25 años sin la “reina” del rock

Me parece recordar que cuando Kurt Cobain se pego un tiro en la cabeza antes había dejado una carta explicativa en la que se mencionaba, entre otros, a Freddie Mercury. Creo que decía algo así como que se encontraba deprimido (como siempre), desganado (como corresponde a su propia música) y desesperado (el único pecado imperdonable de la tradición católica), al notar que carecía de ánimos para defender sus canciones en directo, a diferencia, puntualizaba, de Freddie, que es una explosión en el escenario. Es verdad que luego se ha insinuado que aquella carta de despedida fue una falsificación de Courtney Love, pero aunque lo fuese, me parece que aquella comparación estaría basada en algo que habría salido alguna vez de los labios de Kurt.

Porque Freddie Mercury gozaba de lo que hacía, en estudio y en concierto. Siempre he tenido la impresión (fundada en nada, porque no he leído sobre la banda) de que “Queen” comenzó siendo un grupo de inspiración heavy, aunque atípico, comandado por Bryan May, donde poco a poco se fue imponiendo el estilo más melódico y coral de Freddie, simplemente porque funcionaba mejor, y porque así eran más originales. Y resultaban, en efecto, sumamente originales: esos temas tan espectaculares, jamás tristes o parsimoniosos, en los que Freddie se lucía como cantante y también como showman, brillantes de composición y para los que no existía ni un momento de bajón. Mercury había nacido en la India, era de etnia parsi, si no me equivoco, y terminó por hacer de “Queen” el megáfono de su pirotécnica personalidad y hasta de su potente físico. ¿Quién se atrevería, incluso en el mundo del rock, a llevar ese bigote, a enfundarse esas mallas de bailarín que lo desnudaban todo?

Hace ya un cuarto de siglo, parece mentira, que se lo llevó el SIDA, en mitad de una creatividad que aún podría haber dado todavía muchos frutos. Era un gigante, de cuando los gigantes pisaban la Tierra, y por un destino casi geológico tenía que ser aplastado por ese ridículo meteorito que fue aquella enfermedad puritana que en muy poco tiempo sería controlada. Muchos han intentado, después, ser como él: deberían releer la última voluntad de Cobain que, aunque musicalmente no tenía nada que ver con Freddie, sabía que esos milagros de energía, genio y descaro artístico entremezclados se ven pocas veces en la vida de uno.

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