Hay quien es capaz de leer las cosas que no tienen letras. Y por ello, es capaz también de describir y narrar las vetas de la madera como si de un relato o como si de cuento más se tratara. Describir sus vetas y marcas, sus pliegues y señales, sus acebolladuras y asperezas, sus alburas y anillos, sus coloraciones y entalladuras, como si fuera un texto imaginario o como si fueran los bordes mismos de un grabado ordinario envejecido. Haciendo abstracción de la botánica o del arte forestal y descubriendo en el duramen o en la lignina, líneas ignoradas de información histórica o vetas perdidas de relatos biográficos, más aún que lo que se desprende y deduce del análisis de las rayas de la mano o del vuelo de algunos pájaros al atardecer. Incluso, con esa pericia quieta del mirón infatigable e insobornable, se descubren algunos paisajes de difícil observación en los días nublados.

Esa es la perspectiva en la que Kim Novak y James Stewart hablan en el bosque en ‘Vértigo’; sobre el viejo tronco de una sequoia milenaria, para advertir y ver, sobre el grosor de sus anillos estratificados, batallas fundacionales, reinos desaparecidos, nacimientos inolvidables,vidas inencontrables y catástrofes señaladas. En esa senda de interrogar a la madera y sus arabescos, se ubican también las páginas maestras de Alain Robbe Grillet en su obra ‘Proyecto para una revolución en Nueva York’, o las del también ingeniero y escritor, como Robbe-Grillet, Juan Benet en su relato ‘La puerta del lavabo’. Demostrando ambos, unas habilidades para el relato y para la imaginación, que hoy resultan incomprensibles a la luz (¿…?) difusa de tanta simplificación del texto, de tanto texto simplificado y de tanta madera desaparecida a manos de los tableros industriales.

Similar trasunto podríamos observar con los lectores de telas y tejidos, capaces de descifrar en la concreción del entelado y en la urdimbre de su tramado, asuntos más próximos a la madera que a los sueños mismos. Asuntos presentes en las diversas telas, tejidos, labores y costuras, que merced a su tramado y a su urdimbre trenzan y tejen – nunca mejor dicho – sueños de vigilia, elaboran informaciones del crepúsculo, dibujan cielos imposibles y relatan dificultades en la conquista de la evidencia de su manufactura y de su contenido. Desde la gutapercha al dril, desde el moaré al raso y desde la seda al tafetán o al terciopelo, podemos encontrar muchas posibilidades narrativas de un universo que se nos presenta uniforme pero que está erizado de sutiles diferencias y de no pocas dificultades. Ya la pintura de Van Eyck, la mágica de Veermer, la sombría de Zurbarán, la marmórea de Gerard o de David, se encargaron de ensalzar esas dificultades visibles de los tejidos y sus pliegues. Pliegues como los de ‘El Descendimiento’ de Roger van der Weyden; y por los que, ante la constancia de determinadas singularidades topológicas que toman la forma de pliegues en la historia de la pintura, Eduardo Chillida se preguntaba: “¿Si le quitas los pliegues al cuadro qué queda del cuadro?”. Lo que queda del cuadro, creo yo, es la ubicación de la obra en el conjunto seriable de ‘Descendimientos’, que se producen desde Fra Angélico a Rembrandt, pasando por Caravaggio, Rubens, Poussin o Pontormo. Todos ellos presididos por paños del dolor, paños de la vergüenza, por túnicas que sirven de tapete de juego y por el sudario que se despliega tan blanco y aterido como el cadáver al que acabará abrazando. Telas, tejidos, historias y pinturas. Como demostró, años pasados, el modisto Elio Berhanyer en su exposición de Sevilla sobre ‘Las telas y Zurbarán’, donde una serie de modistos han reflexionado junto a una tela del maestro de Fuente de Cantos, sobre las dificultades visibles para pintar así esas ‘telas que flotan’, según citara Pedro Mansilla.

Pero y ¿las dificultades invisibles de los tejidos?, ¿qué decir de la muy literaria ‘toile de Jouy’? que renuevan y repiten tantos autores franceses acongojados por la melancolía textil y por el tiempo encabritado: desde Patrick Modiano a Georges Perec, desde Margueritte Duras a Raymond Queneau, desde Michel Butor a Natalie Sarraute. Tela ésta, la de Jouy, capaz de organizar celebraciones agrícolas en los regímenes agraristas, de mostrarnos recolecciones felices de grano y mies, cuadros gentiles de pastoreo galante y otras recreaciones bucólicas de un marco rural idealizado, rústico y fantástico. No hay un Jouy con fondos urbanos o periurbanos, de cottages, postas, posadas, humeros y factorías, como las porcelanas inglesas nos muestran, al calor del te y a la sombra del café. Y es que, la ‘toile de Jouy’ es al bucolismo de Rousseau, como la porcelana de Bristol es al maquinismo de Voltaire.

Tampoco hay, sorprendentemente, un Jouy marino – yo al menos lo desconozco – pero si que existen algunas escenas fluviales, de pesca y flauta, o de risas joviales marineras y de galanteo primaveral en la ensenada del puerto. Escenas fluviales de barcazas melancólicas mecidas en el estuario por la marea, que tendrán su apoteosis de charcas y humedales, con esa derivada del Jouy que algunos catálogos comerciales denominan como ‘Katay’, y que representan escenas orientales de arrozales y pescadores, de shampanes y de pequeñas pagodas. El ‘Katay’ es una exaltación del ‘Jouy’ de la mano del pintoresquismo del XVII y del XVIII y de esos excesos temibles y orientalistas llamados “chinoiseries”.

Las telas complejas – mezclas combinadas de materiales, colores, texturas y fondos– adoptan en su denominación la procedencia de su fabricación – Vichy, Tulle, Panamá, Holanda, Gales, Mahón, Rouen o Coventry – , la autoría de su inventor – Jacquard o Tolrá –, o la inclinación de su uso – Tweed, Loden– . La nota que nos proporciona Josep Escué en su traducción de ‘La vida instrucciones de uso’ de Georges Perec, nos dice que la ‘toile de Jouy’ es una tela de algodón o seda, usada sobre todo en tapicerías. Que suele representar personas y escenas rústicas, bucólicas y caballerescas. Tela que, aquí, los catálogos más exigentes denominan, reiteradamente, como Bretaña, sin que Jouy tenga, aparentemente, nada que ver con Bretaña, sino más bien con París y con los departamentos Sena-Marne y Sena-Oise. Por eso, la ausencia de escenas y de fondos marinos en sus dibujos, algo que en Bretaña no se concibe ni se explicaría.

Todo lo que he localizado sobre Jouy tiene que ver sobre todo con París y, probablemente, con las Manufacturas de las Reales Fábricas, que adoptan un horizonte virgiliano y pastoril, en vísperas de la aparición de la máquina de vapor y de la aplicación del sistema métrico decimal que introdujo la Revolución Francesa. Además de ello, señalar que la ‘toile de Jouy’ fuera el resultado de una moda invencible, que se extiendió por Europa en el siglo XVII, fruto de la importación desde la India de telas de algodón estampadas con técnicas milenarias, que se llamaron prontamente indianas. Más tarde, con la prohibición de su importación y su posterior levantamiento en 1759, apareció el industrial Cristophe Oberkampf. Aleman de origen, tintorero eficaz, con sentido comercial y con formación en los tintes y grabados en Alsacia y Suiza, decidió montar una factoría textil en Jouy-en-Josas. Cerca de Versalles y a mano del río Bièvre. En el siglo XVIII ya trabajan más de 1.300 obreros en Jouy-en-Josas. De esta forma se produce la expansión creciente de la indiana de Jouy; que no es una marca registrada ( se elaboraba igualmente en Mulhouse y en Rouen) sino un proceso de estampación de láminas de madera (hasta 1770) sobre una base de algodón. Dibujos monocromos en tonos rojos o violetas sobre fondo crudo, con temas rústicos y campestres unas veces, otras orientales, como en las ‘chinoiserie’ y en ciertas ornamentaciones florales. Así avanzaba la decoración doméstica hasta que a finales del XIX se cierran las fábricas de Oberkampf.

Aunque la historia continúe en otras pistas y señales. Existe un escritor menor como Víctor José Etienne Jouy, nacido en Jouy de Versalles en 1764 y muerto en París en 1864. Militar, revolucionario luego, contrarevolucionario después, libretista de ópera y hasta alcalde breve de París. Hay un calle Jouy en el distrito 4º que comienza en Nom d´Hyer y termina en Francois Miron. Luego están las ciudades llamadas Jouy en alguna de sus advocaciones. Así hay, la ya citada Jouy-en-Josas, muy cerca de la antigua abadía jansenista de Port Royal y a 7 kilómetros de Versalles. En ese Jouy-en Josas, además, creció Patrick Modiano, que saltaba de Boulogne-Billancourt a la Alta Saboya. Existe, ya fuera de París, otro Jouy a secas, al norte de Chartres y al suroeste de París. Hay también un Jouy-le-Chatel, al este de París y al sur de Meaux, con un monasterio cisterciense en el bosque de Jouy. Un Jouy-Aux-Arches en Lorena, junto al río Mosela productor de vinos y con restos romanos dispersos; otro Jouy-sur-Morin en el distrito de Coulommier y un último Jouy-le-Potier, cerca de Orleans, al sur de París. A los que habría que agregar el citado por Proust en ‘La recherche du temps perdu’, el Jouy-le-Vicomte. Sin que sepamos los vínculos de ‘La recherche’ con esa suerte de tejido ornamentado y muy festivo.

Ninguno de esos enclaves geográficos, aparentemente, tiene una relación íntima y directa con Bretaña, pese a la persistencia de su denominación española. ¿Jouy por Bretaña? No tiene explicación, salvo que Bretaña fuera el referente rústico y pastoril de un París preindustrial y urbanizado de humo y vapor. Pero en todo caso tales telas, dan mucho juego para minutar un paisaje o modelar un templado interior burgués. O para escribir un cuento.

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