Muerte de Charlie Watts: I´m just waiting on a friend

Es sabido que los huracanes tienen un ojo, como Polifemo. Aunque siembren la devastación a su alrededor, los huracanes guardan un centro tranquilo que contempla el espectáculo sin inmutarse como quien se fuma un puro en mitad de un burdel. En los Rolling Stones, ese latido regular e inmutable, esa respiración zen en la espina dorsal de una banda que lleva más lustros metiendo caña y destrozando hoteles que todos los adolescentes británicos juntos que salen a armarla sin mascarilla estos últimos días de verano era Charlie Watts, que ha muerto hoy a la edad de 80 años. No es el primer Stone que muere, pero del ahogamiento de Brian Jones en su piscina, flotando panza arriba como un guppi en su pecera de lujo, hace tanto tiempo ya que casi no se acuerda nadie. Y desde luego que los dioses deben estar locos: se llevan a Watts, que nunca había roto un plato –ni siquiera un plato de batería…- y nos dejan aquí a Jagger, Wood y Richards, el trío calavera, a cual más fiestero, más colgao y más golfo de los tres… (el que más, claro, Richards, cuya inverosímil longevidad ha dado lugar a un meme genial, en el que se ven efecto de las alteraciones climáticas y se dice: “¿¿de verdad este es el mundo que queremos dejar a Keith Richards??”; en esta revista ya hablamos en su momento un poco de su hidalga y vacilona figura. 

Siempre he pensado que el requisito para formar parte de los Stones era ese: tener cara de golfo, o  sea, de vividor resultón y barriobajero, ese tipo de cara que atrae a la policía como las moscas a la miel –y para confirmarlo sólo hay que mirar a Ron Wood, el último en incorporarse. Charlie Watts cumplía sobradamente ese trámite, pero luego se comportaba como un caballero. Watts era un poco como Ringo Starr, el tipo que como controla su ego sin aparente dificultad termina por ser el encargado de hacer de árbitro y reconducir las peleas. Cuántas veces habrá hecho Watts como nos hacían a nosotros nuestros padres de niños, eso de “aaaaanda, daos la mano, chicos, cagüendiez, y aquí no ha pasado naaaaada”. Bill Wyman menos, ahora que lo pienso, Wyman es el que menos cara de golfo tiene, aunque conserve el parecido de familia de todo el grupo, y puede que sea por eso el que sea el único, junto con Mick Taylor, que vaya a conseguir escapar con vida de morir en los escenarios con the biggest band ever. Watts no, Watts, por sobre el hecho ya vergonzoso para la Divina Providencia de haberla palmado de un cáncer de pulmón cuando había dejado de fumar hace más de treinta años y de drogarse incluso antes, para colmo el hombre preparaba gira, la gira número tropecientos de The Rolling Stones. Dicen en los obituarios de hace un rato (este es el mejor, pero tiene algún error de edición), que a Charlie Watts lo que le hubiera gustado de verdad es tocar con los grandes del Bebop, Parker o Coltrane, esos otros grandes amigos del transporte místico musical así como del caballo, pero yo le veía más como miembro de la actual banda de Van “The Man” Morrison, tenía esa clase de elegancia jazzística más propia del león de Belfast que de un club de carretera en la Ruta 66… 

Cuando Brian Jones murió, los Stones organizaron un concierto de despedida irreverente y genial. En honor de Charlie Watts, pinchamos la que más nos gusta de aquella vez, una de las más características del repertorio estonero -¿se puede escribir así?-, y, por tanto, se siente, totalmente de club de carretera y con el viejo Watts ondeando melenas al viento en pleno ojo del huracán…  

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