“Galería de los invisibles”. Varios Autores. Ediciones Xorki

Se dice que Dios ama al hombre común, y por eso ha creado tantos… Con mayor perspicacia, Chesterton señalaba -en la Breve historia de Inglaterra, si no recuerdo mal- que la verdad psicológica fundamental consiste en que todo hombre se encuentra débil cuando se mira a sí mismo, aunque pase por fuerte para los demás. Así, decía, Cromwell puede ser grande para su criado, pero es pequeño para sí mismo. A condición de no olvidar esta católica advertencia, estamos legitimados a hablar de los misterios de los “grandes hombres”. En este pequeño y curioso volumen en el que también -¡incluso!- yo he participado, se ofrece un catálogo sin duda escaso, pero fascinante, de grandes espíritus que, o bien han sido olvidados, o bien se han visto relegados por un motivo u otro a un segundo plano. Pues, como dice José Miguel Marinas, profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, en el prólogo…

“La mirada que este libro encierra es sorprendente. A través de su pluralidad de temas y autores muestra una intención común: buscar, en la grande y silente marcha del pensamiento, a quienes no se notan, a los que han dejado una obra que no está en la primera fila, en el elenco, en el canon. No es que los autores no destaquen, porque su nómina tiene el reconocimiento de los expertos, de los entendidos, de los aficionados doctos. Es que su lugar es recatado, relegado a un territorio como de falansterio o de jardín epicúreo”.

El personaje que, particularmente, me ha interesado a mí (pues, aunque el invisible es Enmanuel Swedenborg, el texto se centra en su influencia sobre él), William James, había escrito un artículo precisamente acerca de la suerte del gran hombre. Allí venía a decir que el gran hombre es como una mutación dentro del esquema de explicación darwinista, pero donde también hay que considerar la otra cara, es decir, que bien puede ocurrir que tal mutación no sea adaptativa a su entorno histórico concreto. Y de ahí su posible invisibilidad, la cual, cualquier día, se nos hace por fin visible (o sea, que se hace visible como tal invisibilidad, valga la paradoja). James, por su lado, tenía el tema en la punta de los dedos: sobre él había meditado recientemente su maestro Ralph Waldo Emerson en EE.UU. y también Thomas Carlyle en Reino Unido. De aquellos dos tratados sobre la humana grandeza, Borges se queda con el de Emerson, por su finura y delicadeza, y tacha a Carlyle prácticamente de proto-nazi, con lo que yo estoy casi de acuerdo.

Pero en este libro nuestro de lo que se trata es de hombres y mujeres de letras, filósofos, santones o literatos en general, de manera que existía poco riesgo de un desaforado culto a la personalidad. Auctor, en latín, significa “el que hace crecer”, y lo que hemos tratado de mostrar, creo, es que no es verdad -ante todo, porque es indemostrable- que sea cierta esa tesis de lo que se conoce como “calvinismo histórico” y que dicta que sólo triunfa el que lo merece, o que sólo era valioso el ganador. El lector juzgará si lo hemos conseguido…

 

 

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