¿O Revolución o Caída?

Bajo el capitalismo el hombre explota al hombre. Bajo el comunismo, es justo al revés.

          John Kenneth Galbraith

 

Somos servidores de la ley, a fin de poder ser libres

                     Cicerón

 

En estos tiempos de tensiones preelectorales múltiples que corren en nuestro desdichado país, es normal que aumente considerablemente el volumen de ese murmullo que llevamos oyendo desde hace tiempo, ese viejo estribillo que lamenta la desunión, la confusión y el extravío de la Izquierda. Ya nos están contando, de hecho, en numerosos medios, que Podemos y el propio Pablo Iglesias se suavizan cada vez más y tiran para “la centralidad del tablero político”, como la proverbial cabra tira para el monte a ver si encuentra mejores pastos de desesperados votantes, y así enseguida aparecerán también, como en un automatismo pauloviano, aquellos que estaban esperando en la sombra para salir de repente a alertar a voz en grito de que las esencias están siendo traicionadas. Pero es que las “esencias” de la clase que sean siempre son una y otra vez traicionadas: para eso es para lo que están las esencias en el mundo, según parece. El argumento, en realidad, funciona al revés: los seres humanos descubrimos que hay “esencias” cuando éstas ya han sido pervertidas o amenazadas, de igual manera que las personas que se van haciendo mayores se dan cuenta de que los tiempos han cambiado en el momento mismo en que los que viven ahora empiezan a no gustarles. Entre la izquierda radical, este discurso de la caída en la inautenticidad es consustancial a su modo de ser y a su praxis política casi desde su estreno. Son como los detectores vivientes de las caídas: de las que fueron y de las que vendrán, acaso de la caída eterna…  Puesto que ellos siguen esperando con encomiable fe la auténtica Revolución (todas las anteriores revoluciones han sido falsas revoluciones y no cuentan, naturalmente), todo lo que suceda antes de tan extraordinariamente metafísico acontecimiento es como humo de pajas y un indigno arrastrarse fatigosamente por el fango. Ya se sabe que la Historia de la Humanidad es la prolongación indefinida de la Lucha de Clases, y nada que sea menos que un cataclismo capaz de poner solución a esta gigantomaquia puede aspirar a constituirse en algo distinto de episodios sucesivos y aparentemente diferentes del drama ininterrumpido de la alienación humana. De este modo, toda novedad histórica que cambia la vida de la gente se reconoce desde esta óptica de análisis como una novedad, en efecto, pero como cosa nueva tan sólo en tanto inédita y escandalosa manifestación de las siniestras transformaciones del Capital, “fecundo en ardides” como el legendario Odiseo -el comunismo, sin embargo, sería como el rocoso y unidireccional Aquiles, que no da su brazo a torcer, y cuando por fin sale a escena, la arma. El Capital es, así, asombrosamente proteico, mientras que la Revolución es tercamente idéntica a sí misma, ante todo y sobre todo porque el Capital no para de acontecer, mientras que la Revolución hace mutis por el foro. Cuando el Capital acontece, de hecho, lo hace conforme a toda su tremenda potencia, sin freno posible que lo detenga; en cambio, cuando sucede una revolución, suele hacerlo de acuerdo con una versión mixtificada y renegada de sí misma.

Y es que, si eres comunista, aunque seas un comunista realmente bien formado, para ti, mientras que no tenga lugar la Liberación Total, con mayúsculas, todas esas libertades parciales y pasajeras que se van conquistando aquí y allá no ocultan más que nuevas cadenas. La Historia es una manufactura de cadenas, e inventa sólo -pero prolíficamente- trampas. La Revolución Verdadera no tendrá lugar en vida de su profeta y cultor, de ninguno de sus profetas y cultores, pero eso no importa: ellos la dejan ahí colgando del cielo como un mandato, a la manera de una obligación pendiente para las siguientes generaciones, que tendrán que escoger entre cargar con ese peso moral o sentirse desertores. Pero… ¿alguien se imagina el año cinco, o el año veintitrés, o el ciento quince, tras la Verdadera Revolución? ¿De verdad piensa que las cosas seguirían en el mismo estado idílico en que se fijaron gracias a una descomunal violencia -y habría de ser realmente de proporciones cósmicas en el actual mundo globalizado y tecnificado- en el triunfante año uno? Entre tanto tales conjeturas tienen o no lugar, para el Soñador de la Revolución Total lo que pueda quedar a salvo bajo el veneno de los tentáculos omnímodos de la alienación cada vez se queda más encogido y reducido. Hay numerosos autores, como el famoso Gilles Lipovetsky, que hurgarán hasta la extenuación por encontrar la caída hasta en el menor de nuestros hábitos de vida contemporáneos: ese hombre lleva décadas escribiendo una microfísica obsesiva y detallada de nuestra caída colectiva, y las cuentas siempre le salen más vacías que el estéril Nirvana budista. ¿Y si lo que pasa es sencillamente que los hombres hacemos lo que podemos, que progresamos por partes y lentamente, cuando progresamos, que las libertades concretas a muchos nos satisfacen y las novedades pasajeras, como Internet, a veces hasta nos atrapan, y que en eso consiste la vida del hombre sobre la Tierra: en librar la batalla sin fin de problemas sin fin? En tal caso, no necesitaríamos fantasiosas promesas de redención de ilusorias defecciones (mira que es casualidad que siempre el mismo médico que hace el  diagnóstico terrible sea el que posee el remedio feliz), por muy científicas que se digan. Lo que necesitamos son ideas, experiencias y ejemplos que, provengan de donde provengan, tengan como irrenunciable horizonte la igualdad y la justicia social, que no son patrimonio exclusivo de un determinado sistema filosófico.

Pues tal vez sea eso lo que va comprendiendo, flexible y sensato como es incluso a través de su autorreconocida soberbia, Pablo Iglesias en su camino al Parlamento español. Llega un punto en que lo que se pide, a la vista de lo desastroso de la coyuntura, es nada más, pero tampoco nada menos, que el cumplimiento estricto de la leyes, no de las Leyes de la Historia, que permanecen y permanecerán por siempre tocando la lira en su limbo hipotético, sino las leyes vigentes en Europa y en el estado español. Mi amigo Carlos Fernández Liria lo lleva escribiendo desde hace ya unos cuantos años, por activa y por pasiva, como decía aquel, en castellano, en catalán y en arameo si se lo pidieran. Ejecutar las leyes que se ha dado a sí mismo este país sería en estos momentos algo tan revolucionario para nosotros como tres resplandecientes fuegos prometeicos otorgados al ciudadano español a la vez, tan calamitosa y vergonzante es la situación. El gran descubrimiento de la civilización griega, tanto que ellos mismos vivieron absolutamente fascinados por su propio hallazgo, casi como si no pudieran creérselo del todo, consistió justamente en esto tan fenomenal y tan sencillo a un tiempo: que los numerosos hombres nunca son puros, que se relacionan entre sí mediante una amalgama de intereses, pasiones y opiniones caóticas e incontrolables, pero que la Ley, que no es de carne y hueso, y porque no es de carne y hueso, merece imperar por encima de ellos, poniendo orden en la ciudad democrática. La Ley no representa la voluntad de los dioses, sino la de los hombres, y de ahí que no forje héroes, sino ciudadanos. Incluso en la totalitaria Esparta esta lógica imponente, realmente histórica como pocos hechos han sido tan irreversiblemente históricos, se aplicaba a rajatabla. ¿Qué significa exactamente “civilización”? Significa allí donde la ley burdamente biológica del más fuerte no es considerada una ley, donde esa ley es la única que jamás podrá valer -o que seguirá irremediablemente valiendo, pero no como ley reconocida públicamente. Quizá lo que ocurra, en términos ideológicos amplios, es que somos ya los hijos de la Revolución, de esa Revolución, y no tanto los padres de otra futura.

 

 

La existencia de la Ley es siempre una paradoja por cuanto que supone el máximo grado de deshumanización de que el ser humano es capaz precisamente para llevar a su plenitud lo humano. El otro gran descubrimiento de nuestra tradición lo formuló precisamente Karl Marx: una vez que hay leyes, nuestro problema consiste en estudiar hasta qué punto esas leyes son necesariamente las leyes de la clase dominante dado cierto entramado económico. Ahora mismo, que des-habitamos una emergencia nacional, como en Grecia, podemos permitirnos aplazar ese problema (como digo, problemas nunca nos van a faltar) para más adelante. Por mí, que Pablo Iglesias se vuelva todo lo “socialdemócrata”, o, simplemente, moderado, que su sentido común y su conciencia le vayan inspirando: los ciudadanos de a pie del Reino de Españistán, que no nos identificamos con las monstruosidades del capitalismo, pero tampoco con las del antiguo comunismo, se lo agradeceremos…

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16 Comentarios

  1. says: Alvaro

    El debate physis/nomos. La ley está muy bien, estoy contigo. Y su cumplimiento, mejor. Pero es bien sabido que las leyes las aprueban las mayorías parlamentarias. Y no pocas veces son perjudiciales para los ciudadanos. Es cierto que algunas se mantienen más allá de la época en que fueron pensadas. Véase la obligatoriedad del servicio militar, hasta que de tanto insumiso llegó el momento de repensar si eliminar la ley. Y se eliminó. Y los chicos hoy no hacen la mili. Alguien habrá que diga: “Y así nos va!”. En fin, me alejo de tu reflexión, que va más bien por una defensa de la democracia, cosa que me parece -con perdón- una obviedad. ¿Alguien piensa de verdad que Pablo Iglesias encarna algún tipo de proceso revolucionario? ¿Le ves fumando puros en lo alto de la montaña mirando escopeta en rifle hacia el Palacio Real con Errejón señalando el objetivo?

  2. says: Óscar S.

    No, decía lo contrario: que no encarna eso. pese a que gente romántica (ahora pienso en caras visibles, como Willy Toledo) prácticamente se lo exija. Y si lo que se ha leído, en cambio, es una defensa de la democracia, bienvenida sea la perogrullada. En España la democracia parece que se defiende no por sus virtudes intrínsecas (el demos gobernado por la ley), sino por antítesis: que bien la democracia que no es la dictadura. Pero no establezco debate physis/nomos: aquí todo es nomos. Y, por ello, nomoi provisionales y revisables, pero no burladas constantemente por unos pocos, defraudando a Hacienda, por ejemplo. ¿Quienes? La casta, naturalmente… ;-P

  3. says: José Biedma

    Excelente artículo. Para que una cultura pueda ser llamada civilización es preciso: teatro, ciencia y democracia. O sea la libertad de distanciar las propias costumbres, buscar el orden cósmico y racionalizar la polis. Ok, esa revolución la hicieron los griegos.

  4. Adelante… ya estamos con los dos pies en la democracia (o casi)… ya podemos empezar a pensar en saltar hasta la siguiente piedra mientras cruzamos el río… ya podemos decir bajito que la democracia es enemiga vieja del hombre… si no va vestida de razón… y si no lo creéis… haced un referéndum en Tordesillas sobre defensa del animal… de las personas no humanas…

  5. says: Óscar S.

    Una ley para uso de cuatro personas que además son familia mejor llamarlo componenda (también en esto se equivoca Freud).

  6. says: Óscar S.

    Te pierden las frases efectistas… Si la ley sirve a uno o a unos pocos o a una clase social, entonces no es la ley tal como se entendía en Grecia, es decir, como en la frase de Cicerón, el modo único concebible de servir a una abstracción comunitaria para no tener que servir a nadie concreto. Tan formidable es la idea, que hasta lleva siglos empleándose para el mundo físico…

  7. says: Pelayo

    Vale… y por si tropezamos otra vez y nos quebramos de nuevo la pata… siempre con muletas… o mejor aún… en silla de ruedas… ¿para qué soñar con seres humanos libres y conscientes?… dejémonos de utopías que lo que necesitamos como decía Arana… DIOS Y LEYES VIEJAS… que de eso andamos cortos.

  8. says: Óscar S.

    Como en el fondo soy un friki (si Pablo Iglesias tiene su juego de tronos, yo tengo mis subliteraturas), llevaba un tiempo preguntándome por qué Lovecraft se empeña en que sus Primigenios son tan radicalmente malvados. Por feos y repugnantes que resulten, fueron, y todavía son, como dioses, más que dioses: fundan civilizaciones, dan lugar a ritos, escrituras y urbanismos, sus súbditos les adoran durante miles de años, su pensamiento es muy superior al humano, reinan sobre múltiples dimensiones, también matemáticamente sublimes, etc. ¿A qué viene que protagonicen cuentos de Terror, y no de mera ciencia-ficción, aparte del mero hecho de que la diferencia no era tampoco tan grande en aquella época? Creo que me acabas de dar la respuesta. Representan la perfidia absoluta porque son extremadamente viejos, porque ya dominaron la Tierra hace millones de años y pretenden volver a hacerlo ahora. Lovecraft entrevió eso, quizá sin darse cuenta: por su inconmensurable poder, los Primigenios se arrogan el derecho de gobernar o destruir a las criaturas inferiores, pero, por su increíble vejez, es un derecho aterrador, inmensamente perverso.

    Las leyes han de ser las leyes actuales, que expresen el modo de ser de los vivos y sus costumbres, y eso contesta a Sabino Arana, sino a ti…

  9. says: Matias

    Excelente artículo. Suerte que lo has escrito en el siglo XXI y en un país de chiste y pandereta, pero con ciertas libertades, porque de lo contrario ya te habrían “purgado” por “revisionista” 🙂 El eterno debate legalidad/libertad. No es fácil encontrar una respuesta definitiva en este asunto, pero hay una cita (o “quote”como dicen por aquí 🙂 de Lincoln que me gusta mucho sobre el particular que dice así: “The best way to get a bad law repealed is to enforce it strictly”

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