Claridad sobre Heidegger (reseña intempestiva)

Este estupendo texto del cual voy a hablar muy brevemente, y que me he atrevido a subtitular, por mi cuenta y riesgo, “Claridad sobre Heidegger” no es, como parece, lo que se llama exactamente una “obra fuente”. No obstante, su mismo autor niega enérgicamente ya en las primeras páginas la acusación implícita que hace el lector habitual de filosofía a aquellos escritores profesionalmente incapaces de ofrecer producciones originales e ir más allá del trabajo -honesto pero finalmente subsidiario- de un mero artesano de “segunda literatura” (queriendo con ello referirme a los que se conocen como libros que versan sobre otros libros primeros y principales, dedicándose exclusivamente a su glosa o comentario). Generalmente, esa acusación implícita a la que aludo convierte este género de textos en literatura de segunda división justamente por su carácter instrumental o meramente introductorio; sin embargo, nuestro autor afirma desde el inicio que interrogar por la naturaleza de la filosofía es ya por lo pronto dar el primer paso dentro de ella, y que no hay introducción, noticia o preámbulo posible a la filosofía que -siempre que no esté desprovisto a sabiendas de toda seriedad con respecto al asunto de su incumbencia-, no represente también a su vez y por su propia esencia una inmersión o un salto absoluto al centro de su meollo problemático. Así, ponerse a pensar filosóficamente es ya desde el primer momento enfrentarse a un problema total que abarca a la filosofía misma, y para el que, por lo tanto, no caben aproximaciones más o menos relativas, vecindades más o menos cercanas, o etapas más o menos anteriores o posteriores. Cuidado, pues: o se es o no se es; la filosofía, como algunas naciones, no paga traidores (o, como aquellas, eso dice…)

 

Martin Heidegger.

 

No voy a revelar ahora cual es ese problema liminar que según K. H. Volkmann-Schluck (acerca del autor de este eficaz texto debo confesar que lo ignoro todo salvo lo que se deja adivinar en la presente obra) nos arrastra dogmáticamente hacia posiciones tan drásticas. Pero sí voy a comentar brevemente algo -forzosamente poco- del vigoroso pensador que está detrás de las bien trabadas meditaciones que estructuran este libro: se trata, efectivamente, de Martin Heidegger, posiblemente el “crack” -con perdón- filosófico más importante e influyente del siglo XX, y con toda seguridad una de las cabezas caviladoras o cavilantes más profundas de todos los tiempos. El nombre de Heidegger remueve y excita todo tipo de sentimientos, reacciones y controversias dentro y fuera de la filosofía, y hay que decir que a esta polvareda inicial que oscurece la exacta medida de su figura y obra se unen la niebla de su propia escritura filosófica y el hedor de ciertos episodios biográficos de cuestionable honra para hacer de la curiosidad por él una empresa ciertamente enojosa que muchas ilustres plumas del periodismo, las letras, o la crítica política, han abandonado visiblemente por la mitad. De este modo, y al contrario que otros filósofos (que, o bien sufren del desconocimiento general, o bien -viniendo a ser casi lo mismo- son arrojados automáticamente en la acrópolis mental donde acogemos sin discriminación alguna a todos los sabios que en el mundo han sido), parece a que al señor Heidegger su reputación le precede, y además ésta va lastrada de cierta ambigüedad y poblada de contrastes. Para resumir: se habla mucho de Heidegger, muchas veces mal, a veces con clara maldad, y en general puede asegurarse que quién menos lo hace es aquel que lo ha incorporado positivamente en su pensamiento.

 

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Heidegger, en su despacho.

 

Antes que nada, podría decirse que existen en la conciencia culta dos clases de imágenes distorsionadas y entre sí contradictorias de Heidegger: en primer lugar, aquella que hace de él el padre más o menos ateo y morboso del existencialismo moderno, y, en segundo lugar, aquella que ve en él a un filosofo arcaizante de verbo y talante cuasi-presocráticos que habría propugnado la necesidad de un retorno casi maniático a las raíces fonéticas griegas. Pero ni una ni otra de estas imágenes van a merecerme ahora respuesta o siquiera apostilla crítica alguna, porque precisamente el libro que estoy recomendando nos permite aplazar holgadamente este esfuerzo (cuando no hacerlo completamente innecesario, porque aquí se habla única y exclusivamente de ontología, como el propio interesado deseaba).

 

 

La mayoría de las obras que versan sobre el pensamiento de Martin Heidegger comienzan acentuando con grandes alharacas la novedad de su postura frente a la filosofía del pasado, para luego pasar sin transición al análisis minucioso del detalle de sus investigaciones fenomenológicas o filológicas (aunque ni unas ni otras, como es propio de un filósofo, se dan en  estado puro), y por último terminar concluyendo con un vago perfil general de la obra del filósofo y una ampulosa referencia a las perspectivas generales que abre su cultivo para el porvenir del pensamiento. Todo esto es cierto y por regla general bien planteado, ya que a Heidegger se le suele prestar la atención esmerada que merece, pero supone para mi gusto un enfoque excesivamente erudito o especializado del filósofo en el cual no termina de responderse nunca del todo al profano qué demonios dijo Heidegger acerca de problemas y situaciones concretas del mundo contemporáneo. En el libro de Volkmann-Sluck, en cambio, aún cuando el autor se muestra contaminado en cierto grado por el particular estilo lingüístico y expresivo del pensador (como no podía ser menos, ya que fue escrito en vida de este), lo que se presenta es un encadenamiento consecuente de sus tesis substantivas acerca del estado del pensamiento en que habitamos, lo que en Heidegger siempre es resultado de una revisión o relectura de los grandes clásicos de la filosofía, en los que halla o a los que otorga un sentido y un peso insólitos que renuevan para este menester nuestras caducas herramientas interpretativas. Sólo un tema de primordial importancia echo significativamente de menos en la didáctica reconstrucción realizada por V-S: se olvida, en efecto, de hacer mención del decisivo rol que Heidegger atribuía a la obra de arte, pero eso tampoco importa mucho estas alturas del siglo XXI. Por lo demás, la lectura de la “Introducción al pensamiento filosófico”, traducido en la editorial Gredos, resulta más satisfactoria conforme se avanza, y especialmente útil y luminosa cuanto trata los grandes asuntos que constituyen el desentrañamiento de la esencia de la técnica moderna y la elucidación de las causas del proceso de hundimiento de los grandes valores que el autor ha dado en llamar -acertadamente a mi juicio- “rescendencia metafísica”.

 

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Espero, pues, que se obtenga un fruto tangible de la lectura paciente y reflexiva de este libro –que, por cierto, agotado desde hace ya unos cuantos años, no queda más remedio que pedir de segunda mano en tiendas de libros digitales, donde veo que aún se encuentra. No me reconocería a mí mismo y a mi condición de filosofante circunspecto si no advirtiera también que se rehuya decididamente el deshacerse en prisas por entenderlo todo a la primera ojeada, pues estamos frente a un texto corto y de presentación modesta que pretende englobar nada menos que una evaluación radical de lo que ha sido y continua siendo el pensamiento en Occidente. Festina lente, decía el más celebre slogan del Renacimiento, viniendo a significar: apresúrate despacio…

 

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7 Comentarios

  1. says: Lola

    ¡Qué recuerdos! Ese libro lo recomendaba Navarro Cordón en su clase, y recuerdo su lectura con mucho placer y aprovechamiento.
    Realmente es muy claro y su enfoque muy pertinente…
    ¡Buena recomendación!

  2. says: Ramón González Correales

    Era verano y estaba yo leyendo “Un largo sábado” un libro con una larga entrevista con Steiner. Le mande a Oscar su opinión de Heidegger:

    “(…) Considero y lo he considerado desde mis primeros intentos de leer “Ser y tiempo” que estamos ante un titán de la filosofía. Un gigante. Un gigante malo. No soy capaz de imaginar el pensamiento del siglo XX -ya se trate de Sartre, Levinas, de la deconstruccion- sin Heidegger. Es de lejos el más grande de todos.”

    “(…) Creyó en un renacimiento alemán y (…) vio en el nazismo el único punto de resistencia a las dos “inmensas amenazas” que eran, en su opinión el capitalismo americano y el comunismo ruso. A mi modo de ver fue una intuición genial comprender, mucho antes que nadie, que en ambos casos se trataba de tecnologia, y que el capitalismo tecnocrático americano y el leninismo-estalinismo estaban más cerca el uno del otro que del genio clásico europeo. Y que una derrota de Europa-que para él quería decir Alemania- supondría que el continente quedaría dominado por esas dos fuerzas. Tuvo razón por supuesto.

    Esto no perdona ni un solo instante lo que es para mí el verdadero misterio y el verdadero crimen: la negativa a pronunciarse sobre la Shoah, sobre la política de los campos de concentración, sobre el horror inhumano que fue el nazismo. Al contrario, como sabe usted, en una cita bien conocida de 1953 todavía hablaba del gran ideal perdido de ese movimiento.”

    ” Para mi la explicación la ha dado su discípulo predilecto, su sucesor, Gadamer, que también fue un gran pensador. Estábamos en el centenario de Heidegger en Friburgo y casi llegamos a las manos Ernest Nolte, un historiador hasta cierto punto neonazi y yo. Gadamer, que era físicamente un gigante, con toda tranquilidad, pone sus manos sobre mis hombros y me dice: “Steiner! Steiner!, cálmese usted. Martín era el más grande entre los pensadores y el más mezquino entre los hombres”. Es un análisis excelente, no justifica nada, pero no cabe duda de que es verdad. Heidegger, Wagner, hay otros muchos ejemplos…”

    (Sobre este asunto se acaba de publicar la correspondencia con su hermano: http://www.elmundo.es/cultura/2017/01/04/586a982e46163f91758b45d1.html)

    Me respondió con este artículo que no sé si aclara la cuestión que inquietaba a Steiner: cómo un gran pensador, quizá en este caso el mejor para él, pudo apoyar en su momento algo como el nazismo y no solo con una conducta pasiva. Igual puede decirse de otros muchos que apoyaron otros totalitarismos a lo largo del siglo XX cerrando los ojos ante realidades como el Gulag o la Revolución Cultural China mientras eran hipercríticos con los muchos defectos de la democracia burguesa donde, sin embargo, vivían no demasiado mal y donde, desde luego, podían expresar sus ideas sin demasiados riesgos. Aquí hay algunos ejemplos: http://elpais.com/diario/2010/03/11/sociedad/1268262002_850215.html

    En fin, el tema de lo que el conocimiento o el saber hace de las personas concretas, de su evaluación de la realidad y de sus compromisos sociales. Algo sobre lo que el siglo XX nos ha enseñado a ser escépticos.

  3. says: Óscar S.

    Heidegger, cuando impartía un curso sobre un pensador anterior, comenzaba diciendo algo así como “Aristóteles nació, pensó y murió: eso es todo lo que deben saber sobre su biografía, ahora pasemos a su filosofía”. Estoy íntimamente convencido de que eso mismo es lo que deseaba que se hiciese con él. No obstante, no me creo demasiado el testimonio de Steiner. Por decirlo sin finura, Gadamer perdía el culo por Heidegger…

    La evaluación que hizo Heidegger de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial era totalizante, no parcial como hacemos ahora: le impresionaron los campos de concentración (él defendió a los judíos de su universidad ya en el 34), pero también las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. En todo ello vio algo que trascendía el plano personal, vio el imperio de la Organización Total presidida por la técnica. Y le daba tanto miedo que ya no escribió de otra cosa, en mi opinión, so capa de la vecindad del ser (pues ese “ser” es ahora lo que hay que pensar en el interior precisamente del ente tal como es desvelado por la técnica). Si encontró, o no, algo más valioso para todos de lo que pueda motivar un cierto estremecimiento subjetivo es lo que debe decidir el lector del Heidegger tras/en la kehre -el “viraje”. Lo demás, me parece, se ha discutido y enmierdado hasta el aburrimiento.

    Conozco el artículo completo de Benet, y desde luego que abomino de los totalitarios de izquierdas tanto como de los de derechas. Los segundos apelan a la fuerza, los primeros a la verdad. El comunismo soviético fue sin duda una metafísica, en el sentido justamente de Heidegger, una metafísica a escala mundial. Si queremos poder criticarlo, volvamos no por casualidad a la deconstrucción de la metafísica de Heidegger, que en estas cosas está en nuestro bando. El libro que sugiero aquí vale para ese cometido más que una tonelada de artículos de periódico.

  4. says: Sergio

    Grandes recuerdos de esa lectura de aparente y engañosa sencillez, en su momento fue imprescindible para mí en la comprensión de inextricable pensamiento de Heidegger. Lo tuve en mi poder y lo presté varias veces en el gesto más generoso que me recuerdo hasta que acabe perdiéndolo. Saludos compañeros de Facultad!

  5. says: Óscar S.

    Yo también lo perdí, pero se lo he robado a mi mujer, en una lectura aviesa de la propiedad comunal. Habría que camelar a alguien para que lo escanease y colgase en Internet, aunque el resultado sería el mismo: nadie lo leería, porque estas cosas imponen demasiado, y así terminamos hablando de filosofía para no-filósofos, como le dije un día a Hugo, o sea, de tipos cualesquiera que escriben un librito cualesquiera para halagar al personal y mantener la maquinaria editorial y universitaria en marcha. Me parece muy bien, pero antes hay que conocer mínimamente a los 12 magníficos, entre los que también se cuenta Heidegger…

  6. says: Óscar S.

    Y luego está otra cosa. Federico de Prusia dijo aquello de que si algún día le entraran las ganas de arruinar su estado pondría un filósofo al mando. Pensaba en Voltaire, a quien trataba, pero es una verdad general. Los filósofos son ineptos para la política, que sin embargo es su vocación primera junto con la teología. O sea, que tienen una visión muy romántica de la política, y así lo que hacen es una teología política exaltada e impracticable. No hay que fiarse de ellos para estos problemas, como no hay que fiarse de los curas para hablar de sexo. No obstante, es fastidiosa la dedicación que los periódicos hacen del nazismo de Heidegger porque los verdaderos ideólogos del movimiento no fueron Nietzsche y Heidegger sino Alfred Rosenberg y Carl Schimmt, respectivamente. Nadie se ceba con ellos, misteriosamente, pese a que se mancharon las manos mucho más y sus doctrinas son mucho más claras a este respecto. Hay mucha cultura americana fácil en todo esto…

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