Retrato de un cómico eminente

¿Puede interesar a alguien la vida de un hombre que nació hijo de cómicos y que al llegar a la jubilación sigue siendo eso, un cómico?.
Fernando Fernán Gómez

Cuenta Fernando en sus memorias que cuando le preguntaban de pequeño qué quería ser de mayor él respondía: “Galán joven”. Y resulta curioso que, tras más de 200 películas, sus mejores- y excelsos- personajes cumplen escasamente este sueño infantil. Nunca sabremos cómo habría sido su vida de haber contado con un físico como el de Paco Rabal o Jorge Mistral, los galanes de entonces; pero es evidente que su aspecto le dotó, junto con su voz, de una personalidad singularísima, única e irrepetible, y de un papel insustituible en el cine español. Su físico de español atípico, pelirrojo, blancuzco, espigado y con cara de perplejidad, armonizaba de forma mágica con su voz, una voz solemne, de pulpito y arenga, de declamación, de discurso, una voz llamada a ser presencia, a ocupar espacio, a imponerse sobre cualquier rostro hermoso. Así que Fernando Fernán Gómez nunca llegó a ser galán, y mucho menos galán joven, porque su extraordinario poder de seducción nada tenía que ver con los años. A diferencia de otros actores, a él la edad le fue dotando de nobleza e hidalguía sin menoscabar para nada su carisma; y nunca sufrió los destrozos del paso del tiempo porque, en sus propias palabras “él ya venía estropeado”. Eso sí, siempre tuvo y retuvo dos armas esenciales en un actor, que son el talento y la palabra. Y las dos le acompañaron hasta el final de una vida de gran fertilidad.

Con su amigo Manuel Alexandre

Aquel niño que nunca llegó a ser un galán joven alcanzó la fama con cierta celeridad, porque solo tenía 26 años cuando la gente le reconocía por la calle como “el que se muere en Botón de Ancla”, una película de 1948 muy popular. No es casual, ni mucho menos, que la celebridad le llegara interpretando un papel amargo (en este caso, el que desaparece de un grupo de tres amigos entrañables) porque este hecho se repetiría en su carrera y sus éxitos. Gran parte de sus personajes más excelsos, como D. Gregorio, el maestro de La lengua de las mariposas, o el D. Arturo de Viaje a Ninguna Parte, por citar dos ejemplos, son los eternos perdedores en una sociedad que les margina y/o les condena, bien por sus ideas o por la decadencia de su oficio, el de cómico, un oficio que Fernán Gómez siempre asumió como su verdadera identidad. Hoy en día la palabra cómico es sinónimo de humorista, un actor o persona que nos hace reír como entretenimiento. Y sería injusto silenciar aquí la agudeza y el humor – socarrón , ácido, cáustico- que Fernando posee y exhibe en cada esquina de su vida. Pero cuando él pronuncia la palabra cómico le otorga una mayor transcendencia al recordar que así se llamaba la gente del teatro, aquella que iba de pueblo en pueblo desplegando su arte en plazas y cantinas sin más recursos que un modesto attrezzo y, por encima de todo, el poder de la voz y la palabra. El mismo cuenta la emoción que sintió durante el rodaje de El Viaje a Ninguna Parte:

“Nunca en tantos años como actor de teatro y de cine he tenido tan clara conciencia de que mi oficio era algo mágico como durante los meses de trabajo de El viaje a ninguna parte. …. Al recrear los cómicos el mundo de los cómicos, al sentir que estábamos dedicando un homenaje a los menos afortunados del mágico y sacerdotal oficio, todos nos sentimos infundidos de un hálito inefable que llegó a contagiar a los técnicos y a los obreros durante las diez semanas que duró el rodaje”.

“La vida por delante”, 1958

Los cómicos eran grandes narradores de historias en un tiempo en el arte se nutría del texto, la voz y el gesto, algo que Fernán Gómez atesoró y manejó como nadie. Quizá su falta de belleza canónica hizo más poderosa la palabra, siempre deslumbrante con su timbre de voz y el contrapunto de un rostro inefable. Como actor poseía una gama de gestos un tanto alejados del despliegue histriónico de sus colegas. Su semblante, generalmente adusto, podía cambiar de registro con unos ojos burlones o picaros, una media sonrisa socarrona o un punto de ferocidad y/o ternura soterrado en la voz y la mirada. Nada que ver, por lo general, con la imagen esplendorosa del galán y sus artes y ademanes de triunfador. Porque Fernán Gómez parecía predestinado a retratar- como actor, director y escritor- el lado más oscuro de esta España nuestra y los sueños rotos de los españoles. Sus historias siempre parecían elegir a los otros, a los que no cabían en la Historia con mayúsculas, aunque Fernando hacía arte simplemente cuando hablaba, sobre el escenario o fuera de él, en la pantalla, en cafés, en tertulias, en entrevistas….. Y todo lo que contaba- fuera lo que fuera- hechizaba al auditorio en cuanto abría la boca. Baste como ejemplo La Silla de Fernando, la película que David Trueba filmó sin más argumento que Fernando hablando, respondiendo, recordando, protestando, sin ningún tipo de guión previo. Como muy bien decía, a él le encantaba improvisar, e insistía, con cierta retranca, en que las improvisaciones hay que prepararlas muy bien. En su faceta de gran conversador, de noctámbulo empedernido y en sus frases geniales, sus respuestas vitriólicas, su humor inefable es fácil reconocer la espontaneidad y la frescura del cómico, siempre con un repertorio a punto para cuando le toque actuar. Sea donde sea.

La grandeza de Fernando Fernán Gómez es haber sabido activar y conjugar tradiciones muy dispares de nuestra cultura: por un lado la popularidad y la cercanía del cómico de raza, heredero del entremés y del sainete, artesano de la palabra y la interpretación. Y por otra parte y al mismo tiempo un hombre de vasta cultura, un intelectual prestigioso, un activista cultural y un gran escritor que llegó a ser miembro de la Real Academia Española, además de un coloso como actor y director. Un cómico eminente, algo que jamás vislumbró en sus sueños infantiles, aunque nunca llegara a galán ni tampoco fuera nunca muy joven ya que jamás notamos, a medida que pasaban los años, que se hiciera viejo.

El velatorio que se celebró en el Teatro Español tras su muerte, el 21 de Noviembre de 2007, fue fiel reflejo de su persona y de su vida porque por allí desfiló lo mas castizo del pueblo de Madrid junto con lo más granado de la cultura española. En realidad fue otra función- la última- donde se recitaron textos, se cantaron canciones y se bailaron tangos, con la sala rebosando de talento y cariño en honor del gran cómico. Solo estuvo vacío el espacio que llenaba su voz.

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    El viaje a ninguna parte, que un amigo me arrastró a ver a los 18-19 años, era una maravilla, sí. Después hemos seguido dejándonos llevar por la autocomplacencia segundomundista, como de costumbre. Estupenda evocación…

  2. says: Pedro

    Me entristeció, decepcionó en gran medida, que este gran actor, que se hizo grande durante el franquismo (como otros artistas que incluso se sabía que habían combatido en el Frente Popular), poniéndose sotanas y uniformes franquistas en sus papeles, se radicalizara tanto hacia el comunismo en sus últimos años, ya en plena democracia. Como si no hubiera aprendido nada, como si no hiciese crítica y autocrítica, y destilara un odio absurdo, a sabiendas de los males de las dictaduras marxistas. Como escritor no le conozco, pero ese extremismo no invita a leer su obra, aunque quizá me pierda algo bueno. Correré ese riesgo con total tranquilidad.

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