Puede uno carecer de algo y no sentir necesidad de ello, pero no es posible tener necesidad de algo y no sentir su carencia. Pongamos un ejemplo, alguien en un país pobre carece de lavadora y no siente que la necesite, pero si esa persona tiene lavadora y no tiene agua inmediatamente percibirá la carencia de ésta.

En esa sutileza radican las diferencias en muchas cosas menores que nos suceden en la vida, y también en otras cosas realmente importantes. Cosas como los caprichos tecnológicos que la mercadotecnia nos impone a base de seducción, o bien otras tan importantes como el trabajo o la seguridad.

Esa diferencia explica la divergencia entre sentir cierta comezón por carecer de algo y la inquietud de necesitarlo. Lo primero puede generar ansiedad, lo segundo angustia o pánico. Una genera desasosiego la otra desesperación.

Esa diferencia también explica la distancia que hay entre viajar y desplazarse, entre emigrar y desterrarse, entre buscar algo nuevo y huir de lo conocido.

Es la diferencia que hay entre la vida que se queda atrás y la que espera adelante; también entre la muerte que mata atrás y la que amenaza por delante.

La carencia y la necesidad subyacen a los hechos dramáticos que estamos contemplando estas últimas semanas: las migraciones y los destierros desesperados.

Llevamos meses, años ya, percibiéndolo en las alambradas y las cuchillas, en las pateras y los naufragios, en los trenes abarrotados de familias y los camiones congeladores mutados en sarcófagos. No es lo mismo querer ir a Europa en pos de una vida mejor, que tener que salir por pies de tu hogar huyendo de las amenazas patentes.

También percibimos esas diferencias entre los jóvenes obligados a transterrarse en busca del porvenir esperanzador que aquí no encuentran, frente a los no tan jóvenes que tienen que resolver como sea el futuro incierto que les amenaza.

niño muerto

Y no se atisba el horizonte de esos calvarios, ni se intuye la magnitud oculta de esos icebergs a la deriva.

Pero, además de las diferencias, la necesidad y la carencia también comparten muchas cosas. La primera es que los humanos llevamos siglos, eras, sintiéndolas y resolviéndolas. Desde que el homo erectus se convirtió en homo viator la especie no ha parado de caminar. A esta saga secular de animales rebuscadores no hay quien la detenga. Tal es la naturaleza febril y feraz, atrevida y desesperada de la impaciencia humana. Tener las manos libres y los ojos elevados nos confiere apariencia de dignidad, superioridad y elegancia, pero también nos obliga a sostener la mirada aguda, la atención afinada y los miembros tensos para la lucha o el amor.

Por eso ahora, en estos días de estupor y de empatía, en los que la miseria y el horror se alían con la generosidad y el compromiso, conviene mantener la cabeza fría y las manos calientes, y no confundir la necesidad con la carencia, pues solo sabiendo diferenciarlas podremos darles las soluciones adecuadas.

No conviene dejarse llevar por la telempatía efímera que nos impone la contemplación de las imágenes impactantes, protegidos por la distancia que facilita la pantalla. Ni escorarnos a la solidaridad purgadora de nuestras gulas ofreciendo las migajas sobrantes de la opulencia.

Como ser humano individual no tengo más soluciones que las que nacen de mis muchas dudas y mis escasas certezas, pero como miembro de una colectividad organizada tengo, tenemos, obligaciones y deberes, poderes y destrezas que podemos pensar y practicar.

Eso sí, conviene hacerlo desde la generosidad bien entendida, que pasa por el compromiso y la constancia y no es ajena a un cierto egoísmo inteligente, pues como homo viator que somos, debemos aceptar que ese destino no nos es ajeno, que todos podemos sufrirlo o disfrutarlo, y que solo siéndolo es como logramos llegar al verdadero homo sapiens, el que logra la adaptación y la continuidad de la especie pese a la vida incierta o adversa, el que consigue la seguridad y el bienestar de la existencia que todos necesitamos y de las que muchos carecen.

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    “Él me había avergonzado y perjudicado en medio millón, se rió de mis pérdidas y burlado de mis ganancias. Despreció a mi nación, desbarató mis negocios, enfrío a mis amigos y calentó a mis enemigos y cual es su motivo “Soy un judío”. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?
    Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado”.

    Shylock, El mercader de Venecia, W. Shakespeare

  2. says: Name=Luis

    Aprovechemos la empatía del momento y cuanto más se transmita, mejor. Mejor si sirve para acercar dramas diarios a los que cambian de canal o de dial por que lo han oido antes.

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