Arellano, el eterno luto de Colo-Colo

Lo normal es que la vida te respete unas décadas de ilusión antes de asestarte el primer zarpazo. Que existan sonrisas antes de que lleguen las arrugas que ensucian el rostro y que no exista hasta la madurez el surco profundo de una cicatriz. Así en la vida como en el fútbol. El Torino había escrito bonitos capítulos de su historia hasta que Superga tiñó de negro el relato, y el Manchester United estaba construyendo su escalera al cielo hasta aquel 1958 en el que fue desde el cielo desde donde llegó el desastre. A Colo-Colo el luto le llegó en la niñez, esa época en la que todo debieran ser sonrisas. Nació en abril de 1925 y abrazó el crespón negro en mayo del 27, a miles de kilómetros del lugar en el que empezó a escribir su historia, en Valladolid. Colo-Colo nació, campeonó y lloró como nadie una pena que aún es una cicatriz en el rostro del equipo albo.

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Era el dos de mayo de 1927 y Colo-Colo y el Real Unión de Valladolid jugaban un partido amistoso en el campo de fútbol anexo a la plaza de toros de la ciudad castellana. Era el segundo encuentro en dos días entre ambos clubes después de que los chilenos hubieran vencido en la víspera por 6-2, aceptando después la revancha que solicitaron los españoles. Corría el minuto 35 cuando el capitán del equipo visitante, David Arellano, uno de sus fundadores, saltó para buscar un balón centrado por su hermano Pancho y se encuentra en el aire con David Hornia, uno de los defensores del Real Unión. Y allí arriba, el tiempo para Colo-Colo se detiene.

David Alfonso Arellano nació el 29 de julio en Santiago de Chile y agarró la pelota desde bien temprano junto a sus hermanos Pancho y Alberto, junto con quienes llegó a jugar en el Deportes Magallanes, que era el club más importante del país. Desde la izquierda, Arellano irrumpió en el equipo en el último año de la segunda década del siglo pasado y ganó dos títulos consecutivos en el albor de la siguiente, pero de la misma forma que su fútbol transgredió el tiempo en que le tocó vivir, también fue por delante en las ambiciones que defendió para el deporte que tanto amaba.

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Arellano, futbolista genial alejado del perfil de atleta, era un funambulista del gol. Quizá no fue él el primero en buscar con las piernas el beso del balón en las alturas, pero perfeccionó la suerte que la historia atribuye a Ramón Unzaga en el cuarto Campeonato Sudamericano y que quedó para siempre grabada con el nombre de chilena. La violenta tijera la ejecutaba, además, un futbolista que sufría una hernia en el costado izquierdo que se protegía con un vendaje antes de cada cita futbolística. La osadía de la chilena se daba la mano con el carácter de un hombre valiente que no se conformó con reinar, y que exigió ante los directivos del club algunas mejoras como entrenamientos regulares o que las equipaciones corrieran a cargo de los directivos, y no de los jugadores. Además, propuso abolir la cuota que los propios futbolistas pagaban por jugar en el cuadro magallánico, y el enfrentamiento con la cúpula envió a Arellano fuera de la entidad. El genial futbolista zurdo no se resignó y en su obstinación y su carácter emprendedor se cimentó el nacimiento de Colo-Colo de Chile, el 19 de abril de 1925.

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El club tomó el nombre de un indio mapuche que se rebeló contra los conquistadores españoles, y muy pronto ese carácter conquistador se dejó entrever en el equipo. El primer año ganaron la Liga Metropolitana sin perder un solo partido, y sólo un año después se lanzaron a la aventura europea que tomaran tiempo atrás Boca Juniors, en Argentina, o Nacional en Uruguay. Hicieron miles de kilómetros para buscar una gira que sirviera para alimentar las arcas del club naciente y en la Península se enfrentaron a clubes como el Deportivo de La Coruña, el Eiriña de Pontevedra, el Oporto, una selección de Lisboa o el Atlético de Madrid. El final de la gira iba a ser Valladolid el 1 de mayo de 1927, pero los jugadores del Real Unión no quieren dejar sin revancha la ‘afrenta’ de la derrota por 2-6, y se programa un partido para el día siguiente.

En la mañana del 2 de mayo David Arellano inicia el día de un partido que no quiere jugar. Después del partido del día anterior prefiere que sean los suplentes los que tomen la alternativa, pero las circunstancias conspiran para que Colo-Colo, por la tarde, forme con Guerrero; Figueroa, Poirrier; F. Arellano, Rosetti, González; Moreno, Muñoz, Subiabre, Olguín y… David Arellano. Tal y como relata el libro ‘Por empuje y coraje’, que relata la época amateur del cuadro colocolino, ninguno de los suplentes del cuadro albo acude al campo con equitación, y son los once titulares del día anterior los que sí la llevan, y los que saltan a jugar. El encuentro se pone de cara muy pronto para los locales, que vencen por 2-0, pero el orgullo chileno renace y después de que Subiabre rebaje la ventaja local a la mitad antes de que el ‘negro’ González empate. Todo, con el capitán en el campo a pesar de que la venda que le cubría la hernia se había quedado en el Hotel Inglaterra, donde se hospedaba el club.

Colo-Colo quiere la victoria y Arellano la gloria del gol vencedor, y hacia ella se impulsa cuando su hermano Pancho pone el centro en el minuto 35 del partido. El choque en el aire entre el capitán albo y el defensa Hornia es muy fuerte, y la caída es brutal. Arellano gana tierra antes que el defensa castellano, que cae sobre la barriga del chileno. Así lo cuenta Sebastián Salinas en el libro sobre el nacimiento de Colo-Colo, aunque otros relatos hablan de que fue el propio Arellano el que se golpeó en el costado derecho al caer. El chileno palidece sobre el campo y el primero que llega a él es su hermano Alberto. “De este golpe no me salvo, siento la vida que se me va”, le dice. Tendido en el suelo, las manos en el costado derecho, los compañeros observan a Arellano retorcerse y recuerdan que la hernia está en el otro costado. Aun así, el golpe parece grave, y a pesar de igualar el partido con Arellano ya de vuelta en el hotel (3-3) todo el equipo sale al galope a visitar al capitán al término.

Aunque el dolor no cesa, Arellano no pierde la razón. Pregunta una y otra vez por qué está en el hotel y no en la clínica y atraviesa una noche agonizando. Roto por dentro, la vida se le va. Por la mañana le visita un médico y después comunica al equipo el diagnóstico: en cuestión de horas, su capitán va a morir. Aun así, sigue preguntando que por qué no le operan, pero cuando la mañana se hace tarde en Valladolid, el capitán y fundador de Colo-Colo reúne a sus compañeros para despedirse. Pide que ayuden a su madre a superar la trágica noticia y se dirige a Saavedra: “ahora tú serás el capitán”. Minutos antes de las siete de la tarde, y sin que el propio Arellano lo sepa, una peritonitis traumática se lleva la vida de un futbolista que esculpió en el aire un remate singular que hace de cada gol inolvidable, y que fue en el aire donde encontró su trágico final. Colo-Colo, el club que fundó acaba de cumplir dos años, pero la cicatriz es para siempre. Desde aquella tarde de Valladolid, y para siempre, el escudo albo luce junto con los tonos de su historia el riguroso luto de un crespón.

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