Empecé a fumar relativamente tarde, no recuerdo si a los 23 o a los 25 años. Aunque, en realidad, era fumador pasivo desde el nacimiento. Pasar a ser activo se debió a un disgusto amoroso, que en nuestras vidas tranquilas y previsibles suele ser el desencadenante de las mayores tonterías. Llevábamos un año juntos y ella se fue a vivir a Inglaterra, en principio provisionalmente. Pero una vez allí encontró novio y decidió quedarse, ignoro si hasta hoy. No hay que pensar mal de ella, porque si se buscó otro rollo fue principalmente a causa de que yo llevaba echándola de mi lado desde hace meses, e incluso la apoye para marcharse a las nubladas y verdes islas. El caso es que luego me arrepentí, como corresponde a un amante inexperto y voluble, y di en enviarla mil cartas patéticas (a España no había llegado aún el correo electrónico, afortunadamente) para implorar su pronto regreso. También añadía una especie de colección de fichas de animales escritas y dibujadas por mí al estilo super-creativo de Julio Cortázar, que siempre estará de moda a esas edades entre aquellos que leen. En una de sus respuestas me confesó que había empezado a fumar, imitando a la gente que conocía allí, y yo, que había aguantado durante años la tentación envuelto en el humo de mis amigos noche tras noche en Malasaña, pensé que si yo también fumaba de este modo al volver tendríamos otra cosa que hacer juntos. Tontería colosal, puesto que el resultado fue que perdí a la chica y me quedé con el tabaco, que es algo así como si un pescador que vuelve del río con las manos vacías terminase por morder su propio anzuelo y lo llevase clavado en el paladar de por vida.

 

 

No hubo problema con la siguiente chica porque también fumaba, como una puñetera carretera, de hecho, pese a que padecía asma. Me consta que hace tiempo que lo dejó, pero entonces llenábamos ceniceros enteros charlando y bebiendo como dos putos miembros de la familia Glass imaginada por Salinger. En esas sesiones y otras el hábito se asentó en mí como gato que se agarra a las cortinas, porque así es como parece que funciona: relacionando el deseo de tabaco con el deseo de repetir escenas donde hemos disfrutado en una medida u otra, ya que no hay disfrute verdaderamente intenso si no lo acompaña un punto de angustieja. Y esa chica del asma, tan bella e interesante ella, producía angustieja a raudales de un modo natural, que le salía solo. Lo cierto es que los años siguientes, con cosas como estas, lo pasábamos bien el tabaco y yo. Parecía una buena alianza, y mi salud todavía no se resentía. El pitillo tiene esa cualidad casi sobrenatural, consistente en comenzar siendo una costumbre de la mente para convertirse luego en un achaque del cuerpo, como todas las drogas blandas y duras, supongo. O sea, que el iniciado en el tabaco siente que toda la cuestión de su adicción tiene que ver con potenciar ciertas habilidades de la cabeza, para luego descubrir que lo que está haciendo es aflojar la fuerza de sus piernas y rellenarlas de corcho, por ejemplo. Si le preguntan sabe que no es así, naturalmente, pero lo que siente es esa especie de traición dualista cartesiana. Res cogitans que fumando como una actividad espiritual deteriora realmente la consistencia de su res extensa, donde la misteriosa “glándula pineal” del mirífico filósofo francés parece encontrarse alrededor de la garganta.

 

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La garganta de un fumador es el acceso a una gruta que se va obstruyendo de estalactitas y estalagmitas, encharcadas en flemas que de vez en cuando hay que expulsar. Los pulmones, que son órganos gemelos que en los demás guardan un silencio oriental, en el fumador tienen una presencia corporal constante semejante a la que nota un no-fumador al que le da por correr por las mañanas. El mismo dolorcillo que a uno le anuncia la salud al otro le anuncia la ruina. Las toses mañaneras empiezan a irrumpir también en mitad de la noche, como unas mensajeras del miedo y un despertador inoportuno. La Philip Morris, a todo esto, se forra envenenándote, y logra la cabriola más espectacular de la sociedad de consumo: cobrar por matar, como un sicario colombiano. Pero abiertamente. Porque, además, llega un momento en que fumar no es para el tabaquista nada especialmente satisfactorio, como debe serlo, si tienes suerte, un viaje de drogas más duras o alucinógenas, sino que simplemente es que no fumar se torna una agonía absurda. Quiero decir que ya sigues fumando porque su opuesta produce sufrimiento, sin que el humo de por sí produzca felicidad. Es como aquellos que buscan compañía porque les parece mejor que estar solos, aunque ni siquiera les guste demasiado esa compañía en particular. Es mejor estar solo que mal acompañado, dice el refrán, e, igualmente, es mejor dejar de fumar cuando ya solo fumas por pura extorsión química.

 

 

Por otra parte, te encuentras que los amigos que a la sazón fueron tan estúpidos como tú ahora son más listos que tú y ya lo han dejado. “Al fin y al cabo, todos somos ex-fumadores”, me dijo uno hace poco. Te uniste al club de los fumadores y llegado el momento lo que toca es sumarse al otro, al de los veteranos de una guerra inútil. Mi mujer nunca ha fumado, mis hijos empiezan a echarme la bronca, con lo que eso duele sentimentalmente, y en las fiestas de la madurez de una clase u otra parezco el último resistente, el único empeñado en terminar sus días en una planta de oncología o de neumología o algo parecido. Otro amigo ex-fumador me dice que cuando “lo” dejó (ese “lo” encierra “lo” horrible, “lo” nefasto, la autodestrucción a 5 euros el paquete) experimentó una mejoría inmediata. Como se ve, abandonar el “vicio” se presenta socialmente como un renacimiento. Pienso que verlo así aumenta la dificultad, que ya de suyo es todo un desarraigo terrible de tantas vivencias a las que quedará asociado indeleblemente el tabaco. Más sencillo me parece ponerse a hacer ejercicio, olvidarse de intentar estar siempre “a tope” con el cigarro, conformarse con la mediocridad, entre comillas, del que lo pasa bien sin excederse, y vivir más años… Javier Krahe compuso una canción al tabaco con agradecimiento, y entiendo lo que quiso decir, pero siempre que sea en la forma de una despedida. Un ex-fumador es aquel que escribió su pasado en humo, del modo análogo a como el poeta británico John Keats creía haber escrito su nombre en agua, pero que se ha decidido a cambiar de formato de inscripción. El humo sin duda es muy romántico, pero la tuberculosis también lo fue y nadie la echa de menos hoy.

Estas líneas, en cualquier caso, han sido escritas sin nada de humo, por primera vez en mi vida. Ahora queda encenderme uno, pedir ayuda y no cejar…

 

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3 Comentarios

  1. says: JOSÉ RIVERO

    Dos referencias contrarias: ‘Puro humo’ de Guillermo Cabrera Infante, a favor del supuesto placer. ‘Días sin fumar’ de Vicente Verdu, a favor de la penitencia. En el fondo todos somos ex fumadores, como citas. Y ocurre que los peores antitabaquistas son viejo fumadores. Como ocurre con los comunistas, los peores anticomunistas acaban siendo los excomunistas.

  2. says: Óscar S.

    ¡Es la fe del converso! Empecé el de Vicente Verdu hace años, por puro interés literario (una especie de fenomenología de la abstinencia), pero terminé por regalarlo a alguien más necesitado que yo, que sin embargo nunca lo leyó. Pero recuerdo una anécdota que ilustra muy bien lo poderoso que es el tabaco, y que no he reflejado aquí. Un amigo se cayó por las escaleras del metro en extrañas circunstancias una noche de fin de año, se daño la cabeza y entró en coma dos semanas. Cuando salió, aún no podía hablar, casi no sabía ni quién era, pero lo primero que hizo fue un gesto a sus emocionados padres llevándose los dedos a la boca indicando que quería un cigarro. En dos semanas había pasado de sobra el mono físico, y aún así todo su ser despierto se lo pedía…

    Lo peor de todo, en cualquier caso, es que fumar es ya un atavismo. Es una cosa anticuada que hacían las celebridades de las fotos que acompañan este texto, pero que ahora perdió aquel glamour. No obstante, un buen montón de mis alumnos adolescentes fuman, no sin sentimiento de culpabilidad, como si es glamour siguiese en parte funcionando pero sólo a los 17 años…

  3. says: Gloria

    Nunca lo hubiera imaginado. ¡Tú sin fumar!
    Lo acabo de leer. Te hubiera dicho algo antes.
    ¡Mucho ánimo!
    Menos dinero para las multinacionales y más pulmones para tí.

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