Rio 2016: Los JJOO y la realidad

Quizás porque los primeros Juegos Olímpicos que se celebraron estando yo en el mundo fueron los de la inolvidable Barcelona 92, he sentido desde siempre una especial empatía hacia este evento deportivo.  La ἐκεχερία, el periodo de tregua que se concedían los griegos para respetar su importancia, parecía trasladarse a la era moderna cada 4 años durante un medio mes donde casi nunca, por lo menos de forma oficial, pasaba nada más allá de los juegos, donde el mundo aparcaba su cinéreo devenir y nos concedía una oportunidad para hacernos creer que alguna clase de comunión humana global es posible.

Nadia Comanecci en Montreal 1976

Pero la realidad siempre se empeña en contraatacar. Lo hizo con su mayor virulencia en Múnich 72. Sin que este año llegue (esperemos que de verdad) a tanto, lo cierto es que la trigésimo-primera olimpiada de nuestra era se estrena más deslucida que nunca. Por la oportunidad que no ha conseguido aprovechar Brasil para reducir sus drásticos contrastes, por el temido zika, por la tensión internacional que ha propiciado un verano negro y doloroso, por el trampeo ruso, quién sabe si extensible a más países. En el ambiente y en los medios de comunicación da la impresión de que esta vez hay menos ganas de juegos que nunca, de que nadie quiere creerse esta farsa. Incluso muchos de los propios deportistas han declinado acudir a la cita.

Bob Beamon en Mexico 68

Aún con todo ello, no debemos dejar de celebrar que a día de hoy siga vigente un acontecimiento que pretende, a escala mundial, celebrar la gloria y la belleza. La realidad continuará intentando opacarlo por todos los medios, pero es prácticamente el único que existe de tales características y con una proyección total. Me quedo con la ilusión de los atletas que compiten limpios, con el espectáculo estético sin parangón que suponen ceremonias y competiciones, con la emoción de las medallas, con el colorido de razas y nacionalidades, con la armonía y la convivencia. Me quedo, en fin, con todo aquello a lo que los griegos hacían bien en rendir pleitesía y hoy encuentra en los Juegos Olímpicos uno de sus últimos refugios.

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