Hacía frío en la Puerta de Brandeburgo aunque la mañana era cada vez más transparente al ir emergiendo de la niebla. El Museum The Kennedys es pequeño y está algo escondido, aunque en la misma plaza, justo en el lado opuesto a la embajada americana. Nada más entrar miré un rato su camisa blanca, ya un poco ajada por el tiempo, en un maniquí que me pareció que modelaba a un hombre de apariencia no demasiado poderosa, con ese punto de fragilidad que da saber que es la prenda de alguien que ha muerto.  Contemplé una cartera de piel cocodrilo, algunas notas con su letra, fotos que me llevaban a otras fotos que había visto desde niño, reproducidas en las revistas del corazón, siguiendo a su viuda en otras aventuras con hombres poderosos que cada vez parecían ponerla más triste. O quizá era sólo el tiempo.

JFK era un tipo rico. Muy rico. Pero probablemente no tuvo una infancia blanda. Su padre quiso salir de pobre para siempre y era un hombre duro, muy ambicioso. Sabía el precio de algunas cosas. Y lo que había que ser capaz de hacer por conseguirlas. Sabía hacer trampas, jugar fuerte, intimidar, utilizar el poder para sus fines con suma fiereza. Fue además un hombre de suerte mucho tiempo. Ganó dinero en negocios turbios en los tiempos de la ley seca, supo mantenerlo y no se arruinó en el crack a del 29. Era católico y se casó con una católica de alta sociedad muy beata, sumisa, también fría. Le dio muchos hijos. Tuvo muchas amantes. Apoyó a Roosevelt  y le dieron la embajada en Londres en 1938, desde donde no le disgustaban del todo los nazis. Sin embargo sus hijos fueron a la guerra y perdió al mayor, el que quería que llegara a la Casa Blanca. El siguiente era John.

Todo el mundo dice que John fue un niño algo enclenque, acosado por enfermedades graves desde muy pronto que ya nunca le abandonaron el todo. Pero el ambiente era competitivo y terminó haciendo lo que había que hacer.  Tenía encanto y lo cultivó para conseguir lo que no podía por otros medios, aprendió a no mostrar el dolor, a ocultarlo, a huir hacia delante viviendo el presente con mucha intensidad, refugiándose en la acción, en vivir muy deprisa, consumiendo placeres y sensaciones. Admiraba a su padre, no se sintió querido por su madre.

Fue a Harvard, viajó por Europa, fue un héroe de guerra, escribió un libro (Profiles in Courage, 1956) que ganó un Pulitzer, aunque hay quien dice que no lo escribió él y que su padre se encargó de todo lo demás, incluso de comprar miles de ejemplares para situarlo como líder de ventas. Pero interesa el tema: un estudio de senadores que optaron en ciertos momentos por el bien común en vez de por sus intereses personales, aun corriendo riesgos. Podría haber sido otro. Pero fue ese.

Le gustaba la política y encontró un hueco muy pronto. Ya estaba allí. Y tenía cualidades. Al parecer era muy simpático, resultaba atractivo, tenía decisión, sabía divertirse, era consciente de su importancia y hacia que los demás se sintieran importantes con él. Puede que fuera sólo cuestión de dinero, de familia. Pero en USA había más gente con mucho dinero y él supo hacerse una imagen única.

Construyó, o eligió que le construyeran, una estética que cautivó a mucha gente. Incluso a alguna de la mejor gente. Supo crear expectativas, tenía capacidad de análisis político, información, contactos a muy alto nivel, arrojo, pragmatismo, medios, falta de escrúpulos. Lo que había que tener en política si se pretendía lo más alto. También muchos amigos que le hacían favores. Algunos muy divertidos como la gente de Hollywood. Y también enemigos a los que casi siempre neutralizaba. Estaba preparado y conocía los códigos de la política real. Una jungla muy peligrosa que sin embargo le estimulaba.

Nixon (Tricky Dick) se quedó asombrado de hasta qué punto JFK podía jugar sucio. Fue una de las elecciones a presidente más ajustadas de la historia. Parece probado que se enteró de los planes de Eisenhower sobre Cuba y pudo pararlos antes de las elecciones. Los contactos de su padre con la mafia fueron fundamentales además de fuentes en los servicios secretos. Pero lo determinante fue la intervención de San Giancana, el jefe de la mafia de Chicago ( otro viejo amigo de Joe) que recibió dinero para que consiguiera votos en Illinois, un estado casi imposible para un católico y que resultó definitivo para ganar,  quizá mucho más que su magnífica capacidad de comunicación en los primeros debates electorales televisados.

Giancana esperaba algo a cambio: que la nueva administración aflojara la presión sobre ellos. Pero sorpresivamente Bobby Kennedy fue nombrado fiscal general y la presión se redobló y de forma muy eficaz e irreversible. ¿Por qué?.  Se plantean hipótesis que podrían también plantearse en muchas otras cuestiones que ocurrieron en su administración. Quizá porque los Kennedys no pagaban favores y además les interesaba neutralizar a un poder que sabía demasiado sobre ellos; quizá porque realmente querían limitar el crimen organizado y simplemente lo utilizaron para conseguir la Casa Blanca y luego, desde ahí, combatirlo. Quizá por otras razones o sinrazones más o menos oscuras.  El asunto fue todavía más complicado. Giancana y JFK compartían una amante (Judith Campbell) que fue utilizada para comunicarse. Todo muy turbio con una estética de película, con una iconografía que aún seduce, entre reuniones, fiestas y suites en hoteles de lujo.

A estas alturas Hoover lo sabía todo, había micrófonos por todas partes y JFK era muy audaz. Tenía una gran hipersexualidad, gustaba a las mujeres,  las necesitaba continuamente, se las buscaban en cualquier lugar, casi las utilizaba para quitarse un dolor de cabeza o relajarse cada día en la propia piscina de la Casa Blanca.  Sexo y poder.  Es imposible no pensar en la tesis de Freud, sobre el temperamento, en Moral Sexual Cultural y nerviosidad moderna.

“(…) Aquellos individuos a quienes una constitución indomable impide incorporarse a esta represión general de los instintos son considerados por la sociedad como delincuentes y declarados fuera de la ley, a menos que su posición social o sus cualidades sobresalientes les permitan imponerse como grandes hombres o como héroes.”

“(…) La conducta sexual de una persona constituye el prototipo de todas sus demás reacciones.  A aquellos hombres que conquistan enérgicamente su objeto sexual les suponemos análoga energía en la persecución de otros fines”.

No sólo era él, ocurría en todo su entorno político. Sólo que la doble moral funcionaba y la prensa no informaba todavía.  Pero Bobby tenía que estar de continuo apagando fuegos. Su actividad sexual estuvo a punto de crear problemas de estado en más de una ocasión.  Era la guerra fría, había ocurrido el “Caso Profumo” y una de las chicas ( Ellen Rometsch), que frecuentaba la Casa Blanca, era una alemana del este con pasado comunista. Tuvieron que deportarla. En secreto. Siempre en secreto. Como casi todo.

Aparte de las profesionales lo intentaba con todas, la mayoría aceptaba, hay acuerdo en que era muy atractivo, divertido, con muchos medios para seducir. Lo admiraban los hombres por eso. También sedujo a Marylin que llegó a hacerse ilusiones de desplazar a Jackie. Distante y encantador en las distancias cortas. Tenía a muchas a la vez. Quizá con alguna tuvo vinculaciones afectivas, una cierta intimidad. Le gustaba que le contaran chismes, hazañas de otros, lo que hacía Sinatra, por ejemplo. Competía hasta con sus hermanos. ¿Qué buscaba?, ¿qué terminaba encontrando?. El deseo y la vida. El deseo como cura momentánea de lo que faltará siempre, de la muerte que amenaza, del tiempo que pasa tan rápido. Intensidad. Ser deseado como necesidad para la construcción de una identidad momentáneamente habitable. Quizá sólo entretenimiento. Quizá también dulzura sin otras implicaciones en medio de un mundo hostil. Quizá una incapacidad, una angustia. Se lo pudo permitir. En ese momento los tiempos comenzaron a cambiar y ya nunca volvieron a ser iguales. Otros presidentes pudieron comprobarlo.

Y Jackie. Dicen que casarla con JFK fue idea de Joe padre. Que no pasaron juntos ni la noche de bodas. Que sabía las andanzas de su marido.  Pero decidió estar ahí. Y su imagen, su estilo, es indisociable de lo que significó Camelot. No sólo era guapa, era una mujer culta, una de esas mujeres de clase alta bien educadas que ya aspiraban a una vida propia en el espacio público (Betty Friedan publicaría en 1964 “La mística de la femineidad“).  Estudió literatura francesa y había pasado un año en la Sorbonne. De otro viaje por Europa nació un libro autobiográfico con sus dibujos y su hermana como coautora: One Special Summer). Cuatro embarazos, sólo dos hijos vivos. Un marido muerto. Su actitud aquel día. Siempre cerca de él, sin quitarse el vestido rosa manchado de sangre, sintiéndolo. Un vínculo quizá no convencional del todo en el que ella también había sabido construir su espacio de libertad.

Su legado político en sólo tres años. Sus claroscuros.  Un estado de ánimo, un clima de optimismo. Sus discursos tan inspiradores, aunque no los escribiera del todo. Su pragmatismo. Los avances en derechos civiles, la mejora económica. Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles. Vietnam y el control de las armas nucleares. Berlín. Sus relaciones con el complejo militar industrial donde también fue vulnerable. ¿Hubieran sido las cosas distintas con él en otro mandato?. Hay quien dice que es un presidente sobrevalorado. Otros lo ponen a la altura de los mejores. ¿Qué sabemos realmente tras tantos libros?. El icono, la imagen parece velarlo todo, llenarlo de sesgos, de emoción que simplifica, que ya de partida predispone.

Aquel día en Dallas. El almacén de libros, la colina de hierba, la película de Zapruder, Lee Harvey Oswald, Jack Rubi, la bala fantasma, uno o más tiradores, la comisión Warren, las teorías de la conspiración. ¿Quién ganaba matándolo?. ¿Quién se alió para hacerlo?. El caso sigue abierto. Quizá no se cierre ya nunca.

La vida de JFK como revelación de las contradicciones del propio sistema político. Las ventajas de la clase dirigente, su necesidad de transgredir las reglas para gozar o ganar cuando se aparenta que se defienden o se cumplen. Ese “doble vínculo” que puede llevar a la locura, a la melancolía o directamente a la muerte pero que quizá es tan excitante para quien puede permitírselo. Jugar fuerte supone aceptar la necesidad de ocultar  las propias cartas, todo lo que hubo que hacer para llegar tan alto. Algo que quizá comprendió Bobby cuando decidió aceptar las conclusiones de la Comisión Warren. Tenía motivos para sospechar una conspiración pero renunció a que se investigara públicamente. Hacerlo hubiera supuesto que emergieran secretos inconfesables de los Kennedy que quizá los destruirían para siempre. Tenía otros planes. Ahora le tocaba a él y quizá podía aclararlo desde dentro. ¿Dio tanto miedo que le mataron?. ¿Los mismos?.

Se dice que el asesinato de JFK cambió algo en la democracia americana. Términó con la ingenuidad en la política, con el optimismo de una generación, con la sensación de que se podían cambiar cosas importantes desde dentro del sistema político y que el idealismo servía para algo. Luego vino el 68. Una época de cambios que impugnó al sistema entero. Pero estaba a punto de comenzar otra revolución beneficiándose de ese desconcierto. Una revolución conservadora que fue ganando terreno aprovechando la caída del bloque comunista y que continúa ahora mismo. Obama, que tanto imitó en su campaña a JFK no ha conseguido pararla. Habrá quien diga que quizá no hay diferencias. La pregunta es la misma. ¿Qué precio hay que pagar para llegar al poder?. ¿Qué puede hacerse luego desde él?. ¿Qué margen queda en los tiempos del “Gran hermano” cuando todo el mundo tiene las mismas cosas de siempre que ocultar y no han cambiado las reglas que tienen que transgredirse para permanecer?.  O al final un disparo, limpio, a la cabeza, como aquel día en Dallas, plaza Dealey 12:30 horas.  Y pasado el tiempo sólo quedan las palabras o las imágenes. El recuerdo de Camelot.

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    ¿Menciona Freud el caso Napoleón Bonaparte, héroe para tantos y desastre con las mujeres? Aparte, también Martin Luther King fue asesinado, era un periodo en el cual se revelo quién mandaba de verdad en el mundo, y como el enorme poder de cada bloque funcionaba ya automáticamente, quitando y poniendo personas, hasta que por fin le cogieron el tranquillo a eso de congeniar imagen y conveniencia. Fueron, pues, también, los años de aprendizaje del uso de los medios de comunicación por el poder…

    Magnífico artículo.

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