Como todos los que practican religiones, los que se consideran “auténticamente de izquierdas” suelen ser intolerantes con cualquier herejía, con cualquier desviación de una norma que a menudo es confusa, incluso para ellos mismos, que a duras penas consiguen salir de trillados lugares comunes si se les hace una pregunta directa. Pueden apelar al origen social, al pañuelo de cuatro nudos, al sufrimiento del mundo entero,  a triquiñuelas ideológicas  y, sobre todo, a un gesto de perenne irritación ante la risa y los colores, como si “el traje de Mao” o la camiseta sudada fuera un horizonte deseable y no una frontera a superar, para llevar a todos lo mejor de la cultura humana (“de la cultura burguesa, querrás decir”, aducirían rápidamente).

 

 

Es verdad que a “los momentos de cambio” se suma mucha gente, por muchos y diferentes motivos,  y algunos de ellos son “hijos de papá” que se divierten un poco antes de volver a su redil, a los consejos de administración a los que parecen predestinados por dos o tres generaciones. Es verdad que alguien se tiene que preocupar de las condiciones sociales, de luchar en el comité de empresa y crear organizaciones cohesionadas que, por ejemplo, luchen eficazmente contra una dictadura. Y que esa es una labor esencial,  incluso heróica, que puede terminar en una oscura cárcel por muchos años.

 

 

Es verdad, la parte social es muy importante y lo sabemos, aún más, en momentos como éste, en que derechos sociales que parecían muy consolidados se están desvaneciendo sin que nadie parezca tener capacidad de defenderlos organizada y eficazmente, quizá dirán algunos,  porque no ha habido partidos “auténticamente de izquierdas” en el poder durante todos estos años. Aunque habría que tener en cuenta antiguas paradojas históricas y analizar qué medidas “auténticamente de izquierdas” deberían haber tomado. Una vez más, no les suele resultar fácil definirlas más allá de la nacionalización de casi todo.. Cuando quizá, más bien, la izquierda en el poder sólo tenía que haber tomado medidas más inteligentes, con más conocimiento pertinente, con más honestidad, con más transparencia,  con más meritocracia, con menos clientelismo. Con mejores cabezas, en suma.

 

 

Quizá no les falte razón en parte, pero en una dictadura hay muchos motivos para oponerse a ella, la izquierda tiene muchas dimensiones y un amplio campo de juego con un amplio recorrido histórico. Hay que recordar que la dictadura que aquí tuvimos era anticomunista, pero también, y con la misma saña, antiliberal. Y en el liberalismo no solo cabe su vertiente económica, sino también Stuart Mill, la conciencia y la necesidad de explorar la libertad humana en una vertiente personal irrenunciable. Y este impulso también estaba en muchos de los jóvenes que no se sentían cómodos en el régimen que gobernaba en España en los años sesenta.

 

 

Algunos eran hijos de los vencedores, gente bien educada y acomodada, otros no. Pero a casi todos les unían algunas heridas íntimas de las que intentaban huir hacia delante y unas grandes ganas de soltarse el pelo, de viajar, de divertirse, de escuchar otra música, de transformar las relaciones que se les imponían, la estética con la que se limitaba sus escenarios vitales. Esto ocurría más en los artistas y en algunos profesionales que querían prosperar en su trabajo y hacerlo de otra forma, quizá como se hacía en otros países europeos, que además querían triunfar de verdad, haciendo justo lo que les gustaba, pero también en mucha otra gente que no vivía en Barcelona y que no tuvo la suerte de ir a Bocaccio en aquellos años. Porque un cambio social necesita muchas cosas: necesita militantes abnegados pero también músicas, fotógrafos, ciudades deseadas, sueños y bares. Bares donde esa gente se reúna, se reconozca, donde se muestren y vivan ya de otra manera, arrancando gozosamente el presente del plomo del aburrimiento.

 

 

Comprendo que la risa siempre irrita a los “auténticos”, pero también puede decirse que, aunque esos chicos de la “gauche divine”  fueran a veces superficiales, contradictorios, alcohólicos, verborréicos, promiscuos  y tuvieran la suerte de tener barcos que los llevaran a Ibiza o casas, no del todo mal diseñadas, no han resistido mal el paso del tiempo. Bien es verdad que alguno de ellos, y de los buenos, ha lanzado algún dardo envenenado que rápidamente aprovechan los conservadores de siempre para denostarlos, pero visto lo visto y las evoluciones de algún “auténtico izquierdista”, entonces muy, muy a la izquierda, no puede decirse, nombre a nombre, que no constituyan parte de la mejor, más civilizada y cosmopolita cultura española de los últimos cuarenta años.

 

 

Oriol Maspons, que acaba de morir, dejó su rastro impreso en fotografías que ahora resultan sumamente evocadoras, también en su vertiente social, y que da gusto recorrer. Pero dejemos hablar a Oriol Regás, el fundador de Bocaccio, que fue mucho más que un bar, a ver lo que nos dice de aquellos tiempos….

“Barcelona estaba entonces en su mejor momento-, y en Bocaccio se reunían arquitectos, escritores, filósofos, poetas, fotógrafos, gente del cine, modelos, diseñadores e interioristas, gente muy diversas que intercambiaba risas y animadas tertulias.No éramos un grupo de pijos, sino de profesionales con ganas de hacer cosas, comprometidos con nuestro trabajo. Había un amor por el progreso vocacional, no por ganar dinero. No entregábamos simplemente al simple hecho de hacer bien nuestro trabajo y abrir caminos. Al final de la jornada, siempre tarde, toda esa gente daba un toque frívolo a sus actividades acudiendo a Bocaccio para tomar copas. Era un intercambio generacional que marcó un antes y un después en el sector más progresista de la ciudad.

 

 

 

Bajo el franquismo tardío nos planteamos una vida diferente. Mucho más libre de la que habíamos tenido durante nuestra infancia y nuestra juventud. Nos saltábamos a la torera las normas y los pilares del régimen: familia, patria y religión. La gente decidió que había que pasa del qué dirán y empezó a ser más independiente, mas auténtica, a hacer lo que quería. Todo estaba permitido. por primera vez en Bocaccio, las mujeres bailaban solas y sin sujetador, liberadas de corsés y prejuicios. Los jóvenes y los no tan jóvenes dejaron de ir a misa, y se acabaron las queridas, que pasaron a ser públicas amantes. Nadie se escondía ni se escandalizaba. Sexualmente éramos promiscuos, no por vicio sino por ética, pero al mismo tiempo lo pasábamos fatal si era nuestra pareja la que decidía   irse a la cama con otro u otra. En Bocaccio hubo lloros y teatrales escenas de celos, como el día en que Romy, la pareja de Jacinto Esteban, amenazó a Elsa Peretti con una botella rota gritándole, “¡basta de timarte con Jacinto!.

 

 

Buscábamos un cambio de sensibilidad frente a los caminos tradicionales de un mundo que se estaba hundiendo, había una voluntad de saltar las barreras conservadoras, autoritarias, y de ello hacíamos bandera, decididos a romper con los valores de naftalina que nos habían impuesto, con las convenciones y los pecados con los que nos había torturado la iglesia católica toda la vida. Imperaba la voluntad de transgredir y por encima de todo de reír y divertirnos.

 

 

Nadie era entonces consciente de que aquello fuera una generación que marcaría la historia, una generación sobre la que se escribirían libros y se harían exposiciones. Era un movimiento espontáneo y sin reglas.  No teníamos una única ideología, ni un mismo programa, ni idénticos objetivos políticos, a pesar de que todos nos considerábamos demócratas y antifranquistas. Lo que vivíamos no era más que la punta del iceberg de los cambios sociales que estaban agitando los cimientos del mundo occidental.

 

 

En Bocaccio este cambio de costumbres y de normas se apreciaba en el vestir, se acabaron los complejos, las mujeres mostraban las piernas sin rubor  los hombres cambiaron el traje sastre gris por un atuendo más juvenil, colorido y desenfadado. Nos gustaba disfrazarnos. Colita se paseaba con un sombrero de cura en forma de teja y yo mismo hice del bombín mi seña de identidad”.

LOS AÑOS DIVINOS. ORIOL REGÁS, 2010

 

 

Etiquetado en
Para seguir disfrutando de Ramón González Correales
“Sin tiempo para morir”: el final heroico de un cierto Bond
Bond en Jamaica, el huérfano otra vez solo en el último refugio...
Leer más
Participa en la conversación

3 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    ¿Y no fue el propio Gramsci quien habló de que el cambio político es precedido de un traspaso de la hegemonía cultural?

    Pertinentes observaciones.

  2. says: JOSE RIVERO SERRANO

    De acuerdo en casi todo; en esa sensación de deriva que han tenido todos los que tenían patente de corso para dar credenciales de ‘demócratas’ o de ‘alma de izquierdas’.
    Que no se ha perdido aún, ni todavía; como demuestra Susana Díaz, sucesora digital de Pep Griñán, que alardea de ‘Ser muy de izquierdas’, bética y de Triana. Es preciso que todo cambie, para que todo sigua igual que antes, e igual de mal. Más Lampedusa que nunca.
    Con relación a la ‘Gauche divine’, el texto de R.R. es claramente encomiástico y todo era, para ella, de color rosa. De R.R habría que consultar los pasajes de las Memorias varias, de Esther Tusquets, para situar al personaje poliédrico y diverso. Como fuera por otra partte su hermano Oriol, promotor del templo laico Bocaccio.
    Habría que contraponer por ello, otras lecturas y otros complementos. Bien la coetánea de Vázquez Montalban en Triunfo, enero de 1971, ‘Informe subnormal sobre un fanstasma cultural’;o bien la crítica de Juanjo Fernández de 2008, ‘Cuando vivir no era consumir’, donde habla en referencia a la G.D. de ‘los pijos se divierten’. El poso de frivolidad no se pierde, por mucho talento cultural que tuviera Barral y por mucho que pesara literariamente Jaime Gil de Biedma . Lo más curioso es, que del cosmopolitismo y brillos de esos años locos (que tienen muchos cronistas), se ha pasado a una orfandad nacionalista y con sabor a nabo asado con ‘bisbe’.

Leave a comment
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *