Hay muchos tipos de superhéroe. No pienso ahora en calzas ajustadas ni en capas de colores chillones. Tampoco en rayos rápidos, cósmicos, que abandonan las yemas de los dedos de nuestro chico o chica ‘sobredotados’ justo antes de impactar en su objetivo. No. Si pienso en superhéroes sólo lo hago en quien puede ser un auténtico titán para mí, para mis necesidades cotidianas. Y si hay alguien que puede cambiar el curso de un día con la rapidez con la que el Superman de Jerry Siegel desvía la trayectoria de un enorme misil, ése es Frank Sinatra.

Estos días se cumplen cien años de su nacimiento y ahí sigue, asomándose desde cualquier emisora, tono de teléfono o pantalla. Una prueba más de sus habilidades sobrehumanas. Miro a Frank Sinatra ahora, sentado en su silla frente a Tom Jobim en este concierto mítico de 1967,  con los dedos estirados y un cigarrillo en la mano. Impecable. Y sonrío. Y no me resulta difícil imaginar que probablemente durmiese con ese smoking negro puesto. Y que al levantarse siguiera igual de impoluto y planchado que la noche anterior.

Miro sus gestos y su manera de modular la voz y tampoco me cuesta visualizarlo en el desayuno, mientras una pequeña gota de mermelada resbala, inadvertida, desde la comisura de sus labios y no pasa nada. Sobrevuela su camisa y aterriza, chapoteando, junto a sus zapatos de charol. Sin rozarlos. Ese smoking es su traje de superhéroe.

John Dominis, 1964

Ya me animo y me convenzo de que ha subido incluso varios tramos de escaleras, con toda la agilidad que le dan sus piernas cortas y fuertes, antes de sentarse ahí. Puedo escuchar hasta el sonido de la tela rozando sus rodillas o esa leve caricia del forro de seda sobre los gemelos. Y ahí está, tranquilo y con la respiración en su sitio. Como si nada.

Si miro a Sinatra soltando el humo, goloso y dulce, mientras sigo su mirada perdida en las caderas de la garota de Ipanema, pienso en cuántos abrazos habrá dado ese día. Tal vez haya consolado a alguien. Besado, seguro. A la casi transparente Mia Farrow. E, incluso, puede que algún impresentable haya recibido un buen puñetazo entre los ojos. Pero su smoking sigue inmaculado, ajustado a sus gestos , lleno de historias, de su voz y de una vida como debe ser, como la imaginamos. La de alguien que controla lo que ocurre en su hemisferio mientras está despierto y la vida sigue, con gatos que rozan sus lomos en las esquinas y vasos que se rompen.

 
Dean Martin, Sammy Davis Jr y Frank Sinatra

Es curioso. Decía Scott Fitzgerald que no hay segundos actos en las vidas americanas. Pero esta frase no parece poder aplicarse a Frank Sinatra, que no se levantó una ni dos veces. En realidad lo hizo muchas y se encargó de cantarlo, de lograr que empatizasen con él quienes sí vivían en el marco de la frase del escritor. Y mientras se rehacía una y otra vez, dando la vuelta a todos sus fracasos, no ha parado de aventar sonrisas como la mía en un día como hoy. Una habilidad que no perderá nunca, en una suerte de eternidad que empezó un 12 de diciembre de 1915.

 
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