En este a artículo voy a hablar de un tema muy relacionado con el del libre albedrío, un fenómeno psicológico que consiste en que normalmente no somos conscientes de nuestras barreras y limitaciones psicológicas y tampoco lo somos de las barreras y limitaciones psicológicas que tienen los demás. Este fenómeno tiene muchas implicaciones prácticas, tanto a nivel individual y clínico como también social, y al final me voy a referir, en este contexto, a la culpabilización que están haciendo las autoridades a la ciudadanía por su irresponsable conducta, se argumenta, respecto a la COVID. Dado que la mayoría de las personas creen en el libre albedrío y en la existencia de una voluntad libre, sospecho que muchas personas no van a estar de acuerdo conmigo, incluyendo psicólogos y psiquiatras. Aún así, creo que, probablemente, puede ser interesante pensar con detenimiento algunas de las cuestiones que voy a argumentar.
Para empezar a conocer el terreno en el que nos vamos a adentrar, propongo una especie de experimento mental, del que os tenéis que quedar con la idea que intento transmitir y no con la literalidad de lo que digo. Es un ejemplo que los amigos con los que he discutido acerca del libre albedrío me han oído muchas veces.
En teoría, mañana, cuando yo llegue a la estación de metro donde cojo el metro para ir a trabajar, podría cogerlo en dos direcciones. Podría cogerlo en dirección a Bilbao y efectivamente ir a trabajar o podría cogerlo en la otra dirección, hacia una bonita localidad de la costa vizcaína, la villa de Plentzia, por ejemplo. Podría dar un paseo, tomar un café y hasta bañarme. Podría desconectar el móvil para que mis compañeros -al ver que no llego a trabajar y que no hay nadie para ver a los pacientes que tengo citados- no puedan localizarme. O les podría coger el teléfono y explicarles que me apetecía mucho darme un baño en lugar de ir a trabajar. Lo esencial de este planteamiento es que, aparentemente repito, yo tengo esas dos opciones. No estoy cojo ni ciego, puedo ponerme en un andén u otro y no hay tampoco una fuerza externa (pongamos la policía) que me lo impida. Parece que yo estoy eligiendo entre dos opciones abiertas ante mí y que mi voluntad libre está decidiendo.
Pues nada más lejos de la realidad. La opción de ir a Plentzia es una pseudo-opción, no es una opción real, y en realidad yo no tengo otra opción que ir a trabajar, dadas mis circunstancias, puesto que, como decía Ortega, yo soy yo y mis circunstancias. Me explico. Dado que soy una persona responsable, que cumple razonablemente sus compromisos, dado que no quiero que me abran un expediente por falta de asistencia laboral, dado que me preocupa mi familia y quiero tener un trabajo para que coman mis hijos, etc, etc., dadas todas esas circunstancias, yo no puedo irme a Plentzia. Yo estaría en realidad eligiendo entre una opción que tengo y una opción que parece que tengo. Sostengo que nuestra creencia en el libre albedrío proviene en parte de la ilusión de que elegimos entre opciones reales cuando muchas de las opciones no son reales. Nos parece que llegamos continuamente en la vida a bifurcaciones donde hay dos opciones abiertas ante nosotros, igual de probables, igual de ejecutables. Mi tesis es que nos engañan las opciones que parece que tenemos y que esas pseudo-opciones crean las redes de bifurcaciones disponibles ante nosotros por las que creemos que circulamos.
Mis características psicológicas, mi nivel de responsabilidad, autocontrol, inteligencia, impulsividad, empatía con mis pacientes, etc., suponen un auténtico muro que inhabilitan el andén en dirección a Plentzia y lo convierten en inexistente para mí. Si yo fuera otra persona, pongamos un psicópata, lo que no podría hacer sería justo lo contrario: ir a trabajar y aguantar ocho horas trabajando en una cadena de montaje o donde sea. Volvemos a lo mismo, el psicópata puede físicamente ir a una empresa y manejar las máquinas -no está incapacitado físicamente para ello- pero no tiene la constitución psicológica necesaria (responsabilidad, autocontrol, motivación, etc.) para realizar una actividad laboral reglada. El psicópata no puede hacer lo que yo, o un trabajador normal, haría, y yo no puedo hacer lo que haría un psicópata. Por ejemplo, yo no puedo ahora mismo ir a comprar un arma para atracar un banco o para robar a una persona, o en una vivienda. Con mi voluntad no puedo torcer una serie de valores morales y una conformación psicológica que no me llevan en esa dirección. Tal vez algún día, si hay una guerra y mis hijos no tienen para comer, pongamos por caso, podría robar o hacer cualquier cosa, pero no lo haría por el ejercicio de mi voluntad sino porque las circunstancias han cambiado y hay razones de mucho peso que me llevan a una situación límite.
Nos puede ayudar a entender la idea que intento transmitir el concepto del Posible Adyacente, del que ya he hablado en el otro artículo. Hay cosas que están en nuestro posible adyacente, cosas que podemos hacer y cosas que no están en nuestro posible adyacente y, de momento, no podemos hacer. Y el Posible Adyacente de todas las personas no es igual. Esto parece algo obvio y de perogrullo pero a mucha gente le cuesta entenderlo. Vemos continuamente en anuncios y en conversaciones que si Fulano ha adelgazado, tú también puedes; o que si Mengano hizo deporte y se curó su depresión, tú también puedes. Es un error muy frecuente en el trato con las personas depresivas decirles que “tienen que” salir o que “tienen que” ir al cine o que “tienen que” hacer ejercicio. A muchos de los pacientes depresivos que trato lo último que les apetece es ponerse zapatillas y pantalón deportivo y salir a correr, les falta sencillamente la motivación para hacerlo. Les interesa tanto eso como la vida del escarabajo pelotero.
Cuando un médico tiene delante a una persona con obesidad, le dará una serie de consejos y pautas sobre como realizar dieta, organizar las comidas, realización de actividad física, etc. Pero luego, según lo que haya en el Posible Adyacente de esos pacientes, unos cumplirán buena parte del programa y otros prácticamente nada. Consignas como “si quieres, puedes”, o “si yo lo he hecho, tú también puedes”, son totalmente irreales. Si fuera tan sencillo, no existiríamos los psicólogos y los psiquiatras porque no seríamos necesarios. la gente usaría su voluntad libre para hacer ejercicio, controlar la dieta, dejar de beber, dejar el tabaco, o lo que fuera.
Como decía, no sólo somos ciegos a las limitaciones y barreras psicológicas que nosotros tenemos sino que también lo somos ante las limitaciones y barreras psicológicas de los demás. Vemos continuamente en conversaciones cómo la gente arregla en dos patadas la vida de los demás: “si ese chaval fuera hijo mío, ya le iba a enseñar yo esto y lo otro…” “yo prohibía las armas en USA y así descenderían los suicidios y los homicidios”. Como dicen en este artículo, los problemas de los demás no son sólo solucionables, sino fácilmente solucionables. El autor lo llama la “seducción reduccionista de los problemas de los demás”. Por supuesto no hace falta explicar que el problema de las armas en USA o el de los trastornos de conducta del hijo de la vecina son de una complejidad enorme y que si nosotros estuviéramos exactamente en las mismas circunstancias, nos veríamos con las mismas dificultades para solucionarlos.
Algo de todo esto está pasando con la actitud del gobierno, profesionales y medios de comunicación culpando de la segunda y tercera ola por COVID a la ciudadanía (vamos a aceptar para los efectos de este artículo que tengan razón). Lo único que hace falta para acabar con el COVID es responsabilidad individual. De nuevo, nos encontramos en una bifurcación ilusoria con opciones que parece que tenemos: a) que la gente sea responsable y aplique las medidas de protección b) que la gente no sea responsable. Todo lo que tiene que ocurrir es que los irresponsables decidan ser responsables…¿Y cómo se consigue esto? La respuesta más habitual es que con educación. La educación es una cosa mágica, una especie de superpoder. Le explicas a la gente que para adelgazar hay que hacer dieta y ejercicio y la gente te dice: “anda doctor, no me había yo dado cuenta de eso, tiene usted razón, ahora mismo me pongo a hacerlo”. Por mucho que repitamos el mensaje por televisión, estaremos perdiendo el tiempo: la gente que ya sigue las medidas no necesita los mensajes y la gente que no las sigue será impermeable a ese tipo de mensajes. El Posible Adyacente de la ciudadanía española es el que es y habrá que aceptarlo; si hemos repetido trescientas mil veces una cosa no es de esperar que al repetirlo una vez más se vaya a producir ningún cambio.
En resumen, todas las personas tenemos unas limitaciones psicológicas al igual que las tenemos físicas y estas limitaciones psicológicas son tan reales como las físicas, aunque no se vean de la misma manera que se ve una pierna rota. Son muros muy altos que no se saltan con un acto de la voluntad. Ser conscientes de ello nos ayudaría a enfocar mejor tanto muchos problemas psicológicos como sociales.
Creo que cometes la típica falacia, tipificada por los clásicos, de equivocar la causa con la consecuencia. Si no me voy a la playa en vez de trabajar es como resultado de las elecciones que he hecho, no sin cierto dolor y angustia -pero esa angustia es el vértigo y el encanto de la vida humana, y nadie sensato o no lobotomizado preferiría ser un autómata, incluso aunque de hecho lo fuera…-, en toda mi vida anterior. De modo que voy a trabajar porque mi libertad me ha armado para no ser un psicópata, y no a pesar de ella o en ausencia de ella. En caso contrario, el concepto mismo de posible adyacente (que no es más que la obviedad de que en cada instante las posibilidades están acotadas y no son ilimitadas) no tendría sentido, y el lema tomado de Bannon de la campaña madrileña reciente mucho menos….
https://static0.colliderimages.com/wordpress/wp-content/uploads/2016/04/ferris-buellers-day-off-poster.jpg