Saul Leiter, color sobre gris

La belleza, como la vida, está en todas partes. En lo importante y al fondo de lo accesorio; en la primera plana de un periódico y en una esquina poco iluminada del almacén, en esa pequeña tienda de barrio; en el vello del brazo del ser amado y en la línea de la espalda de aquel hombre que limpia su coche, haciendo equilibrios sobre su pie, más allá de la ventana. Algunos artistas lo saben, pintores y escritores son conscientes de que la vida está dentro y fuera del lienzo o del papel en blanco, pero la fotografía, la toma de imágenes reales, tiene matices distintos.

 

 

 

Saul Leiter pisaba ambos mundos y no dejó de ser pintor mientras disparaba con su cámara, en blanco y negro primero y descubriendo el color, después, cuando los tonos intensos aún ensuciaban para muchos el concepto de la fotografía como arte. Ahí están sus imágenes en gris sobre las que dibuja con pinceles el color que él cree que debería estar ahí.

 

 

Curiosamente, Saul Leiter no perseguía trascendencia en su búsqueda. Decía que no tenía filosofía, sino una cámara y que se evitaba dar explicaciones profundas sobre lo que hacía. Pero sus elecciones estaban ahí. Basta mirarlas para pasear por ese Nueva York que aun no conozco, para aplicar más profundidad a esa ciudad que ya he construido con tantas imágenes de películas, música de jazz y taxis amarillos. Y también con las fotos de Vivian Maier y de Diane Arbus o del propio Cartier Bresson. O con los cuadros de Hopper y de Richard Estes. Pero este fotógrafo es distinto. No nos dibuja el gran Nueva York repleto de gente y de trazos verticales. Se fija en pequeños detalles, en una belleza que se revela apenas fija su mirada en cualquier espacio.

 

 

Veo todos esos paraguas rojos asomar detrás de las gotas de lluvia en un cristal, o en medio de una tormenta de nieve, como una sonrisa que no esperas en alguien con quien conversas. Me sorprende con los espejos o las ventanas que rompen cada imagen en varios planos, que rescatan una mirada junto a una sombra o un objeto de color, como si fuese un Mondrian habitado.

 

 

En blanco y negro parece íntimo, como si entrase de puntillas en lugares a los que no ha sido invitado. Tal vez guarda imágenes de un momento que ni los propios protagonistas recordarán más tarde, pero que él retiene por si acaso, como un rastro más de la vida y de ese tiempo que todos a veces perdemos sin estar donde estamos.

 

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Leiter no era consciente de ser especial, ni de ser brillante. Nadie se lo recordó en su tiempo y se pasó a la fotografía de moda como quien juega en un mal equipo para no perder la forma. Pero también era él en las páginas de color intenso y letras grandes. Ya que no atrapaba momentos al azar, colocaba toda la belleza que podía dentro de un encuadre, como si pintase con sus propias manos lo que reunía dentro.

Leo hoy a Azúa, su ‘Diccionario de las Artes’, y bajo la palabra ‘Inspiración’ encuentro una frase que escribe con prudencia, pero que me parece que está muy relacionada con esta mirada de Leiter: “El mundo va mostrándose en miles y miles de muestras que se abren mediante la acción de las artes y las técnicas (…). Con extremada precaución podríamos, no definir, pero sí sugerir que las artes y las técnicas transforman las cosas en poesía. (…) Arte y técnica son labores de selección constante, de afirmación y negación incesante que abren la dirección del presente en el sentido contrario de lo obturado y cegado. La acción constante o el presente viviente de Giotto o de Holderlin abren el presente con mayor fuerza que muchos trabajos e investigaciones actuales cuya actualidad se muestra más pretérita que la de Giotto o Holderlin“.Eso son cada una de las imágenes: decisiones, intervenciones en la realidad que nos la trae al presente, imágenes  tan frescas como si acabasen de ocurrir, como si nuestros ojos vieran ahora lo que vieron los suyos.

 

 

 

 

Decía Leiter, justo antes de morir, en el otoño de 2013, que si hubiera sabido cuáles de sus fotografías eran las buenas, las que más gustarían a los ojos del futuro, no habría hecho tantos miles de disparos durante toda su vida. Menos mal que no tuvo esa consciencia y siguió inquieto, buscando algo. Lo mismo que hago mientras escribo, probando palabras para ver cuáles se ajustan mejor al mundo que quiero contarme. El que está ahí afuera y tiene tanto por descubrir aún, al tiempo que seguimos leyendo y escribiendo en esta Hypérbole que cumplirá esta medianoche cuatro años.

 

*Todas las imágenes, salvo la última, de Tomas Leach, son de Saul Leiter.

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