“Otra ronda”: el garrafón de Thomas Vinterberg

Yo quiero algo de eso que toman los personajes de Vinterberg en Otra ronda, el film que ha ganado el Óscar a la mejor película extranjera en la reciente edición. Yo lo quiero y vosotros también, os lo juro. Es un brebaje maravilloso que en la cinta llaman “alcohol”, pero que en realidad es la poción mágica de los irreductibles galos. De hecho, los protagonistas lo toman así, como de la cantimplora de Astérix, y les otorga unos poderes asombrosos. Uno o dos tragos y en el acto te transformas en alguien más valiente, más decidido y más carismático. Si son más tragos y esperas un poco adquieres la agilidad y superfuerza de Spiderman. El bello Mads Mikkelsen (estaba estupendo en aquella película en la que hacía de valido ilustrado), cuando más pedal tiene, más capaz es de saltos, volatines e imitaciones del vuelo de un avión dignas del MDMA o de un gimnasta rítmico. Tan prodigiosa es esa poción mágica que liban los cuarentones de esta película que hasta se la recomiendan a sus alumnos menores de edad para enfrentarse a los exámenes. Pero esto, que es claramente apología del alcoholismo para todas las edades de principio a fin de la película -fíjense si no en la canción de la última secuencia- ha sido premiado con un Óscar de la Academia de Hollywood. Lástima que el Óscar sea uno de los pocos trofeos del mundo, junto a nuestro querido cabezón, que no tiene forma de copa…. Thomas, por favor, ponnos otra ronda de eso tuyo tan danés (un himno nacionalista danés atraviesa toda la cinta, ignoro la razón) y extasiante e igual hasta la historia de esta tu última película empieza parecernos verosímil…

Thomas Vinterberg y Mads Mikkelsen

Hollywood ya ha conocido otras películas acerca de los abismos del alcohol y otras adicciones, y basta con mencionar Días de vino y rosas o El hombre del brazo de oro para que entendamos cabalmente que a Vinterberg le tenían concedido el premio de antemano. Porque en Otra ronda, en cambio, no hay abismo alguno, lo que hay son cuatro críos con el aspecto de padres de familia que llevan a cabo un experimento completamente absurdo en el que no caerían ni los invitados de El hormiguero. No tengo nada en contra de Vinterberg, me gusta Vinterberg, al menos no parece odiar a la humanidad tanto como Lars Von Trier (lo de “Dogma 95” no conducía a engaño: era, en efecto, dogma religioso, no artístico), seguramente por ser más guapo que él, y aunque también sea mucho más soso en general que él, de lo que le acuso en esta ocasión es de falta de sentido de la realidad. Las borracheras no son así, los alcohólicos no terminan siéndolo por secundar una teoría filosófica, y cuando por fin se quitan -no sin pagar el precio de la moralina, como al final de la estupenda Barrio de León de Aranoa- del vicio lo hacen en un abrir y cerrar de ojos. Si en Otra ronda hay crítica a algo debe de ser a eso: a la tremenda ingenuidad de los daneses que viven tan bien que hasta se mueren de aburrimiento (me cuenta mi amigo Alfonso que hay una palabra en danés, Hygge, que consiste en algo así como estar a gustito en casa sin salir, en plan tranqui, con tele y velitas y buena comida como un ancianito, y ya lo entiendo todo…) El propio Vinterberg, que parece claro que no se ha tomado una copa en su vida pero le tienta cual fruto prohibido, nos hace creer aquí que el remedio contra la angustia de su compatriota Kierkegaard es una buena curda. Y lo dice en serio, el tío… ¿Cómo no se le ocurrió al pobre Sören?

En fin, recuerdo esa secuencia de El hombre que mató a Liberty Valance en la que el director del periódico combatía su miedo pegando tragos a gollete. “Valor… ¿Dónde está el valor? ¡Aquí, aquí queda un poco de valor…!”, y al buche. Las películas de John Ford están llenas de esos borrachines simpáticos que le hacen de auxilio cómico al héroe y de comparsa alegre a la solemnidad de la epopeya conquistadora de los Estados Unidos de América. En Otra Ronda no, aquí el alcohol es algo así como el catalizador de la inmadurez y el tedio de una de las naciones más prósperas del planeta. Y esa podría haber sido una gran idea para una gran película, sino fuera porque Vinterberg lo convierte en cine adolescente, lo convierte, para quien tenga mi edad, en Porky´s 5. De quien se pasó tantos pueblos en Celebración, 1998, o en La caza, 2012, no esperábamos que se quedase esta vez tan corto. El alcoholismo no es, desde luego, ninguna broma, pero en esta película es un alcoholismo de pega, de garrafón. Todo resulta obvio, porque en caso de que pudiera no serlo los personajes te lo explican puntualmente. Y Vinterberg no juega contigo, no te tortura como Von Trier, simplemente te presenta las cosas como las vería un niño de 13 años, como en La comuna (para ese mismo tema era mucho mejor, por cierto, Juntos, de Lukas Moodysson, coproducción danesa del año 2000). Tengo una prueba de todo lo que digo: en la sala en que la vi, la gente se reía. Otra ronda quiere ser un drama sobre alcoholismo y “una celebración de la vida y del amor”, pero la gente se reía… Pues sí, es cierto, lo mismo es que no lo he pillado…

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5 Comentarios

  1. says: Alfonso León

    Comparto con el autor y amigo el disgusto por Otra Ronda. Yo también esperaba algo totalmente diferente, algo con más altura, pero parece que a Winterberg le apetecía hacer una película sobre la celebración de la vida y una película sobre el alcohol. Y con esos mimbres, esto es lo que ha resultado. Mi máximo respeto.
    En cambio, me deja perplejo la unanimidad de los jurados y, especialmente de la crítica, que en realidad es la que puede expresar en palabras las razones de su éxito. Se ha bendecido la película desde ópticas bien distintas: unos la ven como una fábula moral, otros destacan precisamente lo contrario, su nula intención moralizante; unos destacan su enfoque divertido, todos hacen referencia de pasada a la crisis de la mediana edad, pero nadie profundiza en ningún aspecto relevante además de que está bien rodada y que el actor protagonista se sale.
    En fin, todos celebran el rodaje de “la curda”, pero ninguno consigue nada más allá de balbucear las razones de su éxito.
    Y así nos quedamos, porque en realidad no hay nada más.
    Cuando hace un momento me he referido al rodaje de la curda, no lo he hecho de una forma despectiva, sino definiendo lo que en realidad creo que es la película.
    Otra ronda no tiene otro mérito que dedicar todo su metraje a contar una gran borrachera que se dilata a lo largo de unas cuantas semanas, durante las cuales se desarrolla el experimento y después de esto, fin.
    No hay fábula moral posible cuando el director corta la progresión dramática y no muestra las consecuencias del planteamiento, ni ofrece conclusión ni desenlace más allá de lo anecdótico.
    La secuencia final recoge perfectamente el espíritu de la película. A falta de conclusiones o efectos, la pantalla se llena de nuevo con un arrebato alcohólico más, por supuesto que inesperado, pero la sorpresa más que por lo que narra, se produce por el protagonismo que Winterberg da a un estilo de baile que deja a todo aquel que no esté bien mamado sin palabras. Dos generaciones, los estudiantes que celebran su paso a la universidad, y sus profesores que no se sabe qué celebran, acaban en un muelle dando suelta a sus más bajos instintos.
    Un final, por tanto, para los anales en sus más amplias acepciones.
    Tengo la sensación de que el debilitamiento de la crítica se ha pronunciado con la fatiga pandémica.
    Vamos, que había que elegir la película del año y se ha hecho. Otra Ronda y salud!!!

  2. says: Óscar S.

    ¡Pero qué bonito, el muelle, bajo el sol, y qué ocasión para lanzarse a la mar abierta, siempre que en dos brazadas puedas retornar de nuevo a tu casa! Porque eso creo que es la película: trata de señores talludos que intentan pasarse un poco, pero sin exagerar. Sus mujeres, después de todo, se lo perdonarán todo, y la cosa se quedará, como dices, en anécdota…

    (¡Ay, el Dogma, cómo has cambiado desde Los idiotas!)

  3. says: Óscar S.

    No había visto Submarino hasta ayer. Mucho mejor, en mi opinión, que todas las arriba mencionadas, incomparablemente mejor, y más en la línea de Susanne Bier que de Dogma.

  4. says: Oscar S.

    Pero eso es lo malo, que el 20 por ciento rico se deprime, mientras que el 80 por ciento restante lucha por subsistir… Van a hacer falta, efectivamente, unos “juegos del hambre”…

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