Tengo la suerte de tener una infancia a la que volver cuando la nostalgia llama a la puerta. Ese espacio protegido en el que damos los primeros pasos como personas, donde se definen nuestros gustos que quizás se convertirán en pasiones, donde también experimentamos nuestras primeras sombras. Tiempos de Swing (2016) me cautivó no solo porque me hizo descubrir a su autora, Zadie Smith, sino porque leerlo me hizo ahondar en reflexiones sobre mi propia infancia, la construcción de mi identidad y mi conciencia de clase y de raza.

Fue un libro prestado que llegó a mis manos un día gris de otoño pandémico, inocente, con su tapa amarillo canario y zapatos rojos de baile en la portada. De claqué, para ser exactos, pasión que autora y protagonista comparten. Desconocía a Zadie, pero me sonaba su primer libro, Dientes Blancos, seguramente de alguna de las listas eternas de libros que “hay que leer”. Un debut literario que al parecer está en el puesto 39º en la lista de The Guardian de los 100 mejores libros del s. XXI. Smith es una escritora británica de padre inglés y madre jamaicana que se convirtió en un hito literario a los 22 años. En ambos libros explora el multiculturalismo y el mestizaje, la búsqueda de una identidad repartida entre países, culturas, idiomas y colores; de gente que migra de un sitio a otro para encontrarse, o perderse. En sus libros, ensayos y entrevistas explora los lindes de temas raciales desde una perspectiva poco ideológica, sin complejos, desde la propia experiencia de haberse criado entre dos mundos. En un conversatorio con Chimamanda Ngozi Adichie, autora de Americanah, hablan sobre la percepción de la raza como algo cultural más que biológico.

El ser humano es un animal social. Necesitamos sentirnos parte de. Encontrar nuestra tribu. Encontrar nuestra identidad: personal y social. Zadie busca a través de sus personajes, a pesar de los prejuicios que tengan, esa autenticidad individual que se esconde bajo cada categoría binaria en la que insistimos en colocarnos: hombre/mujer, gay-hetero, blanco-negro, local-extranjero; categorías demasiado simples para explicarnos a nosotros mismos.

Si todos los sábados de 1982 pueden concebirse como un mismo día, conocí a Tracey a las diez de la mañana de aquel sábado, caminando por la gravilla polvorienta del patio de una iglesia, cada una de la mano de su madre.” Estas palabras marcan el comienzo del primer capítulo, desvelándonos la armadura de esta novela: la amistad como cimiento. Ya lo hizo en Dientes Blancos, donde narra la amistad de varias décadas entre un señor bengalí y un señor inglés. En una entrevista con Charlie Rose en los 2000, una joven Zadie nos desvela que la amistad entre Samad y Alfred no había sido inspirada por personas reales (¿acaso tal amistad era algo común en Londres a finales del siglo pasado?), en todo caso, nos dice, provino de pensamientos ilusorios. Para ella, las amistades han ido sustituyendo a la familia en la construcción identitaria, especialmente porque tardamos más tiempo en formar una familia. Las amistades de infancia, especialmente, dejan posos en nuestros futuros yos. En Tiempos de Swing, la amistad de la protagonista – de la que no sabemos el nombre – con Tracey es la columna vertebral. A través de sus juegos, bailes, competitividad, manipulaciones, encuentros y desencuentros vamos descubriendo la naturaleza de estas primero niñas y luego mujeres. Tracey, también mestiza, es una niña envidiosa, pero sobre todo herida por la falta de afecto, de amor. Me gustó que tratara con complejidad la amistad entre las niñas, con sus luces y sombras, sin edulcorar.

Tiempos de Swing es el primer libro que Smith escribe en primera persona, y se lo dedica a su madre, Yvonne. La protagonista es la hija de un matrimonio interracial: un hombre blanco, sencillo, que lee el Manifiesto Comunista solo para impresionar a su mujer: negra, autodidacta e intelectual. El primer personaje disruptivo en la vida de ambas niñas es la madre de la protagonista que se esfuerza en que su hija sea de facto diferente al resto, poniendo el foco en darle una educación. La madre tendrá una influencia no solo en la vida de su hija sino en la relación entre las niñas.

Son niñas creciendo en los años 80 que viven en un barrio del extrarradio londinense donde familias desestructuradas, pobreza, violencia, drogas, son denominador común. La educación es por tanto un elemento disruptivo entre ellas. Años más tarde de ese primer encuentro, nuestra protagonista vuelve a casa con estudios y una carrera profesional de éxito, y se reencuentra con una Tracey con sobrepeso y tres hijos de padres distintos.
Hace unos años tuve una pelea monumental sobre privilegios con un hombre, blanco, nacido en el norte de Europa. Yo, criada en un barrio popular en Valencia en los años 90 que disfrutó de los años dulces del boom económico, y vivió los estragos de la crisis económica en los inicios de su adultez. Me hizo darme cuenta de que yo también era miembro de una casta de privilegiados, la casta de los que reciben una educación. La educación como privilegio es un tema que me ha interesado desde entonces, y que se exacerba en un contexto con implicaciones raciales. La película Miss Juneteenth, por ejemplo, explora las presiones por “la excelencia negra” y, de manera similar al libro, la madre se opone a una carrera artística de su hija en el baile.

La protagonista de Tiempos de Swing vive en Londres, África Occidental y Nueva York. Y, en sus viajes al continente africano, es donde más explora su patrimonio cultural y racial. Lamentablemente, Zadie Smith ha sido de las primeras de una lista muy reducida de mujeres negras que he leído. En ese mismo otoño pandémico, leí a Bernardine Evaristo y, más tarde, a Maya Angelou. Leerlas me ha abierto un mundo de nuevas historias, perspectivas, intersecciones, búsquedas.

Foto de Tomás Vivas, mi abuelo (1906 – 1984)

Cuando en mi vida me he enfrentado a situaciones relacionadas con descubrir mi propia identidad racial, siempre se ha creado más confusión que certeza. En Colombia, mi padre, también mestizo, era el negro Vivas para los amigos. Palabras como persona de color o persona racializada me resultan más violentas que la palabra negro. En definitiva, ser una niña mestiza en la España de los 90 no fue tarea fácil. El color de mi piel, mi pelo, el tamaño de mis labios, eran algo con lo que lidiar, algo que no se podía esconder. En mi primer viaje a Estados Unidos, no encontraba la casilla que me correspondía para definirme. Y aunque no soy negra, leer a estas autoras me ha permitido identificar mejor mis propias preguntas. Y así es mi raza. Mi folclor. Y esta es la cumbia que te canto yo, canta Li Saumet (Santa Marta, 1980), también conocida por el grupo colombiano Bomba Estéreo.

Saber quiénes somos es quizás uno de los caminos más tortuosos que recorre el ser humano. Nuestra protagonista migra. Zadie migró de Londres a Nueva York. En su libro de ensayos Feel Free (en español, Con total libertad), en el relato Fences: A Brexit Diary, nos habla de esa realidad azucarada de “todos somos iguales” en la que es fácil acomodarse, y que escondía fracturas profundas en la sociedad británica que salieron a la superficie con el Brexit. Nuestras sociedades parecen mezcladas, pero ¿lo son? Ahora escribo desde Bruselas. Una ciudad fracturada entre Oeste-Este, Norte-Sur, en la que vivimos juntos, pero no revueltos. Donde ser expat (expatriado) y migrante se diferencia por el nivel educativo, la parada de metro, la forma de vestir, el círculo de amigos…Zadie señala en su relato que no es lo mismo vivir en un ambiente multicultural, y que en ese ambiente se den condiciones de igualdad. ¿Los que son diferentes a mí son mis amigos, o quienes limpian/cocinan/trabajan para mí? Si bien el flujo de latinoamericanos y colombianos que emigraban a España se fueron acrecentando durante mi infancia por la violencia y la inestabilidad política y económica en Latinoamérica, mi padre ya llevaba veinte años en España y su contexto familiar, económico y educativo eran otros. El ser humano ha migrado, y seguirá migrando, y hemos de inventarnos nuevas palabras para describir nuevas realidades.

Foto de una pintura de París (donde viví) realizada en el Museo Van Gogh en Ámsterdam (septiembre 2021)

Tiempos de Swing también explora otras temáticas como la fama y el baile. Las niñas quieren ser bailarinas, lo que entra dentro de la normalidad de las que hemos sido educadas en los 80s, 90s, 2000. Aunque no es un tema con el que conecté durante mi lectura, sí que es algo que claramente interesa a Zadie Smith. Le interesan los procesos creativos. Entrevista a Jay-Z para uno de sus ensayos en Feel Free. En otra entrevista habla de que la escritura es un privilegio reservado para pocos – aquellos que han tenido una educación –, y que es a través de otras creaciones – rap, por ejemplo – donde jóvenes negros/marrones/racializados/de color – se expresan. Y es que de eso va la literatura de Zadie, del ser humano, de nuestras imperfecciones, de nuestras contradicciones, de la curiosidad por entender, por reconocernos, por conectar. En su entrevista con Rose, éste le pregunta si cree que seguirá escribiendo dentro de 15 años. Ella dice que espera que sí, aunque tiene otros proyectos como hacer un doctorado. Por suerte, Zadie Smith sigue en activo.

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1 Comentarios

  1. says: Oscar S.

    Excelente esbozo de vida de novelista viva. Pero tengo una pregunta. Construir la propia identidad es lo mismo que ir a buscarla o descubrirla en las raíces de uno? Si la construyes tú, al modo del existencialismo o David Bowie… Qué necesidad hay de averiguar quién es uno en el fondo? Y si lo que eres late ahí, escondido, y el reto de la vida es encontrarlo y aprender a vivir con ello, qué es entonces lo que habría que construir, la trayectoria misma del autodescubrimiento? (Parecen tres pero creo que solo es una pregunta desplegada)

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