Miguel de Quadra-Salcedo, a la conquista del siglo XXI

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Don Miguel de la Quadra-Salcedo y Gayarre fue español. Nacido en 1932 en una de las dos Españas en el seno de una familia de apellidos vascos, don Miguel reunía todas las credenciales para ser conquistador: la acción, la religión y la naturaleza. Podría haber sido un personaje de Pío Baroja, y en cierto modo lo fue; a diferencia de Zalacaín, supo que no había que esperar a la muerte para alcanzar la gloria, y comenzó a llevarse a su aventura una cámara de fotos.

Deportista, reportero, aventurero. Si algo tienen en común sus múltiples vidas es ese ejercicio del cuerpo persiguiendo un non plus ultra cada vez más esquivo en esta aldea global. Los jesuitas, con los que estudió y se casó, le proveyeron de una disciplina paramilitar en una época en que las misiones habían perdido su aura heroica. Miguel demostró una gran capacidad atlética y muchas ganas de ver mundo, y así fue campeón de lanzamiento de disco, peso y martillo. Con una marca de 112,30 m logró el récord del mundo en lanzamiento de jabalina al “estilo vasco”, técnica finalmente prohibida por la Federación Internacional de Atletismo ya fuera por miedo a la superioridad vascuence o en atención a la seguridad de los espectadores. Eran los años 50 y quedaba poco para que llegara el televisor a las casas españolas. Muchos, muchos años después, don Miguel querría practicar el tiro en una iglesia de Roncesvalles, pero su físico ya había cambiado de vida y la audiencia era una caterva de adolescentes muy ocupados en hacer amigos o echar una cabezada. La aventura cansa.

 

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En su segundo avatar, Miguel de la Quadra-Salcedo fue corresponsal de guerra y aventurero, dos relatos que se mezclaban en el vídeo biográfico que nos ponían en la Ruta Quetzal. Miguel aparecía, ya con su característico bigote, en lugares recónditos y arriesgando la vida, ya fuera entre militares congoleños o anacondas amazónicas. Miles de kilómetros bajo sus botas de montaña, el triunfo ante la naturaleza bella y adversa, iconos humanos y animales incorporados a la monumental imaginería de Miguel de la Quadra-Salcedo. España entera viajaba en el porte gallardo de un nuevo Elcano y redescubría un continente, América, que había sido su tesoro y su perdición. El intrépido enroló a su mujer e hijos y cuando volvió a la península Ibérica estaba infectado de malaria y había atravesado varias enfermedades tropicales. Fue una señal providencial que en 1992 fuera a cumplirse el quinto centenario de la llegada de Colón a América y, según reza la leyenda, el rey don Juan Carlos y él tuvieran la idea feliz de un programa de estudios para jóvenes que estrechara los lazos entre nuestro reino y sus repúblicas.

 

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Gracias a esta circunstancia tuve la oportunidad, hace ahora una década, de visitar El Pardo con una camiseta limpia, estrechar la mano de Sus Majestades y maravillarme ante un cuarto de baño que tenía teléfono. Miguel de la Quadra-Salcedo había pasado ya de héroe a patriarca, de joven temerario a maestro, y de vez en cuando aparecía en alguna de las excursiones de la Ruta Quetzal. A veces se rumoreaba que iba a venir y, si era uno de los escasos tiempos sin programa en los que podíamos ir a un bar a tomar algo, él invitaba. Recuerdo comer un plato enorme de fruta con miel en un local turístico en Tikal, en Guatemala, pero esa vez no le vi. Le vi, eso sí, en sus intervenciones públicas. Miguel, o MQS como le llamaban algunos ruteros, tenía facilidad de palabra y podía improvisar un discurso de cualquier duración, prefiriendo hablar de personajes históricos que, intuyo, consideraba afines. Se entusiasmó, por ejemplo, cuando un compañero mío le mencionó a Fray Tomás de Berlanga y el cocodrilo que cuelga en la colegiata de Berlanga de Duero, Soria, como recuerdo de sus expediciones. Yo, como mi compañero, había visto el esqueleto de ese cocodrilo desde los veranos de mi infancia, y doy fe de que ha aguantado demasiado bien el viaje desde las Galápagos y el paso de los siglos. Pero reconozco que le concede épica a un pueblo de Castilla.

 

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Y la épica es muy importante en la Ruta Quetzal BBVA. Desde la despertada matutina hasta el menor detalle sobre un trayecto en autobús, todo estaba envuelto en el aura de irrepetible, lo grandioso, la noticia. Los profesores eran todos expertos; las ruinas, espectaculares; el viaje, apasionante. Tanta desmesura casaba mal con la responsabilidad civil sobre chavales menores de edad. Lo cierto es que era un campamento de grandes dimensiones, que exigía un esfuerzo organizativo colosal y en el que cualquier trámite se prolongaba durante horas. Coordinadores y monitores se reparten hercúleamente esta tarea infinita mientras los expedicionarios esperábamos: a que abrieran un museo, a que nos dejaran subir al autobús, a que nos dijeran dónde montar la tienda de campaña, a que nos llevaran a la cola de la comida, a que nos indicaran cuándo terminar de posar para una foto de promoción o a que repitieran una toma para la tele, a que un cargo institucional pronunciara otro discurso sobre la juventud mientras las cámaras inmortalizaban el momento. Mientras tanto, el futuro de España y América estaba pasándose notitas, y eso constituía la verdadera aventura.

 

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Estoy segura de que en ese sentido no ha cambiado. La Ruta Quetzal se dirige ahora a chicos y chicas en sus primeros cursos de universidad, mayores de dieciocho años. Con la crisis se redujo el número de plazas y la duración del programa. Pero los jóvenes curiosos que deciden investigar un tema y presentar un trabajo siguen teniendo la suerte de encontrarse unos con otros. Fuimos, somos, gente afortunada. Pasé ese mes y medio con un grupo de otras diecisiete chicas, cuidadas todas por la atenta, responsable y cálida Paula. Para facilitar seguridad y organización en la Ruta todo se hace en grupo, por lo que la convivencia es intensa. Mis compañeras fueron un puñado de mujeres buenas, como tantas otras personas que allí conocí. La Ruta es, a fin de cuentas, una manera de contactar con gente muy distinta y muy parecida, de probar la distancia del salto cultural, de acabar, aunque sea por casualidad, conociéndose un poco mejor a uno mismo. Cuando por primera vez en semanas nos dieron un rato libre en el monasterio de El Paular, cogí lo único que tenía para leer (el número de aquel mes de la Rolling Stone) y busqué una sombra tan cerca del campamento como para no alarmar con mi ausencia y tan lejos como para que nadie se sintiera invitado a hacerme compañía. Como sospechaba, nunca he sido un hombre de acción.

 

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De Miguel de la Quadra-Salcedo vi un otoño dulce y ensimismado. Rodeado, sostenido por familiares y amigos, los ojos claros de don Miguel vacilaban tratando de localizar la aventura. Milagrosamente todas sus fotografías, también las últimas, muestran la misma perfecta mirada de arrojo; como todos los grandes hombres, era coqueto. Dicen que ha muerto con un rosario y una estampa de san Ignacio de Loyola entre las manos; yo me lo imagino además con un pantalón beige planchado, una americana, quizá un pañuelo de seda en la solapa, velado por la familia global que quiso fundar. Porque, mucho antes de que un gringo judío inventara Facebook en Harvard, la Compañía de Jesús lo sabía todo sobre internalización y redes, y Miguel de la Quadra-Salcedo no necesitó descubrir Internet para contar su inacabable viaje iniciático, actualizado, año tras año, en la Ruta Quetzal. Que le sea grata la memoria nacional.

 

*Imágenes tomadas de www.rtve.es

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2 Comentarios

  1. Yo tuve la suerte de que haciendo la visita de rigor por San Sebastián (en el verano de 2005), Miguel nos pillara por banda a unos cuantos y decidiera no esperar al momento “fuera de programa”. Los pintxos a los que nos invitó fueron gloria bendita.

    De hecho, me gustaban mucho aquellos momentos en los que Miguel aparecía por el campamento, o el sitio por donde anduviera la expedición, y ponía patas arriba todo lo que estaba en agenda. Esos momentos de improvisación daban mucha vidilla a la ruta.

    Me alegro de que te hayas referido a esa otra cara de la expedición, la del rollo institucional y las esperas interminables. A mí, que era (y soy) de estar rápidamente preparado, me sacaban de quicio, pero al final acabas recordándolas hasta con cariño.

  2. says: elgordo

    Me da asco que puedan usar la palabra “conquistador” como algo glorioso. Solo pendejos piensan asi. Los conquistadores fueron genocidas que cumplieron su mission por su Dios y patria. Lo digo como descendiente de Conquistadores.

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