Encontrar ese libro que no se puede parar de leer ni aunque ya sea muy tarde y haya que madrugar o se tenga un examen al día siguiente; que atrae como un imán cuando estamos haciendo otra cosa; que disuelve las zozobras porque hace vivir hacia fuera, contemplando otros mundos que nos entretiene mucho vislumbrar, aprendiendo cosas que nos pueden cambiar la vida o viajando a países muy lejanos de forma más vívida que si cogiéramos un avión y fuéramos allí mismo.

Regalar ese libro que crea un vínculo persistente, una mirada compartida, que deja una huella leve como un perfume o promueve una conversación memorable que podría no haber existido nunca. Ese libro que sea como la llave que el otro espera sin saberlo y que abre la puerta de un tesoro precioso o de un refugio contra el tedio y la desesperación de los días rojos. Palabras que evocan palabras y cómplices que nos acompañaran desde entonces, desde los tiempos más lejanos, como una red de murmullos o de manos amables a las que poder agarrarse en cualquier momento..

Buscar el libro adecuado en el laberinto de las estanterías donde reposan expuestos, como flores multicolores en primavera, en un campo infinito que las contiene todas, también las venenosas o las que quizá pueden quitarnos el aliento o nublarnos la vista durante mucho tiempo.

Elegir un libro, con mimo, el día del libro o cualquier otro día, precisamente ese libro que aguarda al lector. Como decía Borges ….


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“A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o de páginas, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Los textos de esa íntima biblioteca no son forzosamente famosos. La razón es clara. Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos en la belleza que en los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis, no para el goce del lector.

La serie que prologo y que ya entreveo quiere dar ese goce. No elegiré los títulos en función de mis hábitos literarios, de una determinada tradición, de una determinada escuela, de tal país o de tal época. Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer, dije alguna vez. No sé si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector. Deseo que esta biblioteca sea tan diversa como la no saciada curiosidad que me ha inducido, y sigue induciéndome, a la exploración de tantos lenguajes y de tantas literaturas. Sé que la novela no es menos artificial que la alegoría o la ópera, pero incluiré novelas porque también ellas entraron en mi vida. Esta serie de libros heterogéneos es, lo repito, una biblioteca de preferencias.

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Kodama y yo hemos errado por el globo de la tierra y del agua. Hemos llegado a Texas y al Japón, a Ginebra, a Tebas, y, ahora, para juntar los textos que fueron esenciales para nosotros, recorreremos las galerías y los palacios de la memoria, como San Agustín escribió.

Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica. La rosa es sin porqué, dijo Angelus Silesius; siglos después, Whistler declararía El arte sucede.”


Ojala seas el lector que el libro aguarda….”

JORGE LUIS BORGES “Biblioteca personal”

Fotografías: Hugo González Granda

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