Gunter Grass: el legado de un intelectual europeo

Nacer en 1927 en Alemania expuso a muchas cosas terribles, a distintos riesgos de contaminación, al horror más atroz e inconcebible, a la mayor miseria moral, a la culpa más oscura e interminable, a la necesidad turbia y ambivalente del olvido o del silencio. Sólo muy pocos se atrevieron a luchar desde dentro contra el monstruo que lo invadió todo, a veces desde el refugio de otra ideología que también terminó asfixiandolos en un nuevo totalitarismo en un país fragmentado.

 Gunter Grass fue durante muchos años un cierto tipo de escritor comprometido. Alguien que vivía en Occidente y que se negaba a dejar de mirar el presente con ojos críticos, a dejar de contar con todos los matices, su visión de lo que había sucedido para tratar de comprenderlo, a quedarse en silencio anegado por la culpa o por los relatos dulcificados o sesgados del poder en medio de una guerra fría que también lo había atrapado la mayor parte de su vida adulta.
Su héroe fue Camus y como él se echó el peso del mundo entero a sus espaldas y tuvo que soportar la soledad y las críticas de quienes se sentían concernidos o traicionados por sus escritos,  que siempre estuvieron muy presentes en el debate político e intelectual alemán. Su figura siempre estará ligada a la socialdemocracia de Willy Brand y a un sueño europeo que ahora parece amenazado por un neoliberalismo del que él ya intuyó sus peligros cuando apenas comenzaba, en los tiempos de una reunificación alemana con la que fue muy crítico.
Me recuerdo iniciando “El tambor de hojalata” y dejándome llevar por esa historia, tan demorada y gélida, de la abuela con tantas faldas que asa patatas y que es contada, desde un psiquiátrico, por un hombre que es un niño que no puede crecer para recordar e inventar una realidad que pudiera ser habitable a pesar del dolor.

Gunter Grass un gran intelectual europeo que no olvidaremos …

 Gunter Grass y Willy Brand
“(…) Aquel talento bíblico recuperado había que multiplicarlo, a pesar de Adorno o advertidos por el veredicto de Adorno. Sólo así se podía seguir escribiendo – poesía o prosa – después de Auschwitz. Sólo así, convirtiéndose en memoria y sin dejar que el pasado acabase, podía la literatura germanohablante de la posguerra justificar la norma literaria de validez universal “continuará…”, para sí misma y ante los que nacerían después. Y sólo así se pudo mantener abiertas las heridas y compensar el deseado y prescrito olvido con un tozudo “Érase una vez…”.

Por muchas veces que estos o aquellos intereses pidieran un punto final, se reclamara la vuelta a la normalidad y se quisiera apartar como Historia el vergonzoso pasado, la literatura contradecía esos deseos, tan comprensibles como estúpidos. ¡Con razón! Porque siempre que en Alemania se anuncia la hora cero y se proclama el fin de la posguerra – la última vez hace diez años, cuando el Muro había caído y se había logrado oficialmente la unidad – el pasado ha vuelto a alcanzarnos.

En aquella época, febrero de 1990, pronuncié en Francfort del Meno ante estudiantes una conferencia con el título “Escribir después de Auschwitz”. Hice balance y, libro tras libro, repasé las cuentas. Así llegué al “Diario de un caracol”, publicado en 1972, en el que el pasado y la actualidad se cruzan por muchas vías, pero transcurren también paralelamente y colisionan a veces. En ese libro, porque mis hijos me piden que defina mi profesión, está la respuesta: “Un escritor, hijos, es alguien que escribe contra el tiempo que pasa”.

A los estudiantes les dije: “Una postura de escritor así aceptada presupone que el autor no se considere despegado ni encapsulado en la intemporalidad, sino que se vea como contemporáneo, más aún, se exponga a las vicisitudes del tiempo que pasa, intervenga y tome partido. Los peligros de tales intervenciones y tomas de partido son conocidos: corre el riesgo de perder la distancia adecuada para un escritor: su lenguaje se siente tentado a vivir al día; la estrechez de las circunstancias del momento puede limitarlo también a él y limitar una imaginación, entrenada para correr libremente; corre el peligro de que le falte el aliento”.

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