Empieza el otoño. Temo la llegada de esos días en los que no se te ocurre nada. Ni una idea brillante, ni una asociación atrevida, ni una frase original, ni nada que resulte gracioso, o provocador, o interesante. La tarde es de domingo y de tinte gris acedia. El horizonte se difumina en una suave neblina borradora, llovizna a ratos, tampoco hace tanto frío pero ya se presiente la inclemencia del otoño. Nada acude a la convocación de la memoria, nada te despierta agudamente el ingenio, nada que te capte dulcemente la atención. Nada hay que te motive o que te impulse, como no sea adormecerte sedentario en sillón o dejarte amodorrar por la insulsez de la rutina. Tampoco te apetece iniciar nada nuevo, ni apenas te seducen las débiles llamadas de los placeres cotidianos. La melancolía se confunde con la apatía y la astenia con la desgana, y al final la nada te atrapa en la nada. Y así permaneces en suave quietud inquieta, que tampoco te hiere tanto como para sacarte a golpes del rincón la desidia. Miras por la ventana y llueve, y notas que te sube por la espalda una mansa molestia, un discreto cansancio, un sopor soportable. Te levantas y das vueltas por la casa, como una marioneta que girase con el lento impulso de la inercia. Abres la nevera, tampoco ves nada que te atraiga demasiado, si acaso un bocado dulce, o un pellizco salado, nada particularmente estimulante de la gula golosa. Vuelves al sofá de la desidia, te dejas de nuevo acariciar por el sopor suave, y así pasa la tarde, y es domingo, y llueve a ratos, y la noche se aproxima melancólica. Son esos días tristes del otoño que acaban en noches inquietas, alargadas, aburridas delante de un televisor del que no se te salva ni la fiel lectura. Y así acaba el día sin encontrar nada, y te vas a dormir con la esperanza de hallar entre las sábanas el remedio de la abulia. Pero nada, ni una idea brillante, ni una frase atrevida, ni una asociación rompedora, ni un recuerdo que avive la memoria, y te acunas de nuevo en la indolencia, te enfrentas al insomnio, te levantas y vuelves al texto, y descubres cuánto cuesta acabar estos dos mil y poco espacios sin ideas. Son esos tristes días del otoño, largos, grises, ventosos, en los que la escasa luz mortecina te arrasa la vitalidad, la memoria y la alegría. ¿Cuándo volverá la primavera?
Queridos… qué belleza de edición, y de canción… cómo os siento.