Sarah Goodridge versus el sexting. Cuatro movimientos y un soneto

La belleza es verdad; la verdad, belleza. Esto es todo lo que sabes sobre la tierra, y todo lo que necesitas saber. 

John Keats

 I. Andante

A veces los grandes amores residen en pequeñas anécdotas, al modo en que los formatos diminutos pueden contener obras de gran valor artístico. Nuestra protagonista se llama Sarah Goodridge, nacida el 5 de febrero de 1788 en la jovencísima república de los Estados Unidos de América, el mismo día en que su estado natal, Massachussetts, ratificaba la Carta Magna para convertirse en el sexto estado de la Unión. Solo hacía 12 años desde la firma de la Declaración de Independencia de 1776, en la que se proclamaba como una verdad evidente que todas las personas son iguales al nacer y que tienen ciertos derechos inalienables, como la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad.

 

Julius Brutus Stearns: Firma de la Constitución de Estados Unidos,  1856.
Julius Brutus Stearns: Firma de la Constitución de Estados Unidos, 1856.

Sarah era la sexta de nueve hermanos en una humilde familia de Templeton. La educación de las mujeres no era prioritaria en la época, y la joven muchacha consiguó formarse de un modo autodidacto. De niña, aprendió a dibujar tallando diseños con un alfiler en cortezas de abedul. Su talento artístico y su perseverancia la inclinaron a comenzar una carrera profesional como retratista. Tomó clases de pintura del maestro Gilbert Stuart.

Sarah Goodridge: El pintor Gilbert Stuart, 1825. Metropolitan Museum of Art, Nueva York. Foto Google Art.
Sarah Goodridge: El pintor Gilbert stuart, 1825. Metropolitan Museum of Art, Nueva York. Foto Google Art.

Finalmente Sarah consiguió independizarse en 1820, a los 32 años. Se estableció en Boston junto con su hermana Elizabeth, diez años más joven, que había aprendido pintura siguiendo los pasos de la mayor. Las hermanas Goodridge trabajaban el retrato miniatura, un estilo artístico que en la época tenía buena salida comercial como regalo familiar, social, o amoroso.

Sarah tenía una gran habilidad para la miniatura. Sentada ante su modelo, trazaba con pulso firme y preciso magníficos retratos a la acuarela sobre una lámina de cartón, madera o marfil, que después eran enmarcados, o engarzados en broches y camafeos. La venta de dos o tres retratos por semana le permitía a Sarah vivir como artista independiente costeando sus gastos y manteniendo en la casa a su hermana, a su madre y a una sobrina huérfana.

Sarah Goodridge: Retrato de un caballero. Metropolitan Museum of Art, Nueva York.
Sarah Goodridge: Retrato de un caballero. Metropolitan Museum of Art, Nueva York.

El miniaturismo no es una disciplina sencilla o menor, ya que supone una extrema concentración. Más que en otros formatos artísticos, la pieza se ejecuta primeramente en la cabeza de la artista, que ha de captar gracias a su intuición e inteligencia la comprensión total del modelo. Dado lo limitado del lienzo, se debe trabajar con pocas pinceladas, y estas han de ser muy pequeñas, precursoras del puntillismo.

Por último, el medio empleado, la acuarela, es rápido y no permite corregir errores sobre la marcha. Sarah tiene vista aguda, dedos ligeros y delicados, flexibles y rápidos que maneja sin titubear con pulso contenido y certero al servicio de su penetrante visión espacial y psicológica.

Sarah Goodridge: Autorretrato, 1825.
Sarah Goodridge: Autorretrato, 1825.

En su primer autorretrato, fechado en 1825, Sarah se representa en un estilo clásico y convencional. Sus ojos de clara almendra miran directamente al espectador, con una actitud entre discreta y distraída, que conserva algo del ambiente rural de Templeton. La composición es de receta elemental: las líneas de los hombros caídos conducen hacia un rostro simétrico de aspecto juvenil, enmarcado por un peinado vagamente inspirado en el estilo de los griegos. La túnica refuerza el aire clásico, aunque su ejecución es demasiado sobria, por no decir desgarbada. Muy posiblemente se trata de una muestra para promocionarse ante sus clientes. Estén ustedes tranquilos, parece transmitir; soy juiciosa y no corro riesgos.

II. Allegro ma non troppo

La fama de Goodridge crece sin cesar entre la burguesía de la costa este, y en 1825 un ambicioso abogado y congresista, el conservador Daniel Webster, se presenta en su estudio para ser retratado.

Sarah Goodridge: Daniel Webster, 1825 (Foto: Wikipedia).
Sarah Goodridge: Daniel Webster, 1825 (Foto: Wikipedia).

Webster, al que algunos consideran el mejor orador del congreso, sabe explotar en sus discursos su mirada magnética, enmarcada por sus oscuras cejas, su cabello negro y atuendo del mismo color. En el parlamento, algunos lo apodan Black Dan. Mientras lo retrata, la pintora apenas puede dejar de fijarse en sus incisivos ojos negros, que todavía hoy parecen taladrarnos desde la miniatura sobre marfil. No aparenta 43 años, piensa Sarah; está en plenitud de fuerzas. A esa edad, no es de extrañar que esté casado y con tres hijos.

 Dan el negro debió de quedar muy satisfecho por la pintura, ya que a lo largo de los siguientes años se hizo pintar hasta una docena de veces por Sarah. O tal vez simplemente era una excusa más que aceptable para pasar un par de tardes en su estudio. La artista también recorrió en dos ocasiones los 700 kilómetros que separan Boston de Washington para retratar del natural al senador. De lo que no cabe ninguna duda es de que se estableció una relación amistosa entre ellos, como atestiguan las 44 cartas que se conservan escritas en un aséptico inglés comercial por Mr. Webster a Miss Goodridge entre 1827 y 1851. Desgraciadamente, todas las misivas escritas por Sarah a Dan han desaparecido.

Cuán profunda fue esa amistad, también lo ignoramos. Quienes hayan leído a Jane Austen pueden imaginarse los estrechos límites a que estaba sometida en la época la relación entre hombres y mujeres, y hasta dónde eran capaces de llegar ellas para disimular sus sentimientos. O para ocultar sus deslices.

Una tarde de 1828, cuando aún están calientes las velitas de su cuadragésimo cumpleaños, Sarah está trabajando en unos encargos que ha de enviar a su amigo Daniel. Fatigada, sale a despejarse paseando. En una tertulia bostoniana se entera del penúltimo chisme: Webster, recientemente elegido senador, acaba de enviudar.

 James Bennett: Tremont House en Boston, 1830
James Bennett: Tremont House en Boston, 1830.

Esa noche, Sarah apenas puede conciliar el sueño. El corazón se le sale del pecho. Una idea la asalta, la obsesiona, la arrastra. Cuando amanece, después de su aseo matinal, lleva el espejo grande al estudio, da órdenes de no ser molestada y se encierra con llave. Selecciona una delicada lámina de marfil pulido de 8 por 6,7 centímetros y prepara pinceles y colores. Finalmente, desnuda su torso y empieza a trabajar en un autorretrato audaz. Sarah Goodridge se ha lanzado a pintar el primer sexting de la historia.

Sarah Goodridge: Belleza revelada (Autorretrato), 1828. Metropolitan  Museum of Art, Nueva York.
Sarah Goodridge: Belleza revelada (Autorretrato), 1828. Metropolitan Museum of Art, Nueva York.

Los senos de Sarah llenan el lienzo, y aun parecen dispuestos a expandirse fuera del mismo, al encuentro del espectador. Con una reducidísima paleta de grises y rosados consigue un rotundo efecto de relieve. Sabiamente ha aprovechado la transparencia de la acuarela de manera que el busto toma el color y textura del marfil, tal como quiere el tópico barroco. Al alzar la fina lámina contra una ventana, su material traslúcido ilumina y refleja la luz y la belleza de los pechos se revela, gloriosa y luminosa, en todo su esplendor.

La simetría del conjunto únicamente esta rota por un diminuto lunar, que certifica la identidad de la modelo y del que solo ella podría decir con seguridad si habita a la izquierda o a la derecha. Todo en el cuadro es equilibrio, ternura, paz. Tal vez amor. Perchance love.

Una gasa de suave seda blanca, semejante a una nube, oculta el resto del cuerpo. A la par que encuadra, como en un escenario teatral donde es protagonista absoluto, el torso de Sarah, cuya dueña presenta, representa y regala. Sobre sus ápices, Sarah ha dispuesto delicadamente las aréolas sonrosadas con tenues pinceladas puntillistas.

Los senos de Sarah son una sinécdoque. La parte por el todo. Una parte que representa su feminidad interior, su afectividad secreta, ahogada en el puritano y patriarcal Boston. Una parte que es la artista en busca de la verdad oculta tras capas de banalidad. Una parte que simboliza la mujer completa, enamorada, capaz de bucear dentro de sí para sacar lo mejor que pueda hallar y transmutarlo en belleza. Una belleza que se revela como un relámpago de luz, que se comparte como un secreto, y que se regala. Al regalarse, Sarah se convierte en voluntaria rehén del amado y — diríamos — de sí misma.

Ante la pieza terminada, Sarah se felicita, satisfecha. Después toma el plumín y redacta la carta para acompañar el envío, que estaría en estos términos:

Dearest friend, Carísimo amigo:

 Mientras estaba ultimando los trabajos de su reciente pedido, cuya factura encontrará adjunta, he tenido conocimiento del lamentable fallecimiento de su esposa Grace. Con motivo de tan luctuosa pérdida, quiero hacerle patentes mis condolencias y manifestarle el apoyo de mi sincera amistad. En testimonio de la misma, y en reciprocidad a la que usted me ha mostrado, me he permitido acompañarle en el envío, sin cargo, un cuadrito que he titulado Beauty Revealed (Self-Portrait), cuyo valor confío sabrá usted ponderar correctamente, y con el cual espero aportarle algún consuelo.

Sinceramente suya, Yours sincerely,

 Sarah Goodridge.

Ese pronombre posesivo del final, Yours, tiene varias traducciones. De entrada, no distingue la distancia entre el tú y el usted. Pero tampoco selecciona el género ni el número. Sinceramente suya, sinceramente tuya, sinceramente suyos, sinceramente tuyas. Sarah se da cuenta de la ambigüedad, sonríe, y deja que lo escrito, escrito esté.

Empaqueta las miniaturas adecuadamente y se prepara para llevar el bulto a la oficina de mensajería. Mientras camina por la avenida bostoniana con su vestido largo y sombrero, un par de caballeros se descubren al saludarla: “Good morning, miss Goodridge.” Sarah les devuelve la cortesía y después se imagina, pícara: “If they only knew” Si ellos supieran.

Un caballero a la moda de 1820 (Pinterest).
Un caballero a la moda de 1820 (Pinterest).
Una dama a la moda de 1823 (Pinterest).
Una dama a la moda de 1823 (Pinterest).

III. Presto

Sexting. Bzz, bzz. ¿Qué es sexting? Tienes un mensaje. ¡Vaya! Otro spam. Podría no ser spam. Podría ser un mensaje íntimo. ¿De texto? Vale, de texto, un SMS. Los jóvenes de los años ceros, ¿cómo rayos se llama la década de después de los noventa? Esos lo inventaron. Mataban el rato mandándose esemeeses. Lo llamaban “hacer texting”. Ingenioso, ¿verdad? De texto, texting. Ola k ase? Kdamos? Valiente manera de gastar tiempo y dinero. Calla, idiota, que en los ochenta tú preparabas buenas facturas de teléfono. ¿Te acuerdas? Por teléfono te atrevías a decir y a insinuar lo que nunca en vivo. Claro, no te veían la cara, ni se la veías. ¡Pero anda que no le echaba rollo! La labia, la labia, eso es lo fundamental para ligar. Cómo vas a ligar con un Ola k ase y un XD y un LOL. Bueno, no todo el mundo tiene labia. Y además, eso era antes. Ya no. Ffffff-ssshhh.

Conversación por el móvil.
Conversación por el móvil.

Ahora es la época de los smartphones. Piticlín. ¿Eso qué es? Teléfonos inteligentes. Ah. Bueno, más que inteligentes, listos. ¡Tadáa! El aparato, ese listillo, sabe mejor que tú lo que quieres. ¿Que has llamado dos veces a una chica? El teléfono te la pone en primera base. ¿Que te gusta una canción? Enseguida te dice su nombre, traduce la letra y te ofrece descargarla por 0,99. (Dioss, ¿cómo me ha podido gustar este cantante?) ¿Que te haces una foto? El trasto sabe dónde, a qué hora y con quién estabas. ¿Que hay oferta de gafas de pasta? El bicho te lo anota en la agenda, te avisa antes de que se agoten y te dice por qué calle tienes que ir. ¿Que la barba ha dejado de estar de moda? Te llama viejuno y te indica el barbero más cercano. ¿Que quieres ligar? Eso ya lo sabía el cacharro antes que tú. Tirorirorí.

Anónimo: Autorretrato.
Anónimo: Autorretrato.

Desengáñate, ahora ni la labia, ni la barba, hacen falta para ligar. Lo que necesitas es un listófono con supercámara integrada de los que te sacan bien guap@ en las fotos. Ahora la imagen es lo que vende. Hablar, nada, ya no es necesario. ¿No? No. Toooing. ¿Y escribir? Uy, majo, escribir, qué me dices. Eso todavía menos. Pedirle a la gente que escriba es mucho hoy día. Vaya. Porque, vamos a ver, ¿has conseguido ligar alguna vez escribiendo? Em, tengo que reconocer que no soy Lope. Imagen, todo es imagen. Si estás to’ güen@, ligas con solo una foto que mandes. ¡Venga ya!

Anónimo: Autorretrato.
Anónimo: Autorretrato.

¿No te lo crees? Con una no, pero con dos, tal vez sí. Chachaaaan. No sé. No estás en el mundo. Mira, si tu contrincante no ha reaccionado positivamente a la tercera, empiezas a mandarle fotos subiditas de tono, ya sabes. PERO QUÉ ME CUENTAS. Lo que oyes. ¿Tipo morritos de pato? Cuac, cuac. Vale, para abrir el juego no estaría mal, pero después hay que subir las apuestas. ¿Te imaginas de lo que habrías sido capaz a tus veinte con una cámara superferolítica integrada en un teléfono chulísimo en el que además podrías jugar al Comecocos? NO. No me digas eso. Cuántas monedas de cinco duros malgastadas. Ñigu, ñigu, ñigu. Comecocos aparte, considera las posibilidades de coqueteo. Una fotito embozado en el albornoz al salir de la ducha. NO. Una caída sensual de la manga, así, con mucho swag. OH, VAMOS. Un primerísimo plano de BASTA CÁLLATE DE UNA VEZ ¡En nuestros tiempos a lo más que llegábamos era a fotocopiarnos el culo!

Anónimo: Autorretrato.
Anónimo: Autorretrato.

Ya, y después, lo mandabas por fax, ¿no? Ejem. Pues no se vería un pimiento. Claro, ahí estaba la gracia, en lo que te podías imaginar. Muahahahahahah. Ahora la gente no tiene tanta imaginación. Cuanto más directo, mejor. ¿Y como dices que se llama eso? Sexting. Ah. Claro, en vez de Texting, como ya no hay texto, que hay Sexto, digo sexo, pues Sexting. Ninoninonino. Bueno, tampoco es tan malo, ¿no? Te puedes figurar. Entre adultos responsables y libres que andan por ahí perdidos en busca de la felicidad, ¿quién puede opinar de sus ceremonias de emparejamiento? No esperarás que persistan los ritos de cortejo del siglo XIX, ¿verdad que no? Tarirorarí, chin-chin, chin-chin. Reconócelo. Ahora coquetear, tentar, seducir, citar, incitar o excitar es más fácil que nunca. Atrás quedó tener que disfrazarse de cisne, o de toro blanco, o gastar una lluvia de oro.

Austin Mahone: Autorretrato.
Austin Mahone: Autorretrato.

¿De verdad te extraña que esta forma sea la que lo peta ahora para ligar entre los jóvenes? Han crecido leyendo poco y viendo imágenes a todas horas. Teleseries y películas donde los diálogos se han ido simplificando mientras la iconografía ganaba intensidad, definición, contraste, impacto. El sexo ya no es una velada alusión o una sutil metáfora, sino el combustible para vender continuamente ropa, perfumes, o cualquier producto de consumo a partir de la Barbi. El petardeo arrasa en televisión. ¿Para qué tener de referente a un premio Nobel cuando puedo ser simplemente popular? O mejor aún, famos@. Si hasta Rihanna y Paris Hilton ponen selfis sexis en sus redes sociales, ¿por qué no voy a hacerlo yo en las mías?

Rihanna: Autorretrato.
Rihanna: Autorretrato.
Paris Hilton: Autorretrato.
Paris Hilton: Autorretrato.

Para seducir solo necesitas un teléfono con datos y la carne que tienta con sus frescos racimos. ¿Algo de conocimiento fotográfico? Olvídate, los rollos de Kodak y los cálculos de exposición ya son historia. Bueno, pero algo de formación plástica, sentido de la composición. Croc croc croc croc croc. No, hombre, eso es prescindible. Si acaso, un poco de dominio del PhotoShop para arreglar el aspecto y que no te pase como a Lindsay Lohan cuando se le fue la mano con el tampón de clonar. ¡Pero, al menos, tener un mínimo sentido de la estética, de la belleza! ¿Belleza? ¿Eso qué es? Satisfacción inmediata, eso es lo que cuenta. Ding.

Lindsay Lohan: Autorretrato con Photoshop
Lindsay Lohan: Autorretrato con Photoshop

Sí, satisfacción inmediata. Y lo inmediato nos volvió insaciables, olvidado el valor de la espera, eliminada toda reflexión, desatendida la maceración de los afectos. Los cortejos son rápidos, instantáneos. Pronto acaba todo. Ya no me satisfaces. Adiós. Tengo otro plan. Plinc. Tienes un mensaje. Este sí. Esta es una foto íntima. Espera, acabo de recibir otra que es todavía mejor.

Anónimo: Autorretrato.
Anónimo: Autorretrato.

Así, una y otra vez, multiplicado por todos los miles de usuarios adultos y no tan adultos que practican el cortejo por sexting. El usuario se inmortaliza – es un decir – en una foto trivial que tiene mucho de narcisista. Un selfish más que selfi. Y juega a lanzar esa imagen extrañada de sí mismo, esa imagen en la que al poco tiempo no se reconocerá, a otro Narciso que juega el mismo juego. Es un juego de engaños, como el póker. Pierde el primero que se enamora.

Anónimo: Autorretrato.
Anónimo: Autorretrato.
Anónimo: Autorretrato.
Anónimo: Autorretrato.

Y al engaño se suma la traición. Hay miserables que traicionan la confianza y los secretos recibidos divulgándolos a toda la lista de sus amistades o a toda la red mundial de babosos. Por querer ser más popular. Por un puñado de emoticones. Por desquitarse de un despecho mal encajado. Qué más da el motivo. Peor aún, hay quien chantajea con estas imágenes. Nadie merece ser objeto del escarnio ni de la extorsión por haberse expresado libremente con su cuerpo. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde ha ido a parar la amistad? ¿Dónde la verdad?

Anónimo: Autorretrato.
Anónimo: Autorretrato.

Los organismos de seguridad e higiene en Internet se ocupan de prevenir los abusos con origen en el sexting. La solución ideal que se propone — sorpresa, sorpresa — es la completa castidad. Pero como esto es poco realista, hay que proponer y difundir algunas normas básicas de seguridad.

1.- Nunca lo hagas antes de tener 18 años. Nunca.

2.- Nunca envíes ninguna clase de fotos a un interlocutor que solo conozcas a través de la red. Podría no ser quien dice.

3.- Si practicas sexting, asegúrate de no mostrar tu rostro. Tampoco ningún rasgo que te identifique: Tatuajes, joyería, ropa característica.

4.- No regales tu imagen solo porque te lo pidan con insistencia.

5.- Usa la aplicación SnapChat, que impide descargar la foto y la autodestruye en 10 segundos. Ka-Boom.

Y ya puestos, cuida el aspecto estético. El encuadre, la iluminación, la composición, también ayudan a seducir. No hace falta ser Helmut Newton, pero si la foto no te parece buena, ensaya otra toma antes de enviar. El amor es ciego, la cámara no.

Piénsalo bien. Como advertía Fernando de Rojas en La Celestina, a quien dices tu secreto das tu libertad. Una vez que la foto se ha enviado, a lo hecho, pecho.

Anónimo: Autorretrato.
Anónimo: Autorretrato.

Tiempos extraños, en que los afectos son poco permanentes, y las instantáneas, algo más difíciles de borrar. No os preocupéis. Como en todo, el tiempo hará la criba. Dentro de siglo y medio, seguro que alguien encuentra una imagen interesante. Entonces ya no nos importará tanto la privacidad. Dingdong. Tienes un mensaje. A ver. Tin tilín tilín. ¡Vaya! Otra vez sin batería.

IV. Adagio

 

En su despacho de Washington, el senador Daniel Webster abre el paquete que esperaba y observa que hay una pieza de más. Lee la nota, desenvuelve impaciente las miniaturas y localiza la que nos ocupa. Se ajusta las lentes, y alza lentamente la placa buscando la luz de la ventana. “Oh, my Goodness!” Webster permanece absorto y boquiabierto ante la revelación durante unos instantes eternos.

Después, la protege con una gamuza y la guarda en el cajón más resguardado de su secreter, donde permanecerá durante 24 años, a disposición de Webster para cuando quiera contemplarla furtivamente en una pausa de su jornada laboral. La confidencialidad y la prudencia inclinan al senador a romper en pedazos diminutos la carta de Sarah.

Sarah Goodridge: Daniel Webster, 1827.
Sarah Goodridge: Daniel Webster, 1827.

Diciembre de 1829. ¡Campanas de boda! El senador Webster, a sus 47 años, se casa en segundas nupcias… con Caroline Le Roy, hija de un opulento comerciante de Nueva York. Dan el negro, Black Dan como le llaman todavía sus enemigos, sigue apuntando alto: desea ser presidente de los Estados Unidos. Y para la carrera presidencial hace falta dinero. Tres veces emprenderá el intento. Las tres sin conseguirlo.

¿Cómo se tomó Sarah la noticia? Lo único que sabemos con certeza es que, a pesar de todo, la relación comercial se mantuvo. Webster continuó retratándose con la miniaturista de Boston hasta 1851, fecha de su última correspondencia. Eso sí, Miss Goodridge no volvió a desplazarse a Washington para pintar a su amigo, como hizo en dos ocasiones antes de su segunda boda. Entre todas las opciones posibles, nos gusta más imaginarnos que Sarah no sufrió un desengaño, sino que prefirió mantener su independencia antes que supeditar su carrera a la presidencial de Webster.

Sarah Goodridge: Autorretrato, 1830 (Foto: Wikipedia).
Sarah Goodridge: Autorretrato, 1830 (Foto: Wikipedia).

Así nos lo sugiere el tercer autorretrato de Sarah Goodridge, fechado en 1830, que marca el culmen de su arte como miniaturista. La artista se nos muestra resuelta y confiada, radiante de luz, inteligente. El vestido, sencillo de hechura, delicado y soberbio en su ejecución, parece competir en vano con los sedosos cabellos, la clara frente, la mirada serena, el cuello enhiesto. El equilibrio característico de la mujer del Renacimiento queda reforzado por la determinación de la artista moderna de regir su propio destino. Sarah, dueña de sí, está orgullosa de su maestría, seguridad e independencia.

Los siguientes años vienen llenos de actividad, pedidos, trabajo. Retratos de mujeres, de caballeros, de niños. El volumen de encargos le permite a Sarah vivir desahogadamente sin ataduras, sin someterse a un marido. Algo poco frecuente en su época.

Sarah Goodridge: Martha Goldthwaite. Metropolitan Museum of Art,  Nueva York.
Sarah Goodridge: Martha Goldthwaite. Metropolitan Museum of Art, Nueva York.
A y B: Sarah Goodridge: Retratos de Solomon Sargent y su esposa  Mrs. Sargent.
A y B: Sarah Goodridge: Retratos de Solomon Sargent y su esposa Mrs. Sargent.

Sarah Goodridge: Autorretrato, 1845.
Sarah Goodridge: Autorretrato, 1845.

El cuarto y último autorretrato es de 1845. Sarah Goodridge se representa por última vez con los ojos abatidos, no por humildad, sino por hallarse absorta en su trabajo. En el lienzo abundan ahora, y hasta agobian, los objetos materiales: la mesa con su tapete, el pequeño caballete hacia donde convergen las miradas, el vaso de agua para la acuarela. La artista aparenta fatiga, tal vez causada por el peso del vestido y el pañuelo, que han llevado tanto trabajo o más que el propio rostro. Es indudable, al compararla con su antigua túnica rojiza, la maestría que ha desarrollado en el tratamiento de los tejidos. Pero, ¿en qué ha parado el gesto confiado y altivo de hace quince años? Su atuendo es más rico, pero ¿dónde ha ido la belleza? Más todavía: ¿Qué es la belleza?

En 1851, Sarah no puede continuar pintando: su vista no da más de sí. En la pujante Boston, que ha duplicado en estos treinta años su población hasta los 136.000 habitantes, se están abriendo con considerable éxito los primeros estudios fotográficos. Sarah decide cerrar el suyo y abandonar la Atenas de América. Se retira a Reading, una villa cercana de 3.000 almas, donde disfrutará su jubilación durante un par de años. Su vida se apaga el 28 de diciembre de 1853, día de los Santos Inocentes. Un año antes había muerto Webster, al caerse de su caballo, en pleno frenesí de su última carrera presidencial.

Si algo hay que reconocerle a Daniel Webster en esta historia es la discreción. Sus herederos hallaron Beauty Revealed escondido en su escritorio y decidieron guardarlo como un secreto de familia más. Durante siglo y medio, la pieza permaneció en propiedad de los descendientes directos.

'Beauty Revealed', dentro de su estuche.
‘Beauty Revealed’, dentro de su estuche.

El autorretrato salió a la luz pública en 1981, cuando la familia decidió subastarlo. Los nuevos propietarios, Gloria y Richard Manney, lo regalaron en 2006 junto con otras piezas de su colección al Metropolitan Museum of Art  de Nueva York. Como cabía esperar, el Metropolitan reveló a través de su web — urbi et orbi — la belleza de Sarah Goodridge en una espléndida imagen ampliada de alta definición que permite apreciar cada detalle. Algunos estudiosos afirman que se trata del primer desnudo pintado del natural en la historia de los Estados Unidos.

Si planea una visita a la Gran Manzana y se quiere acercar por el Metropolitan, no espere encontrarse con Belleza Revelada. El cuadro no está expuesto al público. Los senos de Sarah Goodridge siguen ocultos, protegidos en la oscuridad de una vitrina reservada. Aunque ya hace muchos años que ella dejó este mundo, la intensidad de su amor continúa vibrando sobre un pedazo de marfil. Marfil enamorado.

 V. Belleza Revelada (Soneto)

Aludes de luz, graciosas gacelas,

sensuales como damas altaneras.

Torres de marfil, dulces compañeras,

fontanas de miel en cumbres gemelas,

coronadas de rosas centinelas

que vigilan atentas sus laderas.

Globos gloriosos, celestes esferas

cuya belleza oculta me revelas.

Quisiera ser leal depositario

del precioso retrato de tus senos

henchidos de ternura, tan süaves,

y gozar el placer extraordinario

de mirarlo cuando te eche de menos

y guardarlo después con siete llaves.

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