Dando una vuelta por coloridos manuales de zoología, creyéndome durante unos segundos Linneo, me he encontrado con estos bichitos: los metamonadinos. Son protozoos flagelados anaerobios y, en su mayoría, simbiontes.  Su característica, aparentemente, más llamativa es que tienen uno o dos núcleos asociados a varios pares de flagelos. Una estructura poco usual pero nada que no pudiera darse en seres de estas características. Hasta aquí nada interesante, nada digno de interés, pero, de repente, me encuentro con la discusión sobre su origen: antes se pensaba que eran eucariontes primitivos muy antiguos (los arqueozoarios) ya que no tienen mitocóndrias, ni cloroplastos ni aparato de Golgi; pero después se descubrió que no, que tuvieron mitocondrias pero que las perdieron después (tienen vestigios mitocondriales como hidrogenosomas y mitosomas, e incluso tienen genes mitocondriales no funcionales). Vale, ¿y qué?

Pues que hace unos meses hablé de la increíble superadaptación que consistió fagocitar mitocóndrias capaces de realizar el ciclo de Krebs. Los organismos que lo hicieron consiguieron un sistema obtención de energía magnífico para multiplicar sus funciones celulares. ¿Por qué, entonces prescindir de él? ¿Por qué teniendo el motor de un Ferrari volver al de un 600? Evolución, amigos, de nuevo, simplemente evolución. La selección natural premia a los más aptos dado un entorno concreto. Como los entornos son distintos y cambiantes ser más apto es algo relativo: un organismo muy apto para las bajas temperaturas lo será muy poco para las altas. Y así tuvo que ocurrir: los metamonadinos evolucionaron en unos entornos en los que no fue necesaria tal producción de energía y punto. Las mitocondrias eran una carga inútil de la que había que prescindir y se prescindió. El motor de un Ferrari está muy bien para correr en un circuito, pero si no tienes demasiado dinero para gasolina y solo vas a usar el coche para ir de compras al supermercado que está a dos manzanas de tu casa, mejor es un diesel de poca cilindrada.

 

 

Los metamonadinos son una prueba más de la invalidez de la ortogénesis lamarckiana, de pensar que la evolución va generando organismos cada vez más perfectos. La “perfección” es relativa al entorno, y un entorno cambiante condena, sin pestañear, a organismos perfectamente adaptados al momento previo. Sin embargo, la ortogénesis podría seguir defendiéndose apelando a que las adaptaciones no solo sirven para adaptarse a un entorno dado, sino que sirven para algo aún mejor: para adaptarse a más de un entorno, a entornos posibles. Es lo que llamamos adaptaciones generalistas. Por ejemplo, ser omnívoro es una adaptación generalista ya que te permite sobrevivir en nichos ecológicos con diferentes fuentes de alimentos. Un herbívoro estricto tan especializado como el koala, que solo come hojas de eucalipto, se extinguirá si desaparece su exclusivo y preciado alimento, mientras que el ser humano, perfectamente omnívoro, se adapta a casi cualquier dieta. Parece entonces que las adaptaciones generalistas son mejores que las muy específicas, por lo que podríamos imaginar el organismo perfecto: aquel que tiene un fenotipo tal que le permite adaptarse a todos los nichos ecológicos posibles. Como tal organismo sobrevivirá por delante de los sujetos con adaptaciones específicas, podría decirse que la evolución tiende hacia el progresivo diseño de ese organismo perfecto, la idea platónica de superviviente. La ortogénesis lamarckiana podría ser verdadera.

Pero no, volvemos a la misma idea. Si tenemos un entorno muy estable, a las especies que se adapten específicamente a él les irá muy bien. A una especie más generalista, gran parte de sus adaptaciones no le servirían para nada (ya que su utilidad solo es válida para otros nichos posibles) y las que le sirvieran no serían tan buenas como las de las otras especies, ya que serían menos específicas.  Tendríamos un Ferrari que consume mucha gasolina para mantener un motor que no le vale para nada en su mayor parte y que, precisamente por eso, se extinguiría compitiendo con seiscientos que aparcan más fácilmente, consumen poquito y son muy aptos para ir a la compra. No existe tal especie generalista absoluta hacia la que tiende la evolución, no existe la especie perfecta. La evolución es relativa.

 

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1 Comentarios

  1. says: José Biedma

    El problema de qué es lo mejor o lo bueno no es biológico, sino ético. Cualquier especie de ortogénesis , aún si estima mejor la supervivencia del organismo más simple o más tonto, tendría que empezar por demostrar que es preferible, mejor, sobrevivir que perecer, y tendría entonces que apelar a un discurso moral, simbólico, mítico o religioso.

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