El extravío de la individualidad ante un infinito difuso y desconocido. El silencio irrevocable de lo que somos, de nuestros anhelos, de nuestras dudas, de todo aquello que construimos en base a referencias inventadas desde nuestro conocimiento limitado. Al fin y al cabo, el principio de la consciencia humana siempre está en la muerte, en nuestra propia pérdida. Uno se vuelve humano cuando entiende y asume, con reparos, siempre sin creérselo del todo, la certeza de la muerte. Pero ni siquiera esa percepción nos hace sentir verdaderamente vivos. En ocasiones la desesperación, los problemas cotidianos y vitales, nos tiñen de gris el cielo de una vida que, paradójicamente nos llega a parecer invulnerable, eterna.

Reflexiono sobre esto viendo Gravity, la última película de Alfonso Cuarón. El director mexicano nos transporta al cosmos para meternos en la piel de dos astronautas en plena misión espacial. La doctora Stone, personaje interpretado por Sandra Bullock, una ingeniera melancólica y apática por un fatídico trauma del pasado, en plena búsqueda de refugio donde silenciar las voces de la culpa, y el pinturero Matt Kowlasky, interpretado por George Clooney, un astronauta simpático y bonachón, que disfruta del que será su último viaje contando historietas e intentando batir el récord de minutos en paseo espacial del ruso Sergei Andreiev. Todo se tuerce cuando un satélite ruso explota y sus restos destrozan el transbordador que los tenía que llevar de vuelta a casa. Allí, con la constatación de su soledad extrema, empezará la aventura por la supervivencia en ese universo inmenso y bello que nos rodea, quizá lo más parecido al infinito que somos capaces de percibir.

Llegado el momento, retorciéndome en mi asiento, me planteo: ¿cuáles serían las palabras, los recuerdos, los últimos pensamientos en aquellos instantes íntimos antes de perder la consciencia para siempre?, ¿cuál seria la reacción del instinto de supervivencia  ante una tesitura en la que se ha perdido casi toda noción de peligro, y de presente? Es ahí, en la resolución de los interrogantes personales, donde se le ven las costuras a Gravity, en la poca profundidad de unos personajes por otra parte llenos de posibilidades introspectivas.  Cuarón nos cuenta relatos de medio pelo en un universo precioso, casi tangible. No hay nada sugerente, ni medianamente interesante en la deriva reflexiva de los sujetos salvo esa verdad universal que dice que casi cualquier historia, incluso las de Kowlasky, es capaz de acompañar la soledad más absoluta. Que necesitamos los recuerdos y a los otros para seguir viviendo, para tomar impulso.

A pesar de lo leve del argumento, la película me atrapa desde la primera toma. El aspecto visual es exquisito, la dirección certera, el ritmo endiablado, algunas de las tomas memorables, comenzando por la primera, esa secuencia larga y fascinante donde se nos presenta a los personajes en aquel cosmos majestuoso y sugestivo. Por primera vez, percibo las virtudes del 3D, de esas gafas incómodas y esa entrada cara. Parece que estoy allí, con Sandra Bullock, sintiendo su vértigo y su claustrofobia, gravitando sobre aquel paraje que, desde pequeño, siempre soñé conquistar.

La última pregunta es pertinente y vital: ¿qué motivos hay para la alegría, para la esperanza, una vez que se ha visto el fin, la eternidad del infinito? El presente, la textura de la arena, la sensualidad del mar cuando roza la piel, el tiempo que ni el silencio perpetuo te podrá robar. El hecho de que hemos sido, y por ahora seguiremos siendo.


 

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3 Comentarios

  1. Lo peor que le sucede a ‘Gravity’ es el pensar ‘qué hubiera pasado si’, en concreto, si hubiera prescindido del trauma pasado de la protagonista y del (en principio) desconcertante retorno del personaje de Clooney. Si como único motivo para intentar el regreso a la Tierra se hubiera tomado la condición humana al desnudo, el instinto de supervivencia y el ‘por qué sobrevivir’ sin mayores motivos.

    En esta línea el film se hubiera acercado mucho más al prisma de la anterior película de Cuarón, ‘Hijos de los hombres’. Quizás el relato de medio pelo (como dices en la crítica) haya sido una autoimposición de los hermanos autores del guión, en aras de conseguir una mayor captación de público, cuando la hubieran conseguido igualmente con un libreto más arriesgado. El mayor valor de ‘Hijos de los hombres’ (una obra maestra contemporánea), es que a su apabullante diseño de producción y a la clase maestra de dirección y montaje por parte de Alfonso, se suma un guión sin concesiones, crudo y atroz como la vida misma, que sin embargo resultaba más verdaderamente humanista. También el uso de la música era perfecto en esta película, mientras que en ‘Gravity’ acaba subrayando en exceso los momentos finales.

    Lo que es indudable es que la cinta es mucho más honesta que muchos otros espectáculos comerciales actuales. Cuarón tiene tal dominio de la cámara que consigue que desaparezca, domina perfectamente (sobre todo al principio) la tensión de la secuencia, y deja de paso (como ya hiciera en ‘Hijos de los hombres’) algunas imágenes de poderoso simbolismo. Si esto se hubiese completado con menos adorno de fondo, habría logrado otra obra maestra. De esta forma, se ha quedado en una buena película

  2. says: Óscar S.

    Acabo de verla, y me ha gustado. Entiendo, pese a los acertados comentarios de Petirrojo y el autor, que precisamente por lo subtrama psicológica algo artificial de los personajes la película adquiere interés. Si fuese más realista, no se contaría la historia, es por lo excepcional que una historia merece ser contada. Incluso se me ha hecho corta…

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