“Whiplash”: sangre, sudor y lágrimas

Primero, sentirse elegido, sentir muy profundamente, en algún momento de la niñez o de la juventud, que se “quiere ser algo” por encima de todas las cosas. Sentir que ese algo supone una necesidad esencial, algo que tiene que ver con la identidad, el sentido y la felicidad que se espera de la vida. Eso que siempre se ha llamado vocación y que no se sabe muy bien como se desencadena en algunas personas. Un fondo cultural, histórico, de cercanía o de refuerzos sociales percibidos. Pero en algunas personas sucede. Un niño quiere ser científico, futbolista, escritor, actor, músico. Batería de jazz, concretamente. Éste es el caso, Andrew Neiman (Milles Teller) quería ser batería desde niño, hay pruebas, grabaciones, siente la pasión dentro. No cualquier batería. El mejor: cree saber que tiene cualidades. Quiere ser tan grande como los grandes.

 

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Lo segundo es buscar el camino, ensayar, acumular toda la energía que dan los sueños desatados. Conseguir el ingreso en la mejor escuela. No sólo eso: llamar la atención del mejor profesor, el que haga llegar más lejos, el que ya lo ha demostrado con otros, el que parece saber cosas que otros no saben. Neiman ya está en el Conservatorio de Música y  el mejor profesor, al menos el que más fama tiene, el que más intimida es Terence Fletcher (J.K. Simmons). La película comienza en ese cruce. Dos seres que se creen especiales se reconocen. Fletcher mira a Neiman (se nombran entre ellos por el apellido toda la película) y de alguna manera le dice: “tu eres especial, mejor que todos éstos, tu vas a llegar a lo más alto, porque yo puedo conseguirlo, porque yo soy especial.” Lo hace con algunos. Es su técnica. El comienzo de su método implacable (una variación del palo y la zanahoria) para desarrollar genios. Que quizá se rompan en el proceso. Pero no importa. El fin justifica los medios. Al que no le guste el calor que no se meta en la cocina.

 

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Lo tercero es esforzarse al máximo. No sólo tener cualidades sino desarrollarlas en grado sumo,  con un ensayo continuo que lleva todo el tiempo que nunca es suficiente, por el que hay que renunciar a todo, incluso al amor. Fletcher representa, incluso físicamente, en su gestualidad, la imagen del sargento de hierro. El que grita recordando el deber, el que denigra si la nota no sale justo como quiere, el que hace todo tipo de trucos para conseguir que el alumno dé un poco más de sí. Sin límites. Sin pensar en riesgos. Al servicio de la excelencia del arte. Nada importa si al final hay una interpretación genial que lo justifique todo.

La película plantea el proceso siempre incierto e inquietante que atraviesa toda persona que quiera llegar a la excelencia en un oficio, en un arte. Las decisiones que tiene que tomar, la energía que tiene que sacar de algún sitio para atravesar ese camino solitario y proceloso que puede no llevar a ningún sitio. El precio que tiene que pagar en forma de renuncias, de trasgresiones o rupturas.  La disciplina feroz que tiene que practicar durante un tiempo al menos y, por tanto, la necesidad de atarse a un poste o dejarse guiar por un instructor sin piedad que lo libre de las dudas y la procastinación.

 

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Neiman no quiere ser como su padre. Un (¿simple?) profesor de literatura divorciado que escribe quizá bien, pero que no ha triunfado.  Un tipo tranquilo que come palomitas y es un padre afectuoso y cercano. Un hombre maduro que es capaz de replicar sensatamente algunas argumentaciones de Fletcher que calan en Neiman. Una leyenda sobre Charlie Parker y alguien que le tiró algo a la cabeza para reprocharle una mala actuación. Según Fletcher, Parker ahora era inolvidable precisamente porque alguien le tiró ese objeto y él no paró de ensayar hasta convertirse en Bird. “Y morir cocainómano y solo, a los 34 años”, replica el padre. “Lo prefiero, con tal de que alguien escuche en el futuro mi música” o algo parecido, replica Neiman. Matar al padre para perseguir un sueño. Para seguir a otro padre quizá mucho más exigente.

La pregunta es si la excelencia exige siempre ese proceso. O si conseguirla de esa manera merece la pena. Si es inevitable utilizar un instructor que exija de esa forma, utilizando cualquier medio, sólo pensando en los resultados. Fuera o dentro de uno mismo, esa es la metáfora. Si es precisamente el estar dispuesto a sangrar lo que define la diferencia, la percepción del talento que pugna por expresarse, la audacia que define a los elegidos. Si hay otra manera más racional de hacerlo, más compatible con buena vida, sin poner toda la carne en el asador, sin destruirse o bloquearse para mucho tiempo. Sin perder el gusto por lo que tanto se ama.

“Whiplash” atrapa al espectador y lo desazona porque es muy fácil sentirse concernido, quedarse atrapado en la dinámica de los personajes, tomar partido y, a la vez, comprender el otro extremo para, al momento, detestarlo, alarmados por esa estupidez. Darse cuenta del lado oscuro, del precio que puede tener toda obra de arte o toda gesta que trata de ser extraordinaria. Del monstruoso sacrificio que puede haber tras la gracilidad encantadora de una bailarina de ballet o una gimnasta. De las renuncias vitales de cualquier músico o corredor de fondo tan olvidadas o justificadas al entrar triunfante en el estadio Olímpico o al escuchar una sinfonía.

 

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La película también habla del poder de los que simulan ser fuertes y seguros, de los obsesivos que nunca van a ceder cuando los demás ceden, de los que parecen no tener culpa y están entregados a una causa de la que parecen tener una clave. De cómo otros parecen necesitarlos para apoyarse en ellos, para superar su propia incertidumbre y conseguir lo mejor de sí mismos buscando ser reconocidos precisamente por su mirada, como una garantía para conseguir triunfar ante el mundo. Para sentirse realmente buenos.

La película de Damien Chazelle, un director muy joven,  ganó el festival de Sundance en 2014  y J.K. Simons ganó merecidamente numerosos premios al mejor actor de reparto por su papel como el sádico profesor Fletcher. Una magnífica película de jazz que es una metáfora de algo esencial y no resuelto, en la que reparo de pronto en lo difícil que es tocar la batería, el sacrificio, la maestría y el talento que hay tras esos temas que oigo cada día y que parecen tan frescos y ágiles, como si flotaran, como si brotaran sin esfuerzo de algún sitio misterioso.

 

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4 Comentarios

  1. Una corrección pertinente, Ramón: la película no ganó la Palma de Oro en Cannes 2014 (ésa fue Winter Sleep) sino el Festival de Sundance (además de otros premios en festivales y certámenes diversos)

  2. Al margen de mi comentario anterior, suscribo el grueso de tus reflexiones sobre la película y añado algunas consideraciones de cosecha propia:

    Como estudiante de música que fui durante muchos años, tuve tiempo de encontrar actitudes peligrosamente cercanas a las que manifiestan los personajes de la cinta, desde alumnos divos que tenían muy claras sus metas y no vivían para nada que no fueran su tiempo de ensayo y actuaciones, forjándose toda clase de rivalidades, a profesores con dudosas salidas del tiesto, especialmente ante sus alumnas (tan triste como suena), y otros con conceptos tan rígidos acerca de la interpretación y el talento que podían llegar a resultar una verdadera pesadilla docente. Por no hablar de los favoritismos. Por supuesto, eran los menos, en general el ambiente que se respiraba era de agradable compañerismo. Pero haberlos los había. Sólo llegué a finalizar los estudios de Grado Medio, aunque por lo que sé, estas tipo de cosas se llegan a acentuar mucho cuando el nivel de exigencia se multiplica en el Grado Superior.

    Cuento todo esto para ilustrar que ‘Whiplash’, aun siendo deliberadamente exagerada, no deja de reflejar algunas situaciones que, con menos intensidad, pueden encontrarse en las aulas. El problema que le encuentro a la película es que de tan exagerada que es, en muchos momentos resulta inverosímil. Obviamente, un profesor que en la vida real se dedicara a tirar a sus pupilos un bombo a la cabeza sería rápidamente expedientado. Un alumno que poco antes de una actuación sufriera un accidente no se subiría ensangrentado al escenario minutos después. Y, desde luego, un músico jamás interrumpe una actuación a la mitad salvo por causas de fuerza mayor.

    Es cierto que detrás de las grandes obras hay también un gran trabajo, pero sería contraproducente que hubiera gente que se tomara en sentido literal lo que sucede en “Whiplash”, y renunciara a labrarse un futuro artístico en estas condiciones. Hay un enorme número de músicos discretos que se limitan simplemente a dar lo mejor de sí mismos, disfrutar de su trabajo, y hacer disfrutar al público en la misma medida. Y sí, llegar a ser el más grande es otro tema.

    A pesar de ser increíble (aunque, ya digo, con un poso de verdad) y de que no evita ciertos esquematismos como los de las subtramas familiar y amorosa, bastante clichés, lo cierto es “Whiplash” es una buena película, en tanto que está bien dirigida y montada, mantiene la tensión y sabe jugar sus cartas para resultar emocionalmente certera, aparte de las estupendas actuaciones y la música maravillosa.

  3. says: Ramón González Correales

    Muchas gracias Santiago. Llevas razón me despisté al mirar la tabla que viene en wiki.  Sólo estaba nominada. Ya está corregido.

    Es muy interesante lo que comentas. Esta claro que la película propone una situación extrema. Y puede también puede funcionar como una metáfora extrema, al margen de la música en concreto, de como puede plantearse alguna gente las cosas, quizá la mayoría de las veces sin resultados, más que amargarse para siempre. 

    Pero también para pensar en grados de esa exigencia, en como el ansia de triunfo o simplemente el deseo de estar entre los mejores pone en marcha una dinámica psicológica que es difícil esquivar y que muchas veces se lleva por delante el placer de la actividad y termina inundando de ansiedad y bloqueandolo todo. A menudo hay que saber matar al Fletcher que todos llevamos dentro para recuperarlo y paradójicamente para que quizá emerja algo que merezca la pena.

     

  4. says: Óscar S.

    Tal como lo contáis, lo encuentro absurdo. Y muy americano todo, muy calvinista. En la vida real, por mucho orgullo luciferino que poseas, siempre hay otro tipo (o cien…) que es mucho mejor que tú por un idiota don natural. Conviene aprender a vivir con eso sin dejar, por ello, de tocar la batería. Una vez más, hay que ser menos romántico y aprender de los clásicos: la “aurea mediocritas” de Horacio…

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