Belleza y salud mental

Fotografía de Laura Hospes

Hace unos días cené con mis vecinos. Me confesaron que hace unos años, cuando me vieron por primera vez, de lejos, en el jardín de nuestra urbanización, una mañana de domingo, mal vestido, con barba y esos pelos alborotados, con esas pintas, pensaron, ¡Dios mío, qué loco nos ha tocado de vecino! Han pasado años. Ahora somos excelentes amigos.

Locura y fealdad. Locura y descuido. Locura y rareza. Locura y peligro. Eso es lo que nos ocupa aquí y ahora.

La imagen pública de la enfermedad y los enfermos mentales siempre se ha asociado a conceptos o estereotipos negativos: raros, extraños, peligrosos, imprevisibles, incurables, incomprensibles, aislados, bufones, incontrolables, violentos, pobres, feos, desagradables, sucios, vagabundos, solitarios, desarrapados, descuidados, agresivos, perezosos, vagos, maleantes…

Casi todas esas imágenes configuran una percepción apriorística negativa, de la que se derivan actitudes defensivas, temerosas, marginadoras, injustas, estigmatizadoras. De esa imagen que cada persona o la sociedad concibe y proyecta, se pasa a una actitud general de rechazo, exclusión, o, incluso, agresión.

Sin embargo nadie piensa en que, en la actualidad, la gran masa de personas que acuden a los servicios de psiquiatría y psicología clínica, que eufemística y erróneamente tienden a denominarse de Salud Mental, como si, por ejemplo, al servicio de cardiología se le denominase “salud cardiológica”, pero que no, que nosotros curamos enfermedades cuando sabemos, y aliviamos sufrimientos cuando podemos… que la salud es cosa de cada uno… pero en fin…

Fotografía Laura Hospes

…insisto, la inmensa mayoría de las personas que acuden… y son muchas, muchísimas, cada día más… insisto, son, somos, eres, serás… “tu”, “yo”, o

nuestros propios hijos niños y adolescentes sobreprotegidos o sufridores de pendencias matrimoniales;

las chicas y chicos universitarios desorientados y sobrepasados;

los jóvenes parados, inactivos y sin porvenir;

los jóvenes trabajosamente afanosos, esclavizados ellos, y peor las chicas, que son superlistas, supertrabajadoras, superguapas, superresponsables y, por ende, supermaltratadas…

las madres y padres estresados y agotados, desconciliados;

las mujeres maduras postmodernas cuarteadas;

las parejas a punto de ruptura o en plena guerra de divorcio;

las abuelas esclavas y los abuelos con sus memorias perdidas;

las mujeres y hombres que beben demasiado;

las personas viejas víctimas de la soledumbre;

los vagabundos, desterrados y sin puente para cobijarse;

los penados encarcelados o excarcelados;

o usted, tú y yo mismo…

y los quijotes y sanchos, y dulcineas…

y por eso, en los modernos complejos asistenciales, entre los servicios más grandes en tamaño físico y en cantidad de personal están los de psiquiatría.  

Fotografía de Laura Hospes

Para que todo ese desconcierto de sinrazones pueda concertarse un poco, es preciso acabar de resolver cuatro revoluciones pendientes:

  • 1ª La detección y diagnóstico correctos de las enfermedades. Para eso ya tenemos las CIE de la OMS y los DSM de la APA, que, aunque tengan sus defectos, nos resultan muy útiles para entendernos. En esto hemos avanzado mucho, estamos suficientemente dotados de ciencia y praxis. Nos queda mucho, pero no tanto como se piensa en los círculos no iniciados.
  • 2ª Los tratamientos farmacológicos: En los últimos 50 o 60 años hemos progresado una barbaridad. Tenemos psicofármacos excelentes, ansiolíticos versátiles y seguros, antidepresivos sencillos y estables, antipsicóticos amables y efectivos, etc. Uno puede tomarse una pastilla al día y estar razonablemente bien, y no enterarse ni el que lo toma ni los demás de que la está tomando. Tienen defectos, claro, y son perfectibles. Y para eso investigamos mucho, y publicamos bastante.
  • 3ª Las psicoterapias: En estas, pese a que también hemos avanzado mucho, aun hay que resolver problemas de especificidad, tal modalidad para tal patología, y de efectividad y factibilidad, tanta frecuencia y tanto tiempo, para poder generalizarlas e incorporarlas a los servicios públicos de salud,  o para que sean asequibles para los servicios privados.
  • 4ª La adaptación social: Esta está verde, pero verde verde, la más verde de todas. Es una revolución social pendiente. Acabar con la marginación, la discriminación y el estigma asociado a la enfermedad mental. En eso vamos muy atrasados, y eso afecta, secundariamente, a la utilización correcta de las tres anteriores, ya que las barreras sociales dificultan la detección, el diagnóstico y el tratamiento. Se suele atribuir a éstos los mismos conceptos negativos que a las enfermedades y enfermos; se estigmatiza a los centros, equipos y personas que nos ocupamos de ello, etc. O, incluso a veces peor, se racionaliza, moraliza, acomoda, culturiza, filosofiza, etc., y no se hace nada.
Fotografía de Laura Hospes

Para que esta revolución progrese se requiere algo más que investigar, pues se persigue algo más que curar. Se necesita sabiduría y cambio, y ambos son atributos difíciles de adquirir y sostener. Pero aun así creo que deberíamos intentarlo, aun siendo conscientes de la gran dificultad que conlleva.

Para lograrlo sería muy útil invertir recursos, tiempo, energía en mejorar la ética y la estética asociadas a la enfermedad mental, asociarla más con bondad y belleza, y menos con maldad y fealdad, resaltar los aspectos positivos, creativos y recreativos, constructivos y evolutivos, de las personas enfermas y de las instituciones psiquiátricas que las ayudan. Pero, ¿todo eso cómo se hace?

¡Uf, me canso sólo de enunciarlo!

Pero, veamos, ¿por qué no empezamos por mejorar algo más sencillo?, por ejemplo la estética de las personas con enfermedad mental.

Esto es factible, es aparentemente abstracto y elevado, pero en el fondo es sencillo y está al alcance de la inmensa mayoría de personas: cuidar de la propia imagen, de la estética, en dos palabras, para que si estás mal de la cabeza y encima no te peinas, no te pase lo que a mí con mis vecinos.

Creo, hablo de mí, y hablo sinceramente, que podemos cambiar las condiciones de vida de personas y familias afectadas por la enfermedad mental, empezando por uno mismo.

Fotografía Laura Hospes

Hay muchas formas de hacerlo, muchos puntos de encuentro entre belleza y salud mental. Por ejemplo, fomentar las actividades creativas, artísticas entre las personas enfermas, colaborar con personas e instituciones relacionadas con las artes, las diversiones, los deportes, que colaboren en ello organismos públicos y privados, etc. 

Pero, sobre todo, que cada profesional, cada familiar y cada persona que cuida o sufre alguna patología mental, se ocupe y preocupe de mejorar su propia imagen, su higiene, su estética, su cosmética, su vestimenta, en definitiva, su belleza. Cambiar para mejorar, no descuidarse para empeorar.

Pero ya dije que curar no es cambiar. Cambiar, es mucho más difícil. No se basa en cosas como intentar, esfuerzo, voluntad, sudor o lágrimas, se basa en la adquisición de hábitos bondadosos, de rutinas buenas, que cueste más dejarlas que repetirlas. Hábitos saludables y costumbres divertidas. De no ser así no se repiten y ya sabemos que Aristóteles decía… Bueno da igual lo que dijera, pero era más guapo y pulcro que Sócrates, y ya sabéis la mala fama que tenía y lo mal que acabó este.

Lo que sugiero no requiere demostración estadística, es una evidencia palpable. Se empieza por cambiar de camisa o de peinado y se acaba por mejorar el autoconocimiento y la autonomía, y estas son virtudes elevadísimas, el núcleo de la serenidad, la satisfacción y la alegría de la vida.

Fotografía Diane Arbus

Y aun así, hay que aceptar que se puede estar mal, que la angustia es el mal humano más extendido, y si padeces depresión o psicosis, se requiere que un psiquiatra, no un “saludmentalgólogo”, te diagnostique y te trate biológica y humanamente, y que uno que sepa psicoterapia te psicoterapie, y que tú le añadas la charloterapia con tus amigos, o la consejoterapia de tu familia, si es que tienes amigos con quien charlar y familia a quien amar. Y también sexo, y drogas buenas, y rocanrol.

Hubo un tal Juvenal, satírico romano, que le daba caña a sus convecinos, que eran bastante guarros y descuidados, con aquello de “mens sana in córpore sano”.  Desde entonces hay que ver cuántos lo hemos repetido y qué pocos lo han conseguido. Y eso es porque no le hemos prestado atención ni lo hemos incorporado a nuestras vidas como un hábito… que sí, que hace al monje.

Esgrimamos pues cada uno estos objetivos sencillos como lemas vitales, e incorporémoslos a nuestros hábitos y costumbres:

Mírate al espejo, cuida tu imagen y tu autoestima mejorará. Ponte más guap@ y te querrán más. Arréglate por dentro y lúcete por fuera, y tu salud mental mejorará.

Déjame que acabe este sermón con un regalo en forma de pareado:

“Tu salud mental será mejor, con vigor, belleza y buen humor”

¡Y, acuérdate, nunca salgas a la calle sin peinarte!

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5 Comentarios

  1. says: Ana

    Experiencia propia:
    Vas por el pasillo, te ves en el espejo y dices “pero dónde vas así”?
    Y te cambias de ropa (falda y algo de color)
    Vuelves a mirarte y dices “ahora sí “
    A la calle, a disfrutar la vida!!!

  2. says: Óscar S.

    Tienes toda la razón, Jesús, y es el perfecto consejo. Padecemos, en nuestra cultura, una fuerte veta de lo que yo llamo “socratismo”, que consiste en hacer creer a los demás que se posee una gran belleza interior a costa de despreciar cuidadosamente el aspecto exterior. Además del ilustre ateniense, tenemos a Don Antonio Machado, por ejemplo, con su verso acerca del “torpe aliño indumentario”, o el James Rhodes ese, que se ha traído a nuestras tierras esos pelos de presunto genio de la música, o, yo qué sé, cualquier pintor de Montmatre, cuánto más guarro más bohemio y más genial. A Sócrates, que nació muy feo en la sociedad del culto a la belleza/macho, hay que reconocer que le fue muy bien con el truco de darle la vuelta a la tortilla, tanto que toda una religión, la nuestra, lleva dos milenios adorando santos viejos y barbados y a un señor hecho trizas y ensangrentado expuesto como una cecina en una cruz. Pero haces bien en citar la ética de Aristóteles. El, que portaba un anillo en cada dedo, hubiera cortado de raíz de haber podido esa tradición de feismo y exhibición impúdica del alma desnuda -unicamente en los varones, por descontado- bajo la admonicion, que no me consta como literalmente suya pero sin duda late en su concepto de civismo, de que no basta con ser bueno y virtuoso, además hay que parecerlo…

    Gracias por tu texto y que se difunda.

  3. says: Óscar S.

    (Lo malo es, ya sabes, es cuando se lleva al extremo contrario, y entonces el aparecer encubre el no-ser de manera tal que una chica de 15 que ayer cambio su look entiende que con ello ha remozado también su personalidad aunque siga diciendo “estoy hasta la polla!” cada cinco minutos, o ese hábito de los países ricos que quitarse el bajón yendo de compras -el americano go shopping…)

  4. says: Ma Jesús Martinez

    Hola Jesús
    Cuanto bien haces, con ese comentario y a muchas personas, entre las que me incluyo. Espero disfrutes de buena salud y tu familia también. Espero tener la ocasión de saludarte un día. Entretanto te envío mi agradecimiento y un abrazo

  5. says: Héctor

    ¿Qué va a decir la gente? La pregunta que más sueños ha arruinado a much@s.
    La gente somos jueces injustos, ya sea por miedo, desconocimiento, incultura, egoísmo, envidia y sobre todo por falta de caridad hacia el prójimo.

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