Las mañanas de otoño limpian la noche con su frescura, hacen más trasparente la vida, la liberan de un vaho que puede ser agradable, incluso necesario, pero que se precisa limpiar de vez en cuando, para ver más claro o comenzar de nuevo lo que hemos iniciado tantas veces.

Las mañanas de otoño dan pereza desde la cama, como el agua fría desde el borde de la playa. Pero luego todo es más limpio, se siente transitar el aire, aumentan todos los contrastes, se siente el cuerpo como si hubiera renacido.

 

 

Las mañanas de otoño eliminan el ruido, la reverberancia, comienzan a ser frías, pero no muy frías. Dejan tomar el sol en el claro del día. Mueven las hojas de los árboles y alientan lo que nacerá en primavera. Forman parte de un ciclo pero hay que bañarse en ellas, balancearse en un gris que es necesario para tener nostalgia del verano, cuando apetece gozar todavía del invierno.

 

 

*Las imágenes que acompañan este texto son de la fotógrafa Julie de Waroquier.

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