Ciertas cosas se hacen y basta

Mientras el desfile militar en homenaje al Führer avanza por las calles de Roma, una Sofía Loren despreocupada tiende la ropa en la película “Una giornata particolare”. La radio está encendida. Ensimismada en sus cosas, no presta atención a la voz del locutor que relata la llegada de Hitler a Italia. Miles de italianos le reciben en Termini, dónde le jalean como si de un actor de Hollywood se tratase. A su lado, disfrutando del baño de multitudes, un Mussolini hambriento de gestas italianas, saluda al gentío con nerviosismo.

Toda Italia parece estar pendiente de la radio. Todos menos Gino Bartali a quien nada parece importarle el desfile. Su único interés son los pedales. Solo piensa en entrenar, el Tour le espera. Pocos saben que Mussolini le ha obligado a renunciar al Giro, quiere ver cumplido su sueño: ver a un italiano en lo más alto del podio de los Campos Elíseos, demostrar al mundo que los italianos también pertenecen a una raza superior.

En este escenario, en el de las batallas imposibles Bartali brilla sin igual. En otras circunstancias hubiera sido un hombre muy distinto y él lo sabe. Apenas habla de sí mismo, es pudoroso en sus sentimientos, Adriana su novia de siempre también lo sabe. Comedido hasta la exageración, espera el momento de robarle un beso en un descuido, como si el deporte tuviera sus reglas y el corazón las suyas. De no haber sido ciclista, quien sabe si hubiera sido futbolista, o contable, siempre se le dieron bien los números. Pero no, desde pequeño le interesaron más las bicis que los libros. Soñaba con ser como Binda, ser como él, pedalear buscando nuevos caminos, nuevos sueños en esa infancia del recuerdo.

Viéndole así entrenar nadie diría que a punto ha estado de dejarlo todo. La muerte de su hermano Giulio dos años antes, justo un mes después de ganar el Giro, le trastoca por completo. Abatido por la pena, se refugia todavía más en ese misticismo del que siempre ha hecho gala, ese ensimismamiento tan suyo incluso a la hora de encomendarse a la providencia, a San Doménico que desde arriba parece guiarle.

Le abruman las extravagancias de algunos de sus compañeros de equipo. No puede negar que Coppi le parece un tipo raro. Tan liberal, tan mujeriego… Le han dicho que una vez a la semana se alimenta solo de hígado y germen de trigo. Él en cambio no renuncia a un buen plato de pasta ni a su vaso de vino. Tampoco olvida los cigarrillos que enciende uno con otro. Buen tipo este Coppi. Se pregunta porque tratan de enemistarlos….

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Pedalea, solo levanta la cabeza para mirar al cielo. No entiende el encargo de participar en el Tour. No entiende tampoco que se empeñen en relacionarlo con el régimen, él que tanto detesta el fascismo. Ya lo intentó, ya intentó participar hace un año, pero una caída al inicio de la carrera le hizo retirarse. Le gustan los retos y este lo es. Le preocupan los Pirineos y los Alpes, etapas duras, etapas de montaña a las que tendrá que enfrentarse solo. Le preocupa el calor. Sabe que no podrá escatimar su energía, y aunque cuenta con la experiencia de Girardengo, un gran campeón y con el apoyo de su equipo, sabe que la batalla es cosa suya.
Sus pensamientos hablan por sí solos, monosílabos, pensamientos a ráfagas. El cansancio no le permite siquiera pensamientos más largos. Una cosa tiene clara, si logra llegar de amarillo a Paris, no piensa agradecer ni mencionar al Duce en su discurso, lo hará, agradecerá a sus seguidores y después llevará el ramo de flores a la Madonna en Notre Dame. Pero ahora prefiere no pensar en esto, no pensar en nada…
En nada…

[…]

Ni siquiera ahora, ni siquiera en estos años de entreguerras. Ni siquiera después de haber ganado el Tour. Nadie se sorprende al verle por carreteras secundarias y caminos polvorientos de la Toscana con su bicicleta. Esta vez su misión será otra. Una misión que nadie sospecha, ni siquiera su mujer a la que prefiere no preocupar; de sobra conoce su carácter aprensivo. No, mejor mantenerla al margen. Mejor que no sepa nada. “Certe cose se fanno e basta” no se cansa de repetir.

Las patrullas le paran, no dan crédito de su suerte. Saludan al campeón. Le preguntan por aquella etapa del Tour entre Digne y Briançon en la que consiguió el maillot amarillo tras su escapada en solitario mientras recuerdan entusiasmados aquella llegada triunfante en Paris. Él finge normalidad, sonríe y les cuenta quitándose importancia, nadie imagina que debajo del sillín transporta documentos falsos. Pasaportes a la libertad para tantos y tantos judíos italianos a los que salva de un futuro dramático en campos de concentración. Documentos que de haber sido descubiertos le hubieran conducido también a él a una muerte segura.

Claro que todo eso vendrá mucho después. Ahora el desfile pasa de largo y Sofía Loren sentada junto a la ventana zurce unos calcetines. La tarde no ha hecho más que empezar.

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Fotos: Gino Bartali

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