“La poesía española ha vivido siempre una guerra civil -otra- entre el concepto y la melodía, entre el canto y el cuento. Rubén, que viene de otras músicas, no se plantea esa cuestión. Para él las cosas son la música con que se dicen. Rubén es sólo música. También escribe en prosa, repite Los raros de Verlaine, pero la prosa es como su mujer y la poesía es como su amante”   

Francisco Umbral

 

El mundo, esencialmente, consiste en una plétora de problemas sin fin, más que en un conjunto finito de hechos constatables,y deberíamos llamar “ricos” o “afortunados” no sólo a aquellos que tienen mucho dinero, sino ante todo a esos que, del modo que sea, se pueden permitir el lujo de vivir dulce y gratamente como si esos problemas no existiesen o aún más: creándonos a los demás algunos nuevos por pura inquietud ociosa o depredadora. El célebre poeta Rubén Darío fue un poco de los primeros, de los que juegan a ignorar las dificultades, o por lo menos lo intentó toda su vida con denuedo, pero en realidad las cosas de su verdadera existencia a menudo terminaban por salirle mal. No obstante, ahí están sus libros de prosa y, sobre todo, los de poesía, en la trama intangible de los cuales yació como un auténtico hombre acaudalado o como un sultán oriental en los pocos ratos que le dejaron sus intentos por medrar y las canalladas que perpetró muy a menudo en el plano familiar. Porque también en esto Darío se comportó como un niño mimado de la vida: tuvo tres familias sucesivas, a las que iba abandonando una tras otra mientras buscaba ocupar puestos elegantes (diplomático, secretario, director de revista, poeta oficial, etc.) por ciudades de medio planeta. Esos libros, sin embargo, sin duda más elegantes, pulcros y aéreos que cualquier desempeño cortesano imaginable en el áspero reino de este mundo, hicieron entretanto su propio camino por el mundo para convertirle en el emperador sin corona de las letras hispánicas de final del s. XIX y bien entrado el s. XX, tal vez un poco hasta hoy. Este año 2016 que vamos mediando se cumple el centenario de su muerte, y las anteriores y siguientes palabras van en su recuerdo y homenaje, homenaje y recuerdo de alguien tan querido y respetado artísticamente en su tiempo que el también poeta y ensayista Juan Larrea pudo decir en elogio de él algo desmesurado como esto: “No conocí a Rubén Darío, pero me doy por sabido que entre su pecho y el horizonte apenas cabía el canto de un pájaro...”

 

 

Francisco Umbral –Pacumbral…-, a quién he citado arriba, contaba en alguno de esos volúmenes misceláneos suyos de cuyo nombre no puedo acordarme la anécdota, seguramente apócrifa, que dice que cuando a Federico García Lorca le recitaron aquel verso de Rubén, Que púberes canéforas te escancien el acanto, el andaluz replicó que de toda la frase sólo había entendido el “que”. Y es que indudablemente hay algo de eso en Rubén Darío, desde nuestra percepción actual y también desde la de su tiempo: un cierto amaneramiento y un cierto culteranismo que es el que explica, en mi opinión, que la llamada “Generación del 27” rindiese en un primer momento culto testimonial a Don Luís de Góngora. Entre aquellos chicos todavía tan jóvenes y la intrincada álgebra mitológica de Góngora se había tendido una suerte de puente que venía de Nicaragua y que el siglo conoció como “Modernismo”. Sin embargo, Lorca y los demás pronto se distanciaron de aquello a causa del magnetismo del bárbaro golpe de mano surreal, como muestra en parte la dura anécdota de Umbral, y dejaron el -por comparación- tan civilizado y sofisticado modernismo rubeniano para los más mayores, como Juan Ramón Jiménez, Valle Inclán o los hermanos Machado. A su vez, el Modernismo hispánico provenía de la asimilación métrica de la sensibilidad francesa, que Rubén había tomado de los movimientos parnasiano y simbolista y, sobre todo, de su adorado Paul Verlaine.

 

Paul Verlaine

 

Rubén Darío, sin embargo, lo había formulado de modo original como un sortilegio que evocara una nunca existida “Grecia francesa”, es decir, algo así como la elevación, la fantasía y la robustez de la cultura griega fusionada con la gentileza, el refinamiento y hasta la frivolidad de la Francia dieciochesca, como si se tratara de una representación del Partenón o de un centauro trazada por el pincel de Watteau o Fragonard. Pero una Grecia francesa no existe ni ha existido, ya digo, por eso es tan buena idea y tan buena invención, porque sirve de refugio contra el mundo real y porque se puede llenar a placer de poesía. “Amo más que la Grecia de los griegos la Grecia de la Francia, porque Francia, al eco de las risas y los juegos, su más dulce licor Venus escancia”, escribió. Una Grecia francesa es un anacronismo histórico, una matriz ideal de alta cultura, pero su propósito reside en resultar encantadora, pura e inmortal y, en efecto, cuando Rubén se separa de este mundo estático y meramente virtual para posar su pluma sobre asuntos sea más públicos o sea más intimistas, pero en todo caso más reales, se la echa un poco de menos. Rubén Darío no fue un pensador, en el sentido en que un pensador busca siempre probar antes o después su discurso en la realidad de la que quiere ser expresión suya, sino que fue un soñador, en el sentido, ahora, de que le bastaba con mencionar poéticamente una irrealidad que no tenga justificación alguna en el mundo y justamente porqueno tiene ni puede tener justificación alguna en el mundo. A tal espíritu, muy de la época, tal filosofía:

FILOSOFÍA

Saluda al sol, araña, no seas rencorosa.
Da tus gracias a Dios, oh sapo, pues que eres.
El peludo cangrejo tiene espinas de rosa
y los moluscos reminiscencias de mujeres.

Sabed ser lo que sois, enigmas, siendo formas;
dejad la responsabilidad a las Normas,
que a su vez la enviarán al Todopoderoso…
(Toca, grillo, a la luz de la luna, y dance el oso.)

Realmente, hay que tener un cierto valor todavía en estos años para rimar a Dios con un plantígrado, como queriendo dar fe minoritaria de que lo que a lo que se aspira no es un cielo religioso, sino a un cielo poético.

 

De hecho, hablamos de Prosas deliberadamente profanas, y, de hecho, es un cielo que admite el sexo en tanto potencia de atracción cósmica, como en el erotismo preternatural de los tigres que luchan y copulan en aquel poema de Azul, y para alcanzar el cual practicamos una huida, la huida entusiástica, programática y hedonista de los siguientes versos…


PROGRAMA MATINAL

¡Claras horas de la mañana
en que mil clarines de oro
dicen la divina diana!
¡Salve al celeste Sol sonoro!

En la angustia de la ignorancia
de lo porvenir, saludemos
la barca llena de fragancia
que tiene de marfil los remos.

Epicúreos o soñadores,
amemos la gloriosa Vida,
siempre coronados de flores
¡Y siempre la antorcha encendida!

Exprimamos de los racimos
de nuestra vida transitoria
los placeres por que vivimos
y los champañas de la gloria.

Devanemos de amor los hilos,
hagamos, porque es bello, el bien,
y después durmamos tranquilos
y por siempre jamás. Amén.

 

Una música, señala Pacumbral, no un reflejo. El Neoclasicismo o el Impresionismo musical seguirán esta senda, que proviene de Stephane Mallarmé, pero ya hoy no estamos en esos estilos, ni en música ni en poesía. La poesía actual, al menos la que yo conozco, es más reflejo bronco de la realidad del poeta que apelación a una irrealidad más divina y más dulce. Hasta los adolescentes que hoy dan a conocer sus versos en Internet imitan más las maneras sucias e impetuosas del Rap que la brillantez exquisita de Rubén, y hacen muy bien, porque los tiempos que corren invitan más a denunciar la fealdad que a cantar la belleza, pero es por ello que la poética modernista, el “modo de formar” de Rubén Darío y otros, permanece suspendido e inactual sobre nosotros como una posibilidad eterna del arte, a la espera de otros tiempos, quizá más aristocráticos o quizá más golfos (dos características indisociables de la personalidad de Rubén Darío), y que quizá no lleguen nunca.

 

 YO PERSIGO UNA FORMA

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,
botón de pensamiento que busca ser la rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
el abrazo imposible de la Venus de Milo.

Adornan verdes palmas el blanco peristilo;
los astros me han predicho la visión de la Diosa;
y en mi alma reposa la luz como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

Y no hallo sino la palabra que huye,
la iniciación melódica que de la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;

y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,
el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.

 

modernismo

 

Dicen algunos que el cisne representa para el Simbolismo muchas cosas, entre ellas la página en blanco que aterra y fascina a la vez al poeta. No importa mucho, pues, como decía el primer poema que he transcrito, se trata de una forma, es decir, un enigma. ¿Se tomaban en serio a sí mismos aquellos poetas, se tomaban en serio el enigma, o todo no era más que un juego delicado y culto? Yo no lo sé, pero puede ser una cuestión interesante a tratar con ocasión del presente centenario.

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4 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    A mi me encantaba y, supongo, aún me encanta Umbral, y por tanto me ocurre al revés: si Umbral te hace de eso, de umbral de algo, es que aún no se ha marchitado, que su fecha de caducidad no ha llegado, porque Paco lo inviste de postmodernidad y chulería, de lucidez y belleza, de frivolidad y sorpresa. Pero, ojo, que aquí el introductor, en cualquier caso, era yo… XD!

  2. says: JOSÉ RIVERO

    ¿Caducidad Umbral? Te remito a su ‘diccionario de la literatura. España 1941-1995’. Como muestra de su carácter visionario y literario.

  3. says: Óscar S.

    Ese no lo tengo (son demasiados…), y estoy seguro de que la mitad de los libros que comenta terminaron en el fondo de su piscina sin haber pasado de la página tres, pero es que no era ni podía ser visionario, con esas gafas de culo de vaso, ni literario, entendiendo por ello solemne, sino un golfo con mucho talento y un prosista incansable.

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