustre: llena de lagunas”. Ya charlaremos de muros y lagunas en tu “Francisca”. Allí sí que no hay muros contra la buena cocina. (Puedes quedarte con el eslogan.) Un beso.

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