Vattimo ahora nihilista

La célebre pregunta de Leibniz -ya implícita en Tomás de Aquino-, “¿por qué el ser y no más bien la nada?” creo que está formulada al revés. De hecho, los griegos me da la impresión de no lo veían de esa manera, y por eso se referían más bien al no-ser (to me on) que a la nada, ya desde el fundador Parménides. A Aristóteles, por ejemplo, la pregunta de Leibniz le hubiera parecido peregrina, extrañísima. ¿Cómo no va a haber ser, de que estamos hablando si no? El ser ha sido siempre, lo cual es del todo natural, puesto que si hipotéticamente le hubiera precedido una nada -o un chaos– ¿por qué esa nada y no más bien el ser? Esta es, aparentemente, la pregunta correcta, ontológica y no teológica, la nada entendida como anhelante de suprimirse en el ser, y no el ser en el filo de suprimirse en la nada, ya que, como cualquiera puede entender, no-es, y por tanto el ser no va a precipitarse en ningún lugar, para eso se queda como está, trémulo de existencia, por decirlo así. Otra cosa es que ese ser se sepa a sí mismo. Esa sí que ha sido una premisa fundamental desde Parménides hasta Hegel: el ser es auto-saber. Las consecuencias prácticas de esta presunción son incalculables, pero los legos en filosofía no las ven y por eso creen que la filosofía es inservible. Si el absoluto del ser es autoconocimiento el papel del hombre consiste por encima de todo en acceder a esa mismidad transitiva mediante intuición intelectual o mediante el despliegue del Geist. Pero todo esto es ya muy técnico. Más interesante sería preguntarse si aquella premisa estaba errada: qué pasa si el ser no se conoce a sí mismo lo más mínimo, si lo suyo es la acción, la energeia. Es, pero no sabe que es. Ni lo sabe ni puede saberlo, es total opacidad para sí mismo. “Si los dioses existieran, también ellos filosofarían”, escribe Nietzsche en un aforismo extrañamente breve de Más allá del bien y del mal, si no recuerdo mal. Es decir: hasta para los dioses, el ser es impenetrable, una grieta insondable, el secreto de sí mismo, “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”, como Churchill dijo de Rusia.

Pero eso no tiene que ser ningún drama, sin embargo. Drama era un ser tan lejano que era inaccesible, o las penurias del despliegue del Geist. En cambio, si el ser no se sabe a sí mismo es precisamente porque se limita a ser, que no es poco. Nunca se vuelve sobre sí mismo, en un acto de reflexión (Selbstbewusstsein) que ni Hegel sabría cabalmente explicar, sino que sigue siendo, es sin más. Hoy, en la escasa fresca de la mañana, hemos leído una entrevista con Gianni Vattimo en la que el hombre se mostraba muy deprimido, casi nihilista. Prácticamente no le importaba que el mundo “reventase” siempre que él no estuviese ahí para verlo -ignoro si estableciendo una relación causa-efecto…-, el legado de Heidegger le parecía agotado, y hasta mostraba un cierto temor a terminar en las calderas de Pedro Botero.

Vattimo fue, seguramente, en gran gurú de los años ochenta y casi también noventa. No sólo adivinaba bien el tenor de los tiempos, también tenía un montón de ideas. Demasiadas, hasta el punto de pasar de la hermenéutica al pensiero debole, de ahí a un marxismo debole y por último a un cristianismo debole también. Su lectura de un Nietzsche heideggerianizado le permitía todas esas derivas, habida cuenta de la paradoja que implica terminar en el cristianismo a causa de o partiendo de Nietzsche. Sin embargo, no había locura o despropósito o charlatanería en ello: era una trayectoria clara y coherente a su manera. Yo le vi alguna vez en Madrid, y era un tipo perfectamente normal, que no toleraba la filosofía mistérica. Pero ahora, con ochentaytantos años, está fatal. A saber cómo estaríamos cualquiera de nosotros a esa edad, pero pienso que la gente menos leída y rumiante que él se lo toma mejor. Excepto algunos filósofos, la gente también es ser, también es sin preocuparse mucho por saber cómo, cuándo y dónde es. Igual lo sabio sería que Vattimo también debiera dejarse llevar un poco, en vez de tanto triste memento mori

La posmodernidad que Vattimo pregonaba (y que no es lo que en España se entiende por tal) parece liquidada, y han vuelto los enemigos más rancios y casposos que podríamos imaginar. Como son enemigos de la modernidad misma, no están las cosas como para señalar sus puntos flacos. De repente, la Ilustración necesita defensa, no crítica. Entre eso, la desaparición de sus amores, y su propio carácter dubitativo, Vattimo está para el arrastre. Yo, que le tengo afecto, le recomendaría un sano escepticismo, también acerca de los poderes de la propia filosofía. Pero si no es capaz, ahí va este poema de John Clare, que Leopoldo María Panero tradujo de un modo bastante libre y echándole no poco nihilismo también:

Soy—más qué soy nadie sabe ni a nadie

le interesa—mis amigos

me dejaron como un recuerdo inútil

que sólo se alimenta de su propia desdicha

de mis penas que surgen y se van, sin más, y para nada

ejército en marcha hacia el olvido

sombras confusamente mezcladas a los pálidos

mudos, convulsivos, escalofríos de algo

parecido al amor—y pese a todo soy, y vivo

como vapor en el cristal, que borrarán seguro

cuando llegue el día.

En la nada del desprecio, en el ruido de

muerte de la vida

en el mar frenético de los sueños despiertos, del delirio

que tranquiliza a los hombres, pero más allá aún

donde hay rastro de sensación de vida

nada más que un gran naufragio en mi vida de todo lo que quería

hasta de los más íntimos amores, por los que hubiera dado la vida

son ahora extraños—más todavía que el resto.

Languidezco en una morada que ningún hombre holló

un lugar en que jamás aún mujer lloró o sonrió

para estar a solas con Dios; el Creador

y dormir ese sueño que dormía en la infancia

procurando no molestar a nadie—helado, mudo, yazco

sobre la hierba como un perro, irreal como el cielo.

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2 Comentarios

  1. says: Ramón González Correales

    Quizá el gran reto de la vida es saber envejecer con elegancia, serenidad y lucidez. También sin haber perdido la perspectiva histórica y sin confundir el final de la propia existencia, que es un breve destello en la inmensidad del tiempo, con el final del mundo, que continuará de muchas maneras, y comenzará muchas veces de nuevo, y no se sabe dónde irá. Si una filosofía no sirve para eso quizá no sirve para nada y habría que irse heroicamente por el foro, con dignidad y silencio. Pero tampoco heroísmo parece tener este filósofo aparentemente tan débil como su pensamiento, que precisa apalancarse con papas, psiquiatras y neurólogos (lo que no deja de ser una contradicción).

    Primero la piedad. Envejecer bien no solo depende de nosotros. Depende mucho de lo que el cuerpo nos permita y el azar nos depare. Los genes, el temperamento, la historia de aprendizaje, los equilibrios neuroquimicos de todo tipo, los contextos, lo que hemos conquistado, las enfermedades. Me viene a la cabeza aquel libro de Antonio Damasio, “El error de Descartes”, donde contaba aquello tan escalofriante: solo el lugar donde hubiera afectado el ictus al lóbulo prefrontal determinaba la emoción al final de una vida. Así el cobarde podía convertirse en la persona más estoica y serena del mundo y el valiente podía ser arrasado por una ansiedad incoercible. El factor personal ya no contaba nada. Lo he contemplado en directo más de una vez, en esa y otras enfermedades, y es una cura de humildad inolvidable, que dada mi edad me inquieta algunas madrugadas.

    Pero Vattimo solo parece estar viejo y esa entrevista (que espero que el periodista haya captado bien) parece la evidencia del fracaso de la “Escuela filosófica continental” en el sentido en que la usa Peter Watson en “La historia intelectual del siglo XX”. El fracaso de Marx y el comunismo (la otra cara de la moneda del catolicismo) y de Freud. El callejón sin salida de las interpretaciones sin fin, más centradas en la retórica que en entender, enfrentados a la ciencia, a la sociedad liberal y al libre mercado. La filosofía francesa. Frente a eso, el enfoque analítico de los positivistas lógicos, que buscan la comprensión y la explicación, y utilizan la ciencia como método de conocimiento ha resultado mucho más eficaz y la única esperanza ante los retos de este mundo de aquí, (sin necesaria esperanza en ningún otro) lleno de incertidumbre y problemas. Ya sabes que me creo más a Pinker que a los catastrofistas con tentación totalitaria que nunca reconocerán ningún avance social mientras no se pliegue a su ideología.

    Vattimo parece haber pasado de una religión a otra para al final volver al redil y tiritar ante las penas del infierno, clamando contra el capitalismo y sin una crítica a la distopia comunista que todavía quiere que se implante en Sudamérica. Hasta abdica de las tentaciones de la carne que alguna vez le atormentaron y no se si le alegraron. Y en el núcleo otra vez Heidegger, ese hombre que estuvo donde estuvo cuando le llegó el momento de estar en algún sitio.

    No se como me atrevo a comentarte estas cosas cuando sabes mucha más filosofía que yo y escribes artículos tan solventes como éste. Eres muy grande.

  2. says: Oscar S.

    Todo es mucho más matizado de como lo pintas o lo pintan otros. La filosofía analítica no solo fue Cambridge, sino el Círculo de Viena y muchas otras personalidades “continentales”. Y, desde luego, Vattimo ha sido todo lo contrario, pero su opuesto absoluto, de un totalitario catastrofista, de ahi la “debilidad” del sujeto, de las identidades, la labilidad de las interpretaciones, la cultura como hermeneutica, etc. Con Vattimo, Occidente se permeabilizaria, que no es precisamente lo que está ocurriendo ahora. Lo que está ocurriendo es una especie de uso perverso de la posmodernidad a fin de apuntalar una modernidad oscura, o el lado oscuro de la modernidad… Vattimo es, o fue, en mi opinión, cierta luz frente a esas tinieblas. Ahora ve que se apaga y debe estar desesperado y acojonado a partes iguales….

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