35 años de E.T. (Extra-Taquillazo)

Vi E.T. a los diez años, poco antes de que saliera en España, por cortesía de un amigo muy cariñoso que la consiguió por mi en versión video Beta y en inglés para echarle un indiscreto vistazo. No me enteré de nada, pero como la expectación le precedía en un año en periódicos, revistas, etc., ver aquella versión pirata todavía aumentaba el misterio varios enteros. A esa edad, no parecía que estabas viendo una ficción, sino que más bien tenías la sensación de contemplar los vídeos secretos de la NASA. Mi amigo era un gran amigo, casi tanto como el propio E.T. en la película. Después, con la edad, y viendo la película bien, pero con menos emoción, descubres que se trataba de un guión perfecto, perfectamente rodado a su vez. Pasa un poco desapercibido para los niños, pero en realidad E.T. trata de un niño que echa de menos a su padre, y compensa ese amor perdido con la amistad de una criatura fea pero entrañable, de cuello largo y ojos grandes. La criatura, vale, es extraterrestre, es verdad, pero eso sólo importa a los padres, o, ampliando el espectro, a los adultos. De hecho, las secuencias más estremecedoras de la películas son aquellas en que los adultos pasan a protagonizar la acción, y mientras Elliott y E.T. están enfermos, sucede la gran inversión de la historia: son los humanos, ataviados con escafandras y trajes espaciales, los que parecen extraterrestres, y E.T., el muñeco de gran corazón, el que parece más humano que nunca. Spielberg es un tipo que sabe darse cuenta de estas cosas, y jugó sabiamente con estos trucos. E.T., que va desnudo, debe proceder de una civilización de gran intelecto, puesto que viajan a la Tierra en busca de muestras por puro amor al conocimiento; pero, a la vez, no es más que un niño, en el que prima el sentimiento sobre el cerebro, o en el que -mejor- el cerebro es sentimiento evolucionado.

 

 

Todo en E.T. , la película, funciona maravillosamente: hay momentos para adultos, que se enternecen con el mundo infantil pero entienden el punto de vista de la madre, y hay momentos para los niños, que viajan en bicicleta a toda velocidad para salvar con coraje al Salvador. Al fondo, una luna gigantesca, irreal, americana. Esa luna representa que lo que vemos es intemporal, que vale para siempre, y que E.T. es el ser que encarna el Primer Encuentro (un encuentro, por cierto, en la Tercera Fase, otra película alucinante en su tiempo), pero que es un encuentro clandestino, apto sólo para menores en un pueblo olvidado. Como todo en el cine de esa generación, resulta una esperanza muy cristiana, muy mística, muy americana otra vez. E.T. no conecta con los adultos, no los comprende, son demasiado prácticos, demasiado tristes. La madre de la familia de Elliott carga con un despecho muy profundo, y el ejército de la NASA es incapaz de prepararse al encuentro crucial, definitivo, sin mil cautelas profilácticas. Lo que dice la película, en suma, es que no hay motivo para el miedo, que lo Desconocido es accesible a las almas francas, y que si tu padre se ha ido con otra que no es tu madre, tu madre es tonta si cierra su corazón a nuevas influencias. E.T., la película, fue escrita por una mujer de la que no sabemos nada; Spielberg la dirigió, usando un títere de efectos especiales como protagonista indirecto. Creo, de verdad, con la distancia que dan los años, que fue un extra-taquillazo previsto pero muy merecido. El episodio del Halloween, la oscuridad de las primeras escenas, la pantomima de la fiebre, la disección de ranas alcoholizada, la mencionada enfermedad compartida… Menos mal que nunca se les ha ocurrido hacernos una segunda parte.

 

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