El sol le deslumbraba los ojos mientras se dejaba abrazar por un desconocido que la hizo sonreír, cuando todo el mundo bebía alcohol en vasos muy grandes y se tiraba vino encima, de una forma algo infantil, confusa, en una solanera a la que no quería haber ido, pero donde la llevaron unos amigos que habian venido de fuera. Estaba apoyada contra una pared de ladrillo rojo de uno de esos bloques baratos que se veían por allí cerca, un poco mareada por el alcohol y por un deseo que no sabía si desatar.

Sintió sus labios y el frescor de la camiseta empapada de vino, junto con el roce agudo de su vientre rozando el suyo, cada vez más rítmicamente. Estaba rígida, no sabía si quería responder a aquel impulso y cerró  la boca para no dejar paso a su lengua, que ya sentía en ellos, como una suavidad rosa, insistente, húmeda.

 

Se sorprendió jadeando mientras perdía la vista en una ventana con ropa tendida, desde la que alguien  podía estar observándolos. Hizo un intento de meter los brazos por delante, para apartar al chico que olía extrañamente bien, a algo dulce y ácido a la vez. Serían como las cinco de la tarde y todo parecía dormido. Trató de recordar de nuevo qué hacía allí, de donde había salido ese desconocido que trataba de ganar terreno, que no recordaba de nada, que tenía una piel tan suave por los costados que acariciaba sin querer, sin poder evitarlo.

 

 

Notó las manos del chico conteniendo sus pechos, acariciándolos delicadamente sobre la camiseta,  quizá ablandando el perfil de su cuerpo contra el muro de ladrillo, jadeando un poco más, meditando si dejarse ir, todavía con los labios cerrados, que el chico perfilaba con su lengua, muy lentamente. Oyó una música a lo lejos, una música que no esperaba en ese sitio donde pegaba una rumba o algo así. De algún lugar llegó, haciendo remolinos por el aire, la melodía de “Sugar man” que la acaricio suavemente en algún sitio muy sensible, como muy lejano. El chico seguía buscando sus labios y rozaba el vaquero contra el suyo de forma acompasada, mientras agarraba sus caderas con las manos muy abiertas.

De pronto el muchacho se separó de ella y comenzó a mirarla. Identificó la huella de sus pezones en la camiseta manchada de vino rojo.

– Intento besar a la chica que nunca quiso besar a nadie.

Ella miró la sonrisa de su pelo mojado, su torso manchado de rojo, el brillo de sus ojos muy oscuros y notó en su interior el sonido de algo que cede, de una puerta que se abre, el golpe seco de un mecanismo que hizo eco y permaneció un momento en la memoria de la tarde. Lo miró de nuevo y se acercó a su cara para acariciarla con sus mejillas mientras ponía una mano en su cuello, justo debajo del nacimiento del pelo. Luego llegó hasta sus labios y los recorrió con la lengua muy blanda. Por fin abrió la boca y se dejo penetrar por un sabor dulce, un sabor que conocía muy bien y que estaba esperando mucho tiempo.

– Eres el chico más precioso del mundo, le susurró luego al oído.

 

Etiquetado en
Para seguir disfrutando de Ramón González Correales
Robin Williams: la herida de los cómicos verdaderos
Casi todo el mundo se sorprende de que tras la sonrisa de...
Leer más
Participa en la conversación

1 Comment

Leave a comment
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *