Julieta: Almodovar siempre vuelve

Pedro Almodóvar, quien siempre ha sido muy puntilloso a la hora de bautizar a sus criaturas, le cambió el nombre a la última de ellas por razones de agenda, pero la casualidad ha querido que de esta forma salga ganando, puesto que el sencillo Julieta que la abandera es a la postre más acorde al alma de la película que el presuntuoso Silencio que era su denominación primitiva. Y es que la cinta que nos ocupa es, ante todo, una meditada destilación de la esencia de su director, una búsqueda de sus bases fundamentales, una nueva maduración de sus principales filias dramáticas. También es, tal como se nos ha vendido, un retorno, pero lo es en menor medida de lo que se nos ha vendido: Almodóvar, a pesar de lo que parecieran presagiar los trabajos posteriores a la extraordinaria Volver, nunca se ha ido. Bueno, sí, se nos fue en aquella cosa burda, soez, carroza y aburrida que fue Los Amantes Pasajeros, pero semejante error quizás ha contribuido a que Julieta se muestre tan centrada y segura de sí misma.

Vista en perspectiva, la filmografía de Almodóvar no solo tiene el don de lo personal e intransferible, sino también la fortuna de ser una de las más coherentes del cine español y universal de las últimas décadas. La improvisación y el desparpajo de los primeros tiempos convivieron después con mecanismos narrativos cada vez más conscientes, y éstos, decantándose progresivamente de la comedia al drama, cambiando poco a poco actitud por intención,  han acabado empapando por completo cada fotograma de su cine prácticamente desde Todo sobre mi madre. Sin embargo, hay una forma de mirar que unifica sus películas y ha estado siempre presente: ésa que de puro exacerbada, apasionada, folclórica y tragicómica, refleja con más transparencia que ninguna la identidad de España, siempre tan sentida, tan sobredramatizada y tan polimorfa.

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Lo más llamativo y valioso es que este reflejo tan fidedigno provenga de fuentes que rehuyen el realismo en todo momento. Pedro Almodóvar tiene muy clara la frontera entre arte y realidad, y él es ante todo artista, vive por y para el arte, suyo y de los de alrededor, a quienes no duda en homenajear e integrar en su obra continuamente de un modo u otro. Pero como buen conocedor de su medio, sabe qué ventanas hay que abrir para que arte y realidad se comuniquen, se entremezclen y respiren juntos sin dejar de distinguirse.  Ahí ha radicado desde siempre la flor de su secreto.

Julieta es un buen ejemplo de ello. Manteniendo muchas constantes del autor (mujeres, cementerios, hospitales, pisos empapelados, planos medios, calles de Madrid), su historia transcurre lejos de lo verosímil (el pescador hipster que dispone de criada, el padre con aspecto de hombre del pueblo de toda la vida pero con ademanes finos y dicción perfecta, la clase modélica de cultura clásica, y un largo etcétera), pero todo ello es parte de ese pretendido distanciamiento con lo realista. La verdadera autenticidad queda reservada para lo emocional, lo que se transmite por medio del relato, que no es poco: culpa, dolor, ausencia, lazos vitales, necesidad, angustia, perdón, y también, claro está, silencio. El entramado literario que  conduce la trama, fiel traducción a imágenes de la complejidad de la escritura de Alice Munro, moldea con sabiduría todos estos sentimientos a la vez que da sutiles retoques de transformación al estilo fílmico, que es aquí simbólico y evocativo, denso y contenido, resultando de todo ello una cinta preciosa en su depuración formal, certera en su construcción psicológica (qué elegante es el momento en que se produce el cambio de actriz, en que la protagonista pasa a ser otra persona).

Julieta no es uno de los mayores hitos del manchego, al fin y al cabo su universo no nos es nada desconocido, pero sí cabe dentro de sus obras más reseñables. Desde luego, es lo que Almodóvar ha andado buscando en su etapa más reciente: su mirada de madurez, ésa que balbuceaba en la valentía de Los Abrazos Rotos o La Piel que habito, pero no crecía por culpa de ciertos excesos y salidas de tono que ahora ha logrado mitigar, ofreciendo su versión más desnuda y también, más llena.

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1 Comment

  1. says: Ramón González Correales

    No he visto todavía la película pero parece que a Martín Garzo, también le ha gustado y le ha suscitado profundas reflexiones existenciales.

    “Julieta habla de ese lugar donde ya no quedan lágrimas, de todo lo que perdemos al vivir. Habla de lo doloroso que es ver cómo se separan los seres que se aman, incluso los que han vivido más cerca, los que han tenido unos vínculos más hondos. Porque la pregunta de la película no es solo por qué su hija abandona a Julieta, sino por qué esta también, en cierta forma, ha abandonado a su propia madre. Es decir, por qué las personas que se quieren se abandonan unas a otras y aquellos que todo lo hacían juntos se transforman de pronto en dos completos extraños y dejan de necesitarse. Y por qué hasta la memoria de la culpa puede morir. Ya que la culpa, con su toxicidad, implica al menos la pervivencia de un vínculo y nos mantiene unidos a los demás. Pero ¿qué pasa cuando hasta la culpa desaparece y no queda nada? La culpa es el último asidero del amor, ya que puede transformarse en deuda y las deudas se pueden y deben pagar.

    Pero no es la culpa el centro de esta película. Julieta habla de algo más perturbador aún. Habla de cómo el amor nos engaña. Habla del fracaso del amor, que siempre anda prometiendo lo que no puede cumplir. Porque el amor nos hace creer que todo está unido, vivos y muertos, niños y adultos, animales y seres humanos, hombres y mujeres, sueño y realidad, pero eso no es cierto: el mundo solo es una colección de fragmentos imposibles de conciliar entre sí, partes sin un todo. Pessoa tienen un poema en que lo dice: “Vi que no hay Naturaleza, / que la Naturaleza no existe, / que hay montes, valles, llanos, / que hay árboles, flores, hierbas, / que hay ríos y piedras, / pero que no hay un todo al que esto pertenezca, / que un conjunto real y verdadero / es una enfermedad de nuestras ideas”. Este es el último sentido de Julieta. Que no hay ningún todo, ningún misterio, que en la vida todo está roto, que nuestros amores son como esa fotografía que la protagonista de la película rompe en un instante de locura y que ya no podrá recomponer. Almodóvar fuerza el final de su película buscando una reconciliación que a esas alturas no parece posible, pero ¿cómo reprocharle que desee para sus personajes lo que todos deseamos para nosotros?”

    http://elpais.com/elpais/2016/04/14/opinion/1460657963_001922.html

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