A las 01:00 del día 29 de marzo, alguien tiembla de pies a cabeza en la habitación 210 de un pequeño hospital en la provincia de Cáceres.

Mientras, en otras provincias del sur, cientos de personas se congregan para llorar la Pasión de Cristo, la desgracia de la Virgen María y el desamparo del pueblo.

A la misma hora, altos mandatarios declaran el Estado de Guerra en Corea del Norte contra las bases de Estados Unidos emplazadas en Corea del Sur.

A las 01:01 minutos, el doctor responsable inyecta un potente sedante en las venas del paciente de la habitación 210, y su hija pone cara de fuerte mientras llora sudando por la mano en la que sujeta la ya débil existencia de su padre.

El periódico más importante de tirada nacional recuerda: “Los relojes se adelantan una hora esta noche”. (“Menos los de los hospitales”, le falta decir).

Y el mundo se acaba en la única hora en que no existe.

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Lo mejor de las palabras es que pueden ser cómplices del miedo, el engaño, la esperanza, la mentira y el amor, sin llegar en ningún momento a traicionarse. De hecho, creo que en su contradicción radica su sinceridad.

Pido pues perdón por haber mentido, exagerado y deformado la realidad hasta haberla hecho parecer tal y como yo la sentía.

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