El guantazo Abramovic

Han concedido el Premio Princesa de Asturias a Abramovic…
-!Ah!,…¿el futbolista?
-No, una artista serbia.
-!Ah,!… ¿y qué hace?
-Mmm…, por ejemplo en el MoMa hizo una performance que consistía en permanecer sentada durante ocho horas diarias en una mesa mirando a los ojos a las personas que se sentaban frente a ella, ya fuera un minuto o una hora.
!Ah!,…como los niños, ¿para ver quien resiste  más?
!Hombre, no!…

 Pero vi que mi amigo se había descolgado del tema.  No siguió preguntando. No era hombre para perder el tiempo con lo que consideraba juegos de artistas.

Yo no insistí, su reacción me había enviado a mis propios recuerdos del pasado, cuando el profesor de Historia del Arte nos había hablado de una película de Andy Warhol que duraba ocho horas donde se mostraba una imagen fija de Nueva York. Vaya tontería, pensé. Y me apiadé de los pobres espectadores y de sus torturadas retinas. ¿Dónde quedó la contemplación placentera  y exaltante de la belleza?, ¿por qué se perdió y cómo era posible que hubiera sido suplantada por semejantes boutades? ¿Aquello era el pop-art? Hoy existen muchos artes con adjetivos variados: povera, minimal, conceptual…, artes conceptuales que nos ha llevado a descubrir un nuevo placer, el de las ideas. Un placer cerebral, solo al alcance de la élite (al parecer), un producto de marketing, un objeto de consumo, una cosa de ver y olvidar,  aunque a veces no, porque nos sorprenden. Algunas de estas ocurrencias de artista se nos quedan grabadas para toda la vida, incluso a nuestro pesar. Un balón de baloncesto en una pecera,  una foto de Abramovic…

El arte conceptual tiene una falla, cojea,  necesita una muleta, un manual del usuario, un manual de instrucciones para que la comprensión sea completa, coherente y convincente. En ese sentido, Ai Weiwei dejando caer una vasija al suelo para que se rompa en mil pedazos no puede competir con la facilidad de lectura que ofrecen unos nenúfares de Monet. No basta con mirar, hay que leer, y esa frontera no todos la franquean.
Enciendo el ordenador y busco imágenes de Abramovic, empiezo a pasar las fotos que llegan en aluvión, sin filtros… entre ellas, la de una chica saltando a una piscina:  !Alto! esto es un anuncio de TUI, por poco la catalogo como una foto original de la  artista galardonada. He necesitado dos segundos para comprender. Me siento avergonzado. !Confundir el arte con la propaganda! Estoy perdiendo facultades. Sigo. Ahora aparece The onion, un vídeo de la artista comiéndose una cebolla cruda para llorar. “Eso sí que es arte”, pienso irónicamente. “Para mí esta performance está en la misma vena que algunos de los desafíos adolescentes que circulan en TiK Tok”. Luego aparecen algunas fotos que ya había visto en el pasado. Fotos perturbadoras y desagradables: “!Ah es ella!”.

Marina Abramovic, nace en Belgrado en 1946. Sus primeras obras muestran una rebelión contra la estricta educación y la cultura represiva de la dictadura comunista.  En una de sus performances (Thomas lips, 1975) se graba la estrella de la bandera roja sobre el vientre con una cuchilla de afeitar.

“En mi vida privada yo no busco el sufrimiento, pero en mis performances lo represento para disminuirlo y sobrepasarlo. Aceptar el sufrimiento es la condición indispensable para liberarse de él.  El sufrimiento es una herramienta para crear una obra de arte.  Esto no es nada nuevo porque en las culturas antiguas, los ceremoniales chamánicos del cuerpo se basan en el sufrimiento, el chamán llega a afrontar la muerte clínica para explorar ese paso entre la vida y la muerte; es muy importante porque así comprendemos la fuerza del Espíritu tanto como las limitaciones del cuerpo físico”.

A propósito de su performance Cleaning the floor, cuenta: “Lavar el suelo es un acto metafórico para comprender la versatilidad de la vida, la muerte puede llegar en cualquier momento. Esta performance no alude para nada a la mujer víctima, al ama de casa, ese discurso no me interesa”. 
Nunca se ha sentido concernida por el feminismo, dado que siempre estuvo rodeada de mujeres con carácter. “Estuve sorprendida al descubrir la importancia del movimiento feminista en Estados Unidos y Alemania, para mí era un auténtico descubrimiento… pero sigo sin adherir a esas ideas”.
 
“Lavar es un tema de predilección para mí. Lavarse el interior, lavar el alma, lavar el espejo o su propio esqueleto para confundirse con la muerte.  Hay una antigua tradición tibetana donde los monjes duermen en un cementerio con los cuerpos de los muertos a diferentes estadios de descomposición, un dia un mes, un año, y finalmente cuando no son más que polvo. Yo he lavado mi propio esqueleto, que encargué en Alemania, un esqueleto de mi tamaño para ver a lo que me asemejo”.

Abramovic explora el culto del sacrificio y del perdón, el cuerpo y el dolor. En 1972, empieza a colaborar con Ulay, un artista alemán con el que practica  las relationworks,  una reflexión sobre las relaciones hombre-mujer mirándose uno al otro durante horas y dándose bofetadas.  
Durante el happening  Written, creado en 1975 y representado en diferentes capitales, pone su cuerpo a disposición del público, con el mensaje “Haga de mí lo que quiera” y se acompaña de una mesa donde expone diversos instrumentos, 72 objetos: tinta,  cuchillos hachas, jeringas, látigos, flores… Es maltratada, desvestida, la apuntan con una pistola cargada. 

Con Balkan Baroque crea gran expectación denunciando la guerra en Yugoslavia en la Bienal de Venecia. Allí presenta una performance donde permanece sentada durante cuatro días, seis horas al día, sobre un enorme montón de huesos de buey sanguinolentos,  entonando lamentaciones y raspando los huesos frenéticamente para quitar las últimas tiras de carne. Podríamos preguntarnos cuál es la diferencia entre algunas de estas acciones con los actos de psicomagia que propone Alejandro Jodorowsky. Igualmente nos hace pensar en la estética de Fura dels Baus, que me impresionó tanto como detesté cuando asistí a uno de sus espectáculos.
Abramovic no tiene maestros según cuenta, pero admira a nuestra Teresa de Jesús, quizás la única figura que ha podido influirla. No tiene maestros pero ha creado escuela, inspirando a artistas como Ian Fabre, con quien colabora en Virgin-Warrior/Warrior-Virgin, 2004.

Abramovich es la primera artista que ha dado permiso para que sus perfomances sean reproducidas por otros artistas, aunque en ocasiones ella confiesa se ha sentido decepcionada porque sus obras han sido representadas sin respetar el fondo, siendo utilizadas fuera de contexto por revistas de moda, la televisión, la publicidad, el teatro o la danza. 
 A veces la desnudez forma parte del concepto, sobre todo en sus primeras obras, que están, dice, en relación con la arquitectura, lo que la lleva a interesarse por el sonido del cuerpo cuando choca contra un muro. Sus obras son acciones rituales de purificación concebidas para su propia liberación. Toca el tema de la memoria porque lo único que cuenta es el presente: ”es lo único de lo que podemos estar seguros y la performance está basada sobre el momento mismo, es aquí y ahora, porque un segundo más tarde todo puede desmoronarse”.

Cleaning the Floor, 2004

Según Abramovic, la forma artística más completa es la música, seguida de la performance. Las artes inmateriales son las más fuertes porque no hay ningún obstáculo entre el espectador y el artista. Es justo una cuestión de energía que se transmite en una acción efímera inscrita en el presente.
 
“Yo estoy muy interesada por el problema de la memoria, si piensa en lo que queda de aquellas perfomances realizadas en los años 1970, lo único son imágenes o vídeos de mala calidad, en blanco y negro, pero también queda la memoria de los testigos que asistieron. Nada más. El resto son especulaciones o mistificaciones de lo que fueron los años ’70. Desde mi punto de vista, las performances, solo son vivídas realmente por las personas que las realizan, por eso he vuelto a repetir aquellas performances “históricas”, y no exclusivamente las mías sino también las de otros artistas cómo Gina Payne, Bruce Newman o Victor Conci. Durante siglos, la cultura careció de testimonios escritos, se transmitía de boca en boca. Creo que la memoria es tan importante como los testimonios y es así, por ejemplo, como se han contado las hazañas de los grandes héroes de generación en generación, en especial en los Balcanes, construyendo una memoria colectiva que nunca es exacta al cien por cien, porque siempre se añaden elementos inexistentes. La memoria acrecienta y manipula el relato llegando a crear algo completamente diferente. En todo caso, cualquier tipo de memoria es mejor que la ausencia de memoria”.

Y así pasé las horas, mirando, leyendo, descubriendo, acercándome, dejándome domesticar como el zorro de El Principito. Porque esta artista te arrastra a sus preocupaciones y a su lenguaje, que nada tienen que ver con la Estética, pero sí con la Metáfora, te sume en su dureza existencial, a veces no exenta de poesía. Acepto que su materia no son los colores, ni la tela, ni los miles de mixed media posibles, ni la foto, ni el vídeo, ni nada, el material con que trabaja es su cuerpo, aplastado, levitando sobre llamas, jugando a la ruleta rusa, desnudo, sufriente. Su discurso no tiene la belleza como referente, Marina es una radical desesperada que quiere perforar nuestras tripas, provocar un impacto emocional irreversible. Un shock, una catarsis.
 
El puzzle cobra coherencia, la imagen total termina por formarse, comprendo que no busca el sensacionalismo, admiro su sinceridad, y comprendo qué hace lo que hizo y que era imposible para ella no hacerlo, porque sus demonios la arrastran a esos abismos.

En The Artist is Present (2010), durante tres meses, ocho horas al día, inmóvil, silenciosa, sentada en la mesa, ella lee el sufrimiento en los ojos de las personas,  más de mil entraron en ese intercambio emocional por la mirada, transformador, como los viajes a la India, que cambian a las personas que llegan  como turistas y vuelven como viajeros, con los chakras revolucionados, como si hubieran comprendido. Marina Abramovic provoca una especie de iluminación, una de esas artistas que ha abierto una puerta en alguna zona recóndita del cerebro reptiliano, guardián de la vida y la supervivencia. 

Cuando paseando por la playa yo encuentro una piedra, es una piedra, cuando Miró encuentra una piedra es un Miró. Abramovic ha llegado a ese  estadio de los inmortales en el que la artista podría, (si tuviera noticia de esta idea que le regalo), proponer su simple respiración como una obra artística y esa respiración exponerla  en la próxima Bienal de Venecia. Sería el “cuadrado blanco sobre fondo blanco”, pero esta vez no de la Pintura, sino del Body Art.


 

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6 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Muy buen texto, pero no creo que haya demonios ni abismos, sólo hay dinero. O mejor dicho, el propio dinero es el demonio y el abismo de llamado “arte contemporáneo”…

  2. says: subliminal

    “proponer su simple respiración como una obra artística y esa respiración exponerla en la próxima Bienal”… eso ya está inventado por Duchamp y sus “infraleves” o los trabajos de Piero Manzoni: “Fiato d’artista”
    Sorry

  3. says: Óscar S.

    “El derecho a la estupidez -El obrero fatigado y que respira pesadamente, que tiene una mirada bonachona, que deja que las cosas vayan como van; esa figura típica con la que ahora, en la edad del trabajo (¡y del Reich!), nos encontramos en todas las clases de la sociedad, reivindica hoy para sí precisamente el arte, incluido el libro, sobre todo el periódico -tanto más la naturaleza bella, Italia… El hombre del atardecer, con los instintos salvajes adormecidos, de que habla Fausto, precisa de veraneo, del baño en el mar, de los ventisqueros, de Bayreuth…. En tales edades el arte tiene derecho a la tontería pura.” (Crepúsculo de los ídolos, 1888, p.105 de Alianza)

  4. Gracias por los comentarios.
    La primera vez que vi unas latas de conserva, tipo “sardinas”, con la etiqueta “Air de Paris” debió ser en unas tiendas adyacentes al Centre Beaubourg, hace cuarenta y un años. Qué cosa tan chusca, qué superchería, qué original, qué buena idea, qué negocio…, pero nunca pensé que era una obra de arte. Veinte años antes, Manzoni había abierto ese camino, inflaba globos, a veces enormes, los ponía en un trípode y los presentaba como una escultura (1960). Como él era un artista, su obra era Arte, (vale). En cualquier caso, sus globos eran objetos con una materialidad, aún hoy se pueden tocar, comprar, vender, pasan de un coleccionista a otro, por consiguiente, no estamos en presencia de una performance pura, desmaterializada, extática, a la Santa Teresa, que Abramovic admira tanto. Il fiato de Manzoni aún está lejos de la “respiración de artista” que yo proponía en broma a Marina. Entre la obra del ocurrente inflaglobos y mi proposición mixtificadora hay un abismo: esta significa dar un paso más para rizar el rizo que conduzca al género de la performance al desierto absoluto, a la nada, -no cuerpo, no movimiento, no sonido, no color-, un hálito puro, sin envoltorio, eso que, paradójicamente, siendo incorpóreo, es la sustancia imprescindible de la vida.

    1. says: subliminal

      Gracias por la respuesta.

      ¿Su simple respiración sin su presencia?
      ¿Una habitación con aire respirado solo por ella?

      La propuesta queda mejor en el papel (digo, en la nube) que en la posibilidad física de realizarse.

      Es que de artistas en un espacio expositivo, sin más, y respirando hay muchos más ejemplos.

  5. says: Óscar S.

    Solo en la esfera ultraopulenta que representa el MOMA y esos espacios que frecuentan artistas como ella se puede llegar a pensar que la substancia imprescindible de la vida no es un pan, o la sangre, o el agua, sino ese hálito evanescente que dices en que sublimamos nuestro vacío vital.

    Debo reconocer que en ese aspecto el arte actual, en efecto, nos retrata.

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