Manuel Vicent: cuando la mirada es un estilo

Por aquella época era fácil verlo en el café Gijón, donde solía acudir muy a menudo y tenía una tertulia de mesa fija a la hora del café, creo que cerca de una de las ventanas que miraban a Recoletos. Ya entonces tenía la columna del domingo en El País y también escribía los “daguerrotipos”, unos perfiles de gente que conocía, generalmente ligados a la literatura o al arte, que se hicieron legendarios por su estilo reconocible, porque conformaban realmente un cuadro, lleno de colores y matices, de un personaje que desde ese momento parecía quedar, de alguna manera, definido.

Le gustaba cultivar un aspecto de marino distante, con unos ojos muy claros y una perilla mínima, y parecía tener muchos amigos importantes, estar en muchos secretos que le daban que pensar y luego destilaba en sus columnas. Con el tiempo quizá es lo que mejor ha hecho. Destilar su mirada sobre personajes que realmente ha conocido o sobre otros que imaginado a través de esas conversaciones tan intensas que, a veces, se tienen con los libros. Otra forma de hacer tertulia.

Una mirada que es un estilo, una forma de describir y de valorar que sin darnos cuenta llevamos leyendo más de cuarenta años en el mismo sitio, el mismo día de la semana. También una forma de persistir a pesar de todos los avatares del tiempo.

Estos diez perfiles sobre periodistas literarios son una deliciosa lectura para el fin de semana…

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En mi catálogo particular, los grandes escritores se dividen en dos: aquellos a los que admiro y además me encantaría tomarme una copa con ellos y aquellos que también tienen mi admiración, pero una vez leídos por mi parte se pueden ir a tomar por el saco, puesto que no movería una pestaña por cruzar juntos ni un paso de cebra. Julio Camba pertenece al primer grupo. Hubiera dado cualquier cosa por haber compartido con él un orujo en una sobremesa, pese a que tenía un carácter muy atravesado. Julio Camba era uno de esos comensales que te alegraban la digestión. Tampoco me hubiera importado pagar la cuenta, pero tenía un inconveniente: era muy caprichoso y exigente a la hora de hacerse invitar.

Julio Camba había sido negro de Juan March, quien para agradecer sus servicios, tal vez algunos trabajos sucios durante la República, le prometió hacer valer su influencia después de la guerra para impulsar su candidatura a la Real Academia Española. De hecho, Ortega y Gasset decía que Camba era el mejor escritor del momento. “¿Académico de la Lengua? Prefiero que me compre usted un piso” —le contestó Camba—. El plutócrata mallorquín no le compró un piso, pero le pagó hasta el fin de sus días una habitación en el hotel Palace; no una suite, ciertamente, sino un cuchitril en el último piso junto al cuarto de la plancha.”

MANUEL VICENT. “ Un anarquista bajo la cúpula del Palace” (Julio Camba)

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