Maria Kodama que estás en los cielos…

Ha muerto la última esposa de Jorge Luís Borges, con la que el escritor se casó muy poco antes de morir. Kodama (que por lo visto en japonés significa algo así como “el espíritu de un árbol”, o más exactamente la “ninfa de la madera ligada a un árbol”, en lo que algunos han querido ver un presagio de su destino de consorte del astuto argentino) apenas tiene obra propia, aunque fue sin duda una gran estudiosa, y digamos que no renegaría de su condición de sombra de Borges, fungiendo a la vez de traductora, difusora, albacea y brava defensora de este. Debemos reconocer que las mujeres han sido, en este aspecto, considerablemente más generosas que los hombres, los cuales, la enorme mayoría de las veces, se han mostrado completamente incapaces de sacrificar su propia trayectoria personal e imagen pública al servicio de sus parejas (el Duque de Edimburgo podría ser una destacada excepción a esta regla, pero no sabría decirlo con certeza). A propósito de esto recordará el lector el trágico final de todas las versiones de Ha nacido una estrella, en cuyo guion original colaboró la gran Dorothy Parker: no sólo es que el hombre no tuviera en ningún momento la intención de abandonar su carrera para apoyar la de ella, es que su progresivo eclipse en favor del brillo de su esposa le sume en el alcoholismo y la depresión…

Fotografía Manda Ortega

Kodama, en cambio, que conoció a Borges a los 16 años teniendo él ya nada menos que 54, fue fiel al autor y su legado (probablemente el más exitoso del pasado siglo junto con el de Gabríel García Márquez) hasta ayer mismo. Yo la tengo presente sobre todo por Atlas, esa suerte de miscelánea compilada y ordenada por la propia Kodama en la que se refieren las reflexiones de Borges en un viaje que la pareja realizó a través de tres continentes. No lo recuerdo bien, pero creo que Borges le dedica el librito a Kodama con gratitud y cortesía, sin volver a mencionarla más en el interior del texto. En Atlas Borges escribe acerca de lo que se le viene a la cabeza, colecciona fotos y hasta sube en globo aerostático, todo de la mano de María Kodama -que estás en los cielos… De la mano y de los ojos, puesto que era Kodama la que le iba describiendo todo lo que les rodeaba, según su propia declaración. Así, en el epílogo redactado por ella en la edición de Emecé (2008) de Atlas confiesa Kodama que:

“Roma será para mí su voz recitando las Elegías de Goethe y Venecia; para usted, lo que yo le transmití un atardecer, en San Marcos, escuchando un concierto. París será usted niño, terco, encerrado en un hotel comiendo chocolate mientras leía a Hugo, su manera de descubrir París”.

Cualquiera que haya leído las Elegías romanas de Goethe entenderá la referencia más bien picante de Kodama, pues se trata del poemario más abiertamente erótico del s. XVII, en el que Goethe se solaza en la evocación de sus amores más incandescentes al calor de la ciudad eterna. Qué pícaro Borges, que a buen seguro, como Goethe, no lamentaba el tiempo perdido para la lectura al lado de tan grata compañía..

“¿Y no aprendo acaso a la vez que atisbo las formas /
del seno gracioso, y mi mano por las caderas se mueve?”

(Elegía V, J.W. Goethe)

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2 Comentarios

  1. says: Ramón González Correales

    “Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto.”. Recuerdo que leí este fragmento de “Atlas” en la revista “El paseante” que editaba lujosamente Jacobo F. J. Stuart allá por el verano de 1986 y me viene ahora a la cabeza en la muerte de María Kodama, conocida sobre todo por ser la compañera y albacea de Borges, ese hombre que, al parecer, no tuvo demasiado éxito con las mujeres (Estela Cantó en “Borges a contraluz” cuenta su experiencia de mujer que lo admiraba pero no lo deseaba con magnífica prosa y cierta crueldad) pero que quizá encontró una que era justo la que necesitaba, sus ojos y quizá su alegría azul en sus larguísimos últimos años donde fue tan reconocido. Probablemente. lo más importante, también la interlocutora interminable de un gran conversador como él, que tuvo la suerte de encontrar a una mujer que lo conocía bien, compartía sus gustos y supo acompañarlo en sus viajes por el mundo y por el tiempo.

    Estuve hace unos meses en la tumba de Borges en Ginebra, tan austera y tan conmovedora, con esa piedra grabada de signos secretos de su imaginario nórdico que también contiene una referencia del amor que se tuvieron: “De Ulrica a Javier Otárola”, la manera que tenían de referirse entre ellos. Porque quizá se amaron de verdad a pesar de los 38 años que los separaban o a lo asimétrico de su fama o condición. Al menos esto le escribió Borges no sé por que año pero, desde luego, en alguno que realmente existió:

    “Qué no daría yo por la memoria
    De qué me hubieras dicho que me querías
    Y de no haber dormido hasta la aurora,
    Desgarrado y feliz.”

  2. says: Oscar S.

    La pregunta de la revista Time hace ya un tiempo: ¿y por qué los filósofos tienen que ser siempre tan feos?

    Gracias, Ramón.

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