No es porque lo diga el escritor Jonathan Franzen (Más afuera, “El frailecillo chino”) pero el fragmento “China, en general, en su precipitada búsqueda de dinero, con fabulosos millonarios, una inmensa clase baja y una red de seguridad social desmantelada, con un gobierno central obsesionado por la seguridad y ducho en explotar el nacionalismo para acallar a sus detractores, con la regulación económica y medioambiental en manos de consorcios incestuosos formados por empresas y administraciones locales, ya venía antojándoseme el sitio más afín al Partido Republicano donde había puesto los pies” encierra unas cuantas claves acerca de la potencia económica del momento.

Lo cierto es que es difícil no maravillarse ante el avance económico del país asiático: segunda potencia económica mundial, centro de la geoestrategia internacional actual, punto de mira de las empresas internacionales, invasión mundial de sus productos en los últimos 30 años…probablemente estemos ante el crecimiento económico y financiero más rápido y espectacular de un país, nunca antes visto por la humanidad.

Necesidad de dinero y materias primas

Para llegar a esta situación, cuidadosamente planificada por los dirigentes chinos a lo largo de décadas, Pekín ha desarrollado un sistema productivo ávido de recursos energéticos y necesitado de materias primas, por lo que el desembarco de sus dirigentes en los países en vías de desarrollo no se hizo esperar. No es sólo que entre 1980 y 2005 el comercio bilateral entre China y África se haya multiplicado por cincuenta, sino que los últimos viajes del presidente chino Xi Jinping al continente negro se han centrado tanto en reforzar los lazos geoestratégicos de la zona como en edulcorar hasta extremos empalagosos las declaraciones realizadas por sus dirigentes en las cumbres chino-africanas. El mismo Xi Jinping se ha aventurado a criticar el colonialismo blanco en África aludiendo a que “todos los países deberían respetar la dignidad y la independencia de África”, durante su visita a Tanzania el pasado mes de marzo.

La invasión china del continente negro, aunque cuenta con cierta desconfianza del ciudadano de a pie (por la proliferación del pequeño comercio chino que compite con sus formas básicas de subsistencia), está muy bien vista por los dirigentes africanos, quienes prefieren las infraestructuras tangibles realizadas por el gobierno chino a las promesas de democracia de los países occidentales. Como resumen las claras palabras de Serge Mombouli, consejero de la Presidencia de  Congo-Brazzaville, “los chinos nos ofrecen cosas concretas y Occidente valores intangibles. Pero, ¿para qué sirve la transparencia, el gobierno, si la gente no tiene electricidad ni trabajo? La democracia no se come .

 

Millonarios y clase media

Las repercusiones en la propia China de esta apertura de mercados y de la expansión tremenda de sus productos ha provocado el surgimiento de nuevos millonarios y de guías espirituales elevados a la categoría de gurús en los negocios. No obstante, la clase baja sigue  ocupando un porcentaje enorme de la población que, sin embargo, ha sucumbido al poder de la producción y el consumo  y  deja dudas acerca de la evolución social de una gran parte de dicha población.

Los hijos de los dirigentes políticos cuentan con situaciones de favor nunca antes vistas (el hijo de Ling Jihua, antiguo director de la Oficina Técnica del Comité Central y mano derecha del ex presidente Hu Jintao, murió al estrellar su propio Ferrari) pero al mismo tiempo el PIB de USA a finales de 2012 equivalía 50.800 $ por familia mientras que en China era de 9.600 $, lo que revela los términos reales de la clase media china.

Según José Ignacio Tortosa, directivo de Asuntos Públicos y Corporativos en Telefónica, y estudiante becado por el gobierno chino en la Universidad de Pekín, la razón del consumismo del país asiático reside “tanto en las carencias materiales que durante 40 años ha sufrido la sociedad como en el empeño del estado en hacer del país la fábrica del mundo. El objetivo, claramente conseguido, ha sido cubrir la demanda internacional a precios bajos para enriquecer al pueblo chino y potenciar de paso el consumo interno. Ciertamente es una incógnita saber si este sistema se puede mantener mucho tiempo pero ya sólo el progreso alcanzado –económico, de formación y cultural- es motivo de admiración”.

Secretismo y escenificación en la toma de decisiones.

El devenir de la sociedad china queda más incierto por la propia opacidad de la política del país asiático, que siempre se ha movido en un secretismo absoluto. El nombre de los miembros del Comité Permanente, destinados a dirigir el país, siempre es uno de los secretos mejor guardados y los movimientos del Partido Comunista de China (PCCh), a pesar de estar pensados para transmitir unidad ante la opinión pública, son refugio de luchas intestinas. El sistema de dirección colegiada del país se sustenta sobre delicados equilibrios de poder que son planificados durante los años que preceden al congreso del partido. Su fin: acomodar a las distintas facciones para conseguir mantener el gobierno único del PCCH.

Aunque una representación de la sociedad china (personalidades de la cultura, la ciencia o el deporte) participa en las Conferencias Consultivas Políticas del Pueblo Chino (CCPPCH), el control de la misma lo ejecutan miembros del PCCh por lo que las propuestas de legislación (que posteriormente pasan al órgano legislativo) no cuentan con garantía de ser aprobadas.

Los debates de la última CCPPCH, que tuvo lugar el pasado mes de marzo, incluían la reforma de la urbanización, el reequilibrio del modelo económico chino, la protección del medioambiente y la corrupción, pero una parte importante de la escenificación el acto se centró en transmitir austeridad. La duración del plenario fue de nueve días en lugar de diez, como era habitual, los coches de policía no escoltaron a los delegados en su llegada a la capital china y se suprimieron las ceremonias de bienvenida en los aeropuertos.

Ya Mao, en su Libro Rojo, escribió que “el Este debe utilizar las armas de Occidente para derrotar al Oeste” señalando de dónde venía el peligro para su país y cómo había que vencerlo. Algo que no se diferencia mucho de las declaraciones del republicano Romney, durante la última campaña electoral USA, al señalar que “si hay comercio libre con otras naciones, se crean empleos. Pero si esas naciones hacen trampas, se suprimen puestos de trabajo. China hace trampas. Y yo no permitiré que eso continúe”.  El mismo miedo y las mismas armas. Va a ser que Franzen tenía razón.

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