Me estoy poniendo muy nervioso. Muy, muy nervioso: histérico. El médico jefe tenía un único consejo terminal para los recomendados al confinamiento en el Ala de Aislamiento de Irrecuperables,

 “Si, Hipócrates no lo quiera, su diagnóstico les lleva a ser confinados y se encuentran realmente desesperados, traten de cerrar los ojos y recordar su historia. Profundícenla a fondo, denle mil vueltas, exprímanla todo lo que puedan hasta que noten que se desgasta y pierde su sentido, como si fueran ya los recuerdos de otro; se lo aseguro, funcionaba muy bien entre aquellas señoras que en la era pre-sanitaria rezaban interminablemente el rosario: esas brujas sabían bien lo que hacían…

 ¡Buffff! Venga, coño, después de todo no hay otra cosa que hacer. El proyector acaba de terminar con Tener y no tener y ahora recarga un episodio de Mad men, y esos sí que no paran. Fuman y fuman hasta el Nivel Patológico 10. Fuman hasta en el catre, los hijos de puta. Pero no debo decir palabrotas, no debo ni siquiera pensarlas, o vendrán a enjugarme la boca con lejía semiabrasiva otra vez. Lo peor del programa “Tántalus” para irrecuperables es que ya no te pasan películas terapéuticas como Waterworld, El dilema, Gracias por fumar o mi preferida, Gran Torino. No, aquí nos joden con proyecciones de cintas donde la gente se lo pasa de puta madre fumando, y encima no pagan ningún precio en su Salud Integral, se van literalmente de rositas. Está claro que de esta no me devuelven así como así al Bloque de Tratamiento Radical. He visto demasiadas porquerías, y ni con el Bozal Censor instalado podrían evitar que encontrase las palabras no-prohibidas para describir lo que he visto. Saben que soy bueno para eso, que se me da de miedo hablar con sobreentendidos. La propia Aurora me decía que la había conquistado a base de boquita, a pesar de que era como besar un asqueroso cenicero.

En fin. Relájate. Todo empezó, si no me equivoco, en marzo de 2014, la “década bochornosa” como la llaman los resistentes de Trópico de Cáncer. Los estancos llevaban siendo traspasados a establecimientos de agricultura ecológica desde enero, pero nadie se había percatado de la maniobra, resultaba difícil sumar dos y dos son cuatro. Poco antes, varias tabacaleras importantes habían sido multadas en los tribunales con sumas millonarias, y las afortunadas victimas aparecían en las portadas de periódicos y revistas relatando en titulares su triste historia con el cheque en la mano. “No hay dinero que pueda reparar nuestra pérdida”, decían, con una expresión contrita que no desmentían sus flamantes Balones de Aire Puro para fumadores pasivos recién adquiridos. Y, de repente, la maquina del bar más cercano ya no expedía cajetillas. Todas las marcas agotadas, mira que casualidad. En la tele o en la radio ni mencionaban el asunto, ni pío. Una huelga de proveedores era la explicación oficiosa de los parroquianos hasta que, pasadas unas semanas de angustia, los dueños de los locales anunciaron con grandes carteles en sus escaparates que las maquinas volvían a funcionar. Los primeros en llegar, esos que ni siquiera habían tenido la suerte de agotar los últimos cartones de cigarrillos que les fueron regalados en las navidades de 2013 porque acostumbraban a comprar a diario, estaban tan ansiosos que ni se dieron cuenta de que la vocecita electrónica del chisme soltaba su mercancía con un “sin tabaco, gracias”. A fuerza de oír ya no oían, como viene a decir el medico jefe. Pero la sorpresa era inmediata, pues lo que escupía la maquina a cambio de las monedas era un paquete de chicles de nicotina. Y así en todas partes, desde el barrio hasta toda la ciudad. La consternación pronto se hizo mundial, porque descubrimos que lo mismo sucedía en toda Europa, en Estados Unidos y en Japón.

Algunos reporteros adictos habían investigado la situación y colgaban por Internet sus averiguaciones. Poco a poco fue cobrando cuerpo la hipótesis de la Conspiración Puritana de Copenhague, aquella cumbre de 2009 en la que, so capa de preocupaciones climáticas, se habría fraguado la Prohibición. Aunque la cosa parece que venía de antes, según afirma la resistencia de Trópico de Cáncer: prohibición de anunciar tabaco en los medios, en los coches de Fórmula 1, en vallas publicitarias…; espacios sin humo, niños que te insultaban cuando encendías un cigarrillo, ONGs que acudían a discotecas y centros comerciales, manuales de autoayuda… Todo se remontaría, según ellos, a organizaciones puritanas de origen religioso estadounidenses que vendrían operando en la sombra desde principios del siglo veinte, pero temo que eso ya nunca lo sabremos con certeza. El caso es que, de un día para otro, millones de empleados de los países citados se pusieron enfermos o sufrieron una fractura, mientras que las agencias de viajes se llenaban de turistas hacia los lugares del planeta donde aún no había entrado en vigor la Prohibición. Resultó sencillísimo cruzar los datos de las bajas laborales con los de los pasaportes al extranjero, de modo que en cuestión de meses se puso fin drásticamente al río inmigratorio. Supongo que los que nunca volvieron a su país de origen perdiendo con ello raíces, trabajo y familia constituyeron el embrión de Trópico de Cáncer, grupúsculo de contrabandistas que emplean sus ganancias en vivir en asentamientos de cultivo de tabaco protegidos por armas y por el secretismo de su exacta localización. Se oye durante estos días que la Liga Sanitaria ha puesto cerco militar a los enclaves de Colombia y Selva Lacandona, pero los rumores de la Red Alternativa informan de que no han conseguido disminuir ni una fracción de sus actividades. Producen tabaco sin aditivos y lo fuman según salen de las plantas de procesamiento ecológico que los satélites son incapaces de detectar en medio de la vegetación tropical. No obstante, la Liga Sanitaria insiste en que un cigarrillo es una pieza de ingeniería más letal que un misil, y me pregunto cuanto tardarán en medir la potencia de unos y otros arrasando a sangre y fuego las zonas sospechosas. A mí personalmente, que he sido diagnosticado como un Envenenado Irrecuperable, me importaría poco: ¡quién estuviera allí aunque sólo fuera unas pocas semanas echando humo como una chimenea en libertad bajo las estrellas a la espera de una más que probable lluvia de muerte!

Mi primer cigarrillo fue tan tardío como a los veintimuchos años, a causa de una ruptura amorosa. Es cierto que hay que ser imbécil para joderse la Salud Integral con tan avanzada edad, pero supongo que yo ya era un Compulsivo Agudo antes de entonces. Cuando conocí a Aurora, todavía resultaba interesante la pose del fumador que vive con doble intensidad cada palabra que dice, cada gesto que hace, aunque ella lo niega hipócritamente: por lo visto, nunca le gustó. Pero a mí sí, vaya que sí. Pasé de fumar para ligar a fumar para sobrellevar el trabajo, para festejar el ocio, para mitigar la soledad y para celebrar la compañía. Fumaba al despertarme, después de ducharme, antes del postre y después del postre. Si me desvelaba, fumaba, si decidía dejar de fumar, fumaba el último. Las alegrías aumentaban fumando, las tristezas se disipaban fumando. A veces hasta fumaba mientras: mientras me duchaba, mientras tomaba el postre, mientras probaba, no sé, a aprender a patinar en El Retiro… Auténticos malabarismos de los que no estoy precisamente orgulloso. Nos han recitado más de mil veces por la Megafonía Sedante el relato de San Terenci Moix mártir, y sé muy bien que yo era un suicida por inhalación lenta, algo tanto más fácil de evitar por cuanto que realmente no tenía motivo alguno para desear mi fin. Cualquier voluntad medianamente robusta, nos repiten, puede ser igualmente feliz sin veneno. Más feliz incluso, puesto que fumar es un acto vacío, un placer falso, que nos lleva a creer que estamos haciendo algo cuando lo cierto es que no nos deja ni pensar claramente. Sólo puedo decir que es cierto, y sin embargo las primeras discusiones con Aurora a causa del tabaco no lograron disuadirme lo más mínimo del hábito. Cuando tiempo después nació Purita, recuerdo que bajaba cada cuarto de hora a fumar a la puerta del hospital, colillas tiradas si fuera necesario, y eso es lo único que permanece en mi memoria de los primeros días de mi hija. Rebajamiento, humillación. Como era de esperar, las trifulcas por el pitillo con Aurora se recrudecieron en dramáticas peleas en presencia de la niña, que lloraba por el mal tono que iba subiendo en nuestra voz. De nada servía mi argumento fuerte, consistente en que el tabaco me mantenía alejado de todas las demás sustancias ilegales además de perniciosas. Aurora lo desmotaba de un manotazo replicando que qué se podía esperar oír del gerente de una empresa de juegos recreativos. Bueno, en realidad decía de un traficante de tragaperras que iba por ahí lucrándose con la ludopatía de unos miles de desgraciados enfermos.

 Las Autoridades Supremas de la Liga Sanitaria me internaron aquí tras las redadas de fumaderos clandestinos de 2015, a fin de salvarme de mí mismo y terminar con mi vicio por las buenas o por las malas. Por las buenas consiste en reconocer que no hay mejor salvación que la que conquistas por tus propios medios, previa reconfiguración de hábitos mediante hipnosis y técnicas de distracción de la ansiedad. Por las malas, en cambio, se activan los protocolos del Despotismo Medicalizado, basados en las teorías de la Heteronomía del Bien desarrolladas por los expertos de la ONU. En primera instancia, memorizamos los Contrarios Pitagóricos de la Salud Integral: sano/insano, superación/depravación, limpieza/suciedad, etc. Luego, recorremos las salas del pabellón Rodríguez Zapatero, patrón de la Salud Integral, convenciendo a los demás de lo mucho que hemos mejorado y lo estupendamente que nos sentimos con nuestros reglamentarios Balones de Aire Puro aromatizados de eucalipto debidamente conectados al Bozal Censor. Cuantos más Envenenados ayudemos, menos sesiones de películas terapéuticas tenemos que visualizar. Pero es que a mí esas películas me encantan, y hago lo menos posible con el propósito de que me encierren en la sala de proyección a ver cómo disfrutan los malos con sus ceños arrugados, ojos hinchados y toses irreprimibles. Gozan como putos enanos, esos cabrones, echando humo como fábricas de fármacos y con la mano engarfiada en su bendito pitillo. ¡Quiero una calada, mecagüen la madre que me parió! Mierda, creo que esto lo he dicho en alto. Abro los ojos y, efectivamente, ya vienen por mí con la solución de lejía semiabrasiva. Los enfermeros llevan mascarilla por si he logrado hacerme con algún cigarrillo de hierbabuena de los que venden de tapadillo los Irrecuperables más recalcitrantes del programa “Tántalus”. De esta no salgo, seguro. Aurora ya no viene a verme desde que le suplico aunque sea una chustilla en los bis a bis. Purita no es más que una imagen odiosa en una fotografía sonriente que los médicos enarbolan para “motivarme”. Los resistentes de Trópico de Cáncer no llevan a cabo arriesgados rescates en tanquetas marrones como sueño cada noche. No hay esperanza, no hay salida, por no haber no hay ni “último deseo”. Sólo me queda un consuelo: la justicia poética que encerrará la textura de mis restos mortales: cenizas…

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