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En el marco teórico de la filosofía antigua y, por ende, en el de la filosofía medieval, la creencia en la inmortalidad del alma tenía una amplia acogida. Bajo este mundo de apariencias en el que todo cambia y es efímero, existía un alma inmortal, una entidad eterna e inmutable que, o bien se reencarnaba infinidad de veces o bien vivía para siempre en otro mundo. Es por eso que, al menos en Occidente, la creencia en la vida ultraterrena ha sido una creencia comúnmente aceptada tanto como por los pensadores más sobresalientes, como por la gente de a pie.

Pero llegó la Edad Moderna y con ella un buen número de corrientes que comenzaban a poner en duda tal creencia: materialismo, empirismo, cientificismo, positivismo… Sin embargo, la creencia resistió los envites de esta nueva filosofía. De hecho, si comprobamos los credos religiosos de la inmensa mayoría de los filósofos modernos, la inmortalidad del alma sigue presente por doquier. Los pensadores ateos o, al menos, escépticos con esta idea, se pueden contar con los dedos de la mano. Un caso paradigmático es el de Blaise Pascal, el genial matemático autor de los maravillosos Pensées (1669). En esta obra aparece uno de sus más famosos argumentos, el de la apuesta. Viene a decir así: de Dios no sabemos si existe o si no existe, y yo puedo vivir de dos maneras: o como si existiera o como si no. Si vivo como si no existe, llevaré una vida absurda, sin sentido y sin referentes morales que, además, me puede llevar al infierno eterno en el caso de estar equivocado. Por el contrario, si vivo como si existiese, mi vida tendrá sentido y esperanza, y, además, si no estoy equivocado, me llevará a la felicidad eterna en el otro mundo. Sopesando ambas actitudes merece la pena apostar por vivir como si Dios existiera, ya que en el caso de equivocarme no pasará nada, los resultados serán los mismos que si viviera pensando en que no existe; y en el caso de no equivocarme, obtendré la vida eterna. A primera vista parece un argumento bastante razonable, pero indagando más en él, pronto comprobamos que no es válido.

Para adaptarlo al tema que nos preocupa, vamos a centrar el argumento en la vida después de la muerte y no en la existencia de Dios, si bien el argumento de Pascal asocia indisolublemente ambas cuestiones. Pascal nos pondría en la disyunción “Vida después de la muerte o no vida después de la muerte”. Automáticamente, tendemos a pensar que la probabilidad de que cada una de las opciones sea cierta es del cincuenta por ciento. Nos parece algo similar a tirar una moneda al aire: o cada o cruz en igualdad de condiciones. Esto es un claro error del que no solemos darnos cuenta. Para dar veracidad a una creencia tenemos que tener pruebas o razones a favor y es raro encontrar que, dada una creencia y su contraria, ambas estén tan igualadas para que las consideremos al cincuenta por ciento. Siempre habrá alguna sobre la que las razones pesen más. Vamos a poner un ejemplo para dejarlo claro: si tenemos la disyunción “Lloverá o hará sol”, sería un error muy estúpido pensar que cada una de las dos opciones podrá darse con, exactamente, la mitad de probabilidades. Lo lógico sería investigar las condiciones climáticas y meteorológicas que pueden sustentar tal afirmación. Si estamos en pleno verano a las tres de la tarde en pleno desierto del Sahara, las probabilidades de que llueva serán nulas, mientras que si estamos en otoño en Londres o en Tailandia en pleno Monzón, las probabilidades serán muy altas. Entonces, para pensar apostar por la vida después de la muerte o su contrario, tendremos que buscar razones a favor y en contra de tales afirmaciones, y no realizar la apuesta a ciegas.

 

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Y aquí es donde viene, para mí, uno de las grandes vergüenzas del pensamiento contemporáneo: dar algún tipo de credibilidad a la vida después de la muerte. Pensemos en cómo funciona la ciencia y cómo realiza sus experimentos. Tenemos una hipótesis razonable dentro de nuestras teorías actuales, preparamos un experimento especialmente concebido para comprobar tal hipótesis y la contrastamos. Si queremos comprobar la hipótesis de si hay vida después de la muerte, esperamos a que alguien se muera (sería poco ético matar a alguien para realizar nuestro experimento) y monitorizamos lo que pasa en busca de algún indicio de que el individuo sigue vivo de alguna forma. El caso es que este experimento ha sido realizado millones de veces a lo largo de la historia (una vez por cada ser humano fallecido) y en ninguno de los casos se ha observado algún tipo de continuidad. Estamos entonces ante uno de los experimentos más contrastados de la historia. Pero es más, después de los recientes (y no tan recientes) descubrimientos en neurología, tenemos un correlato claro entre diversas actividades mentales y fenómenos físicos. Comprobamos con suma facilidad que cuando no existe el fenómeno físico, no se observa ninguna continuidad del correlato mental. Si cogemos, por ejemplo, a Mariano Rajoy, y le extirpamos una sección de su cerebro, por ejemplo el área de Broca, inmediatamente observaremos que pierde la capacidad de hablar (si bien dado que el sujeto experimental es nuestro locuaz presidente no notaríamos la diferencia). Si extirpáramos su hipocampo le privaríamos de la capacidad de crear nuevos recuerdos. Si nos vamos a su lóbulo frontal y seguimos usando nuestro preciso bisturí podríamos ir dejándole progresivamente sin muchas más de sus facultades: toma de decisiones, capacidad de razonamiento lógico, etc. Y si nos ensañamos quirúrgicamente podríamos llegar a su sistema límbico y dejarlo sin emociones ni sentimientos (o, al menos, trastocárselos mucho). Curiosamente podríamos conseguir mantenerlo vivo sin gran parte de sus funciones mentales. Habríamos conseguido tener un cuerpo sin mente, si bien, de lo que estamos completamente seguros es que no tenemos ni un solo caso de lo contrario: una mente sin cuerpo.

Probadas entonces las estrechísimas relaciones entre cuerpo y mente, ¿qué razones hay para pensar en que nuestra mente continúe sin cuerpo? Ninguna. El perspicaz teólogo cristiano podría objetarnos que solo nos basamos en la observación sensible, que sería posible que esta continuidad postmortem no se perciba observacionalmente. Vale, pero pensemos bien en lo que le hemos hecho a nuestro querido Don Mariano. Le hemos privado, paso a paso, de diversas capacidades mentales. Cuando solo le privamos de la facultad del lenguaje, dejando las demás intactas, ¿esa facultad, en exclusiva, ha continuado su existencia en el otro mundo dejando todas las demás facultades mentales en la tierra? Luego, cuando lo dejamos desmemoriado ¿se fue su capacidad de crear recuerdos al cielo junto con la del habla? Entonces, ¿puede uno irse a la otra vida pasito a pasito? ¿Tiene algún sentido pensar en una capacidad de hablar sola, sin las demás partes de la mente, vagando sola en el paraíso?

 

Winners of the Nobel Prize for Literature

 

O de otra manera sin tener que recurrir a neurociencias: nuestra capacidad de aprendizaje varia a lo largo de nuestra vida, siendo espléndida en nuestra infancia y juventud, empeorando en la madurez, hasta ser muy escasa en la vejez. En primer lugar, si aceptamos que nuestra capacidad de aprendizaje en cuanto a ser una capacidad mental es parte de nuestra alma inmortal, tendremos que aceptar que el alma no es inmutable, sino que cambia a lo largo de nuestra vida, rompiendo uno de los argumentos clásicos a favor de la inmortalidad (si nuestra alma no cambia a lo largo de la existencia, no envejece ni se corrompe como el cuerpo, por lo que es probable que continúe existiendo sin él). Y, en segundo lugar, cuando esa capacidad va menguando con la edad, ¿la parte que se va perdiendo va progresivamente yéndose al otro mundo? Si así fuera yo, que ya he pasado los treinta y que aprendo peor que cuando tenía tres años, ¿tengo ya parte de mi mente en el infierno (ya que al cielo me da a mí que no me dejarán entrar)? ¿O, existe una especie de limbo para “facultades perdidas a medias” en donde se está esperando a que la facultad se pierda por completo, o a que su portador muera, para entrar de una sola vez en el otro mundo?

Y es que si aceptamos la idea de una realidad paralela, sobrenatural, a la que se van nuestras facultades mentales cuando morimos, estamos abriendo la caja de Pandora para sostener cualquier otro absurdo. Por ejemplo, cabría entonces preguntarse qué pasa con una piedra cuando cogemos un martillo y la machacamos en pequeños trocitos. Sus capacidades en cuanto a piedra (pongamos pesar doscientos gramos o poder romper ventanas si se la lanza con suficiente fuerza) se perderían para un observador científico. Podríamos decir que, en el mundo sobrenatural, esas facultades se mantienen ya que hay un paraíso para las piedras. Y es que, ¿con qué legitimidad damos propiedades ultraterrenas a nuestra mente y no a cualquier otro objeto del mundo natural, si no hace falta percibir ninguna continuidad para sostener la afirmación? Si nuestra mente, a pesar de las negativas de la observación, pervive en otro mundo, ¿por qué no las piedras, las montañas, los océanos o incluso los demás organismos vivos no humanos? ¿No podría haber un paraíso para las bacterias?

Abrir el mundo sobrenatural se convierte en un todo vale de absurdas consecuencias ¿Por qué no hay unicornios rosas ahora mismo en mi salón? Yo no los observo pero es posible que en el mundo sobrenatural allí estén. Mantener la inmortalidad del alma sobre la base de la supuesta existencia de un mundo sobrenatural es un subterfugio ad hoc ante la negativa de la evidencia experimental. Es por eso que mantener la creencia en la vida ultraterrena me parece uno de los escándalos filosóficos más vergonzantes del mundo actual y no puedo entender cómo no surgen más voces denunciando semejante dislate.

 

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Desde mi perspectiva epistemológica tengo el mismo grado de certeza en que no voy a pervivir una vez muerto que en aseveraciones del tipo “El agua hierve a cien grados en condiciones normales”, “Existe un país llamado China” o “Mi corazón late en este mismo momento”. Abrir el mundo de lo sobrenatural, sosteniendo la posibilidad de la vida de ultratumba me daría legitimidad para negarlas, lo cual haría necesariamente absurdo cualquier sistema de creencias que acepte como saludable creer que existe un país llamado China.

Volviendo entonces a Pascal. Si tenemos ya claro que la apuesta no se realiza al cincuenta por ciento sino que tenemos muchas más razones para no creer en la inmortalidad, se hace extraño vivir una vida como si fuésemos a ser inmortales teniendo en mente que eso es muy poco probable. Nos convertiríamos en unos fariseos, en unos farsantes. Y a mí, en concreto, me costaría demasiado vivir así. Podríamos entonces cambiar los términos de la apuesta: vivir conforme a las creencias de cada uno y si estábamos equivocados y San Pedro nos pide cuentas en las puertas del cielo, responderle tal y como Bertrand Russell imaginó: “No nos distes las suficientes pruebas”. Yo no tendría la culpa de que Dios hubiese puesto en mí una razón que me llevara a tener razones contra la inmortalidad del alma. Ya que yo no elijo libremente mis creencias (yo no puedo elegir ahora mismo creer que el árbol que tengo en frente de mí no existe. He de atenerme a razones y pruebas que pueden llevarme a resultados que no me gusten), Dios no puede culparme de algo cuya responsabilidad es solo suya. Ergo, señor Pascal, yo apuesto en contra.

 

 

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3 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Un error dentro del error más general de malgastar su genio científico con esas tenebrosidades religiosas de Port Royal… No obstante, en “Pensamientos” el propio Pascal extiende recetas para modificar la actitud y las creencias, como lo llamas, del ateo, y con la apuesta no le es suficiente.

  2. says: Gabriel

    Genial, había leído Pensées de Pascal, pero no me había parado a pensar en el asunto como lo has hecho tu con estas palabras.

    Me gustaría saber que has pensado sobre la pregunta de Heidegger ¿por qué hay algo y no más bien nada?.

    Otro experimento que cualquiera puede hacer, es el de comprobar que de la “NADA”, nada sale, entonces como pudo darse el origen del universo y todo lo que en el hay?

    Básicamente por esta gran pregunta sigo creyendo en un Dios creador, no me mal interpretes, no lo hago de forma religiosa, de hecho leí la biblia y llegue a la misma conclusión de Asimov, creo que puedo decir que soy deista o simplemente como decía Einstein, creo en el Dios de Spinoza.

    Ahora a parte de todo esto me gustaría decir que he leído varios de tus artículos, los cuales considero ampliamente interesantes, sobre todo aquellos concernientes al misterio de la consciencia humana, he visto además tu descripción y vocación docente me parece conveniente pedirte entonces un consejo; yo me encuentro haciendo la tesis para mi licenciatura en biología en Venezuela, tengo el mismo interés del estudio de la consciencia humana, pero realmente se muy poco de donde o como se están realizando los estudios en este campo, tampoco se si me convendría hacer un doctorado en psicología del comportamiento o en neurociencia molecular, mucho menos donde. Agradecería cualquier información útil, me puedes responder a mi correo si te parece más adecuado y saludos desde el otro continente.

  3. says: erase una vez oscar

    “Porque los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto, ni tienen ya más salario, porque el recuerdo de ellos se ha olvidado. También, su amor y su odio y sus celos ya han perecido, y no tienen ya más porción hasta tiempo indefinido en cosa alguna que tenga que hacerse bajo el sol… Todo lo que tu mano halle que hacer, hazlo con tu mismo poder, porque no hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el sepulcro, el lugar adonde vas.
    Libro Biblico de Eclesiastes cap 9 – Fragmento

    ¡Miren! Todas las almas… a mí me pertenecen. Como el alma del padre, así igualmente el alma del hijo… a mí me pertenecen. El alma que peca… ella misma morirá.
    Libro Biblico de Ezequiel cap 18 -fragmento

    De la Bliblia se podra decir que enseña muchas cosas pero si hay algo que definitivamente no enseña es lo de la inmortalidad del alma eso se lo inventaron los filosofos y luego se introdujo en el cristianismo apostata de los siglos 3 y 4. Que mas puedo decir si yo solo soy un insignificante hombre de a pie.

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