Sentimientos tardíos. Comienzo por llamarlos así. Aún antes de definirlos, de saber qué son ni cómo desentrañarlos. Mejor: comienzo por llamarlos así aún antes de saber que son innombrables.

No se trata estrictamente de arrepentimientos. Tampoco de arribar tarde, o a destiempo, a situaciones que debían de haber tenido lugar antes y fueron postergadas por acción de imponderables tales como la necedad, la desgana o la desorientación propiciada por la lectura perversa de mapas políticamente correctos.

Los sentimientos tardíos nada tiene que ver con la nostalgia. O casi nada. Puede producir cierta melancolía ser consciente de estar sintiendo un sentimiento tardío. Pero eso no es nostalgia, sino, más bien, la constatación de que nuestra emocionalidad no es –lógicamente- adecuada a lo que deberíamos estar sintiendo.

La de los sentimientos tardíos es una teoría a la que se accede, y se recorre, a ciegas. Una teoría sin tesis. Por ahora.

Una antigua relación de pareja o de amistad, pude sentir, al leer estos textos, que están inspirados en ella. Un error. Los sentimientos tardíos no nacen de rememorar.

La memoria no es condición necesaria para que los sentimientos tardíos tengan lugar.

No hay que ser un viejo verde para tener sentimientos tardíos. Pero sí es verdad que es difícil tenerlos antes de los cuarenta o cuarenta y cinco años. Estadísticamente hablando. Supongo que hay excepciones.

Se puede estar bien acompañado y tener sentimientos tardíos, pero se desarrollan mejor en un ambiente de soledad. No de soledad permanente.

Si un sentimiento tardío pudiera hablar, diría: Déjame tranquilo, pero no me dejes.

Los sentimientos tardíos no empujan al suicidio. Estancan, no promueven el movimiento. Mucho menos el movimiento físico.

Los sentimientos tardíos no guardan parentesco alguno con los pensamientos tardíos. De los cuales no pienso, ni siento, hablar.

Esta serie de enumeraciones intuitivas, sin rigor científico alguno, pueden mover a los lectores de las mismas a construirse ideas, concepciones, conclusiones, alumbramientos y certezas contrapuestas. En cualquier caso, equivocadas. Es decir: aunque se perciban como acertadas, serán erradas. Por principio.

Los sentimientos tardíos son elegantes. Altamente elegantes. Es decir, no siguen moda alguna. Lo cual no dice mucho de ellos, teniendo en cuenta lo amplio que es el concepto de alta elegancia.

Los sentimientos tardíos también pueden sobrevenir por las tardes.

Niebla y herrumbre son términos que suelen casar muy bien con los sentimientos tardíos.

El frío mejor que el calor. Sin embargo, el agua mejor que el viento.

El verdadero problema es encontrar una ilustración que acompañe a los sentimientos tardíos. Uno puede caer en el error de suponer que lo que mejor envuelve a este texto, por ejemplo, es un paisaje en blanco y negro, o en sepia, que contenga algún trasfondo desolador detrás de una persona –mejor una mujer- recientemente abandonada y con un porvenir de extensa soledad ante sí.

Tal vez Rothko. Algún cuadro de Zóbel.

La vaguedad, la elusión, la labilidad, son condiciones sine qua non para que los sentimientos tardíos se evidencien. Y también para que se acurruquen en una esquina difusa de los sueños e impidan, casi por completo, ser vistos.

Los sentimientos tardíos no existen ni resucitan. Laten pero han muerto. Un latido no es un sentimiento tardío, pero, como un aplauso silente, puede llegar a serlo.

*Las pinturas que acompañan este texto son de Mark Rothko y Fernando Zóbel.

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