Doris Day, una mujer de los 50

No sabía que estaba viva y me sorprende su muerte. Su época parece muy lejana, antes de los 60, antes de Kennedy, antes del feminismo, antes del rock. Representa  la imagen idealizada del mundo que nuestras madres veían en las películas americanas de la postguerra mundial y con la que probablemente, en muchos casos, se identificaban.  Mujeres de su casa que vivían para sus maridos y sus hijos, ya rodeadas de electrodomésticos en casas limpias y coloridas, que habían pasado en algún caso por la universidad y se consumían en actividades presuntamente femeninas a las que ya no encontraban ningún significado y las sumían en una perturbadora melancolía. Cuando, en muchos casos, ya habían experimentado lo que les aportaba el trabajo y se habían demostrado a sí mismas que eran capaces de realizarlo como los hombres durante la guerra.

Con Rock Hudson

Justo el mundo que describe y trata de demoler Betty Friedan (que nació un año antes que ella, en 1921) en “La mística de la feminidad”. El libro que dijo que escribió por su madre, para que las mujeres no tuvieran que depender de sus maridos porque no tenían profesión, y también por su padre, para que los hombres no tuvieran que soportar las frustraciones de sus mujeres y tener que pasar por ellas.  Muy consciente de como las dinamicas sociales trascienden y afectan al bienestar de las personas concretas.

Con Cary Grant

Un mundo con una estética almibarada que, sin embargo, ocultaba un volcán de deseo reprimido que emergía por todas las costuras posibles y creaba una realidad paralela que ya era insostenible y que Kinsey acababa de describir elocuentemente en sus informes. La gente aparentaba compartir una moral pero realmente, en muchos casos, deseaba y hacía ya otras cosas. A menudo pagando un precio personal muy alto, en forma de infelicidad, exclusión social o culpa. Mujeres que tenían que ser románticas, decentes, bellas y pasivas abocadas al matrimonio que se relacionaban por hombres con en un deseo muy activo, desvinculado de la afectividad, que a menudo fingían amor para conseguir sexo o intentaban conseguirlo con “las otras” siempre más deseables porque no eran las suyas. Los homosexuales que se jugaban la vida si salían del armario. La buena gente que sin embargo se hacía tan infeliz por una moral estúpida. El alcohol que estimulaba la agresividad y la melancolía. Eso que tan bien describe “Masters of Sex”, la serie que cuenta las investigaciones de Masters y Jhonson en aquellos años, el ambiente social, los dilemas personales tan dolorosos que producían y que en parte, siguen sin resolverse a pesar de los anticonceptivos, la permisividad y el tiempo que ha pasado. El péndulo de la moral sexual cultural que no para de bascular y que sigue creando guantes en las que no encaja todo el mundo. 

Doris Day experimentó en su vida, según contó en su biografía, el aire de su tiempo. Es difícil imaginar que tras esa chica impecable que canta y baila con ese precioso vestido azul “Perhaps”, perhaps, perhaps” o que, tras esa madre cariñosa e inmaculada que canta “Que será, será” existiera una mujer infeliz en su vida privada, a pesar de que se casó cuatro veces.  Su primer marido, el trombonista Al Jorden,  la pegó incluso estando embarazada y  el tercero, Martin Melcher,  casi pudo arruinarla. Su compañero de muchas películas Rock Hudson, un ejemplo de masculinidad en aquella época, tuvo que ocultar su condición de homosexual probablemente pagando un alto precio personal por ello. Quizá por eso, ella se terminó dedicando a proteger a los animales,  mamíferos probablemente mucho menos problemáticos.

No debemos olvidar que entre lo que realmente ocurre en una época y el reflejo cultural que queda de ella suele haber diferencias, sobre todo porque, casi siempre,  el pasado se estereotipa para legitimar el presente, para ayudarnos a pensar que somos de otra forma y nunca hubiéramos vivido de esa manera que ahora parece tan lejana a nosotros, tan pasada de moda. Sin embargo, el tiempo que ha pasado y lo que ya sabemos que ha ocurrido después, nos enseña que es mucho más lo que permanece que lo que cambia en las relaciones humanas y que actitudes que parecían liberadoras generan, a menudo, nuevas cadenas, paradojas  y puritanismos que limitan la vida libre y la felicidad de los individuos.

Quizá por eso la muerte de Doris Day es una buena oportunidad para revisar sus películas y, también esa época, sin prejuicios, con una actitud comprensiva, tratando de vislumbrar las luces y las sombras que puedan ayudarnos a reconocernos y a mejorar la gestión de los afectos y del deseo que, tan a menudo, pueden tornarse problemáticos y están tan influidos por codigos sociales que nunca controlaremos del todo, ni serán del todo confortables.

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